domingo, 26 de junio de 2022

ACTITUD MÉDICA EN LA PRIMERA GUERRA CARLISTA I

 



    Al inicio de la primera guerra carlista (otoño de 1833), la cirugía estaba poco desarrollada en España, todavía había muchos cirujanos descendientes de barberos y con escasos conocimientos científicos. La excepción fue la Armada, mediante los Colegios de Cádiz y Barcelona, que tenía organizada la enseñanza para formar cirujanos para la atención de las necesidades de la Marina. Había empezado el período de humanización de la medicina, los ejércitos se preocupaban de la salud de sus soldados aunque no les ofrecían buenos servicios.

    No se conocía la existencia de los gérmenes que contaminaban las heridas, ni sabían nada de antisépticos o antibióticos; pero sabían que la suciedad equivalía a infección y por lo tanto las heridas de guerra había que limpiarlas bien. Se cuestionaban los tratamientos tradicionales como las sangrías o las sanguijuelas. El curanderismo formaba parte del entramado sanador de la época. Numerosos heridos eran abandonados y no recibían atención médica, mientras que otros eran llevados a hospitales sucios, se les daba poca comida y eran puestos junto a enfermos contagiosos, por lo que la mortalidad era altísima.

    Todavía no se había descubierto ni el éter ni el cloroformo. La anestesia habitualmente se hacía a base de aguardiente, whisky o ron, la borrachera inducida, y unas tiras de cuero para que paciente mordiera y chillara menos.. La pérdida de conocimiento por dolor o hemorragia debía ser corta y bien aprovechada por los cirujanos para completar con rapidez y sin dolor las operaciones. En caso contrario sería más difícil recuperar al paciente. Las heridas por arma de fuego podían ser el principio del fin de cualquier soldado, sobre todo si éste no llegaba por sus propios medios al lugar de socorro. Tenían otra posible complicación, la consideraban intoxicación de pólvora, y por tal motivo, había que sacar las balas del interior del cuerpo y abrirlas bien para limpiarlas por completo.

Dominique Larrey

    Dominique Larrey acompañó durante 16 años a Napoleón en calidad de cirujano de la guardia imperial e Inspector del Ejército francés. Estuvo en España en 1808 durante 11 meses. Consiguió en el ejército de Napoleón que sus heridos fueran atendidos por un equipo competente a los 15 minutos de de producirse la lesión. Si un miembro estaba destrozado sin posibilidades de recuperación, se procedía a la imputación en el mismo campo de batalla. Eran amputaciones rápidas de miembros que estaban colgando. La anestesia empleada era la borrachera inducida con ron, una tira de cuero para morder y la aplicación de frío cuando era posible. Larrey hacía personalmente una amputación en un minuto.

    Un segundo tipo de intervenciones que realizaba era descubrimientos de heridas anfractuosas: exploraba la herida, eliminaba los cuerpos extraños y restos necróticos, cohibía las hemorragias, desinfectaba a base de malvavisco y colocaba un apósito impregnado de vino sobre la herida, dejándola muchas veces sin cerrar. Seguidamente inmovilizaba la extremidad lesionada, sobre todo si había fractura. Los heridos se trasladaban en ambulancias volantes diseñadas por el propio Larrey, a hospitales de retaguardia. Se aprovechaba la retirada y los movimientos del ejército para  ponerlas en marcha. Se tardarían muchos años en asimilar las enseñanzas de Larrey y desde luego no sería en la primera guerra carlista. Estas prácticas no estaban en la mente ni en las posibilidades de los ejércitos liberales o carlistas, a pesar de haber avanzado en el acondicionamiento de los establecimientos hospitalarios.

La Sanidad Militar liberal

    Al inicio de la guerra, no se disponía de una infraestructura sanitaria. La buena voluntad y la improvisación suplían las deficiencias del sistema. En abril de 1835, la guerra se estaba prolongando demasiado. Se reclamaban mejoras en la atención de los heridos de guerra, más médicos y más medios. El número de facultativos era escaso. Desde 1832 debían ingresar en la Sanidad Militar por oposición, carrera que ofrecía pocos alicientes. Para paliar esta falta, hubo que recurrir a médicos provisionales, a voluntarios de cuerpos francos (amigos del uniforme)y a practicantes que en muchos casos eran estudiantes de medicina a quienes se ofrecía el tiempo de permanencia en filas como años de escolaridad. Hernández Morejón separó en 1836 las carreras de medicina y cirugía, ello supuso una dualidad de cargos y un aumento de los gastos. Los inspectores de medicina, cirugía y farmacia formaban la Junta Directiva de Sanidad Militar.

    Fue preciso crear un cuerpo facultativo de médicos militares. En 1836, el Inspector Extraordinario Mateo Seoane elaboró un plan sanitario para todo el país, que aunque no llegó a se aprobado por las Cortes españolas, fue texto de referencia para otros planes de países europeos que lo copiaron por ser el único que existía. Mientras no hubo plana mayor facultativa, los heridos y enfermos se dejaban en los pueblos al cuidado de un cirujano sangrador  hasta que pudiesen ser trasladados a los hospitales fijos, que distaban mucho y eran civiles. A principios de 1836, se organizó la plana mayor. Se estableció el servicio de brigadas, se nombraron nuevos Profesores, se crearon botiquines, camillas y se establecieron hospitales de sangre, donde los heridos recibían un mejor auxilio.

 Botiquines

    A principios de 1835, el Ejército del Centro carecía de botiquines. En un simple pañuelo, se llevaban hilos, compresas, vendas y emplastos aglutinantes; y en las pistoleras de las sillas, unos pomitos de cristal con laúdano, azúcar de Saturno, la bolsa portátil y algunos instrumentos que ocupasen muy poco sitio. El sucesor de Mateo Soane, Manuel Codorniu Farreras, diseñó una bolas de campaña para primeras atenciones a los heridos en el campo de batalla. Dicha bolsa contenía; vendas anchas, pañuelos grandes, compresas, vendas imperdibles. La transportaban varios miembros de cualquier batallón con el propósito de utilizarse en caso de necesidad. La bolsa llevaba instrucciones de uso y la idea era que se pudiera inmovilizar un hombro, un brazo y que una herida pudiera llevar un apósito limpio. Fue la primera vez que se sugería la posibilidad de una primera atención en el frente de guerra, algo que llevaban mucho tiempo haciéndolo de manera rutinaria los ejércitos de Napoleón.

    En 1838, los batallones liberales en Aragón fueron provistos de botiquines y de algunas camillas, no completas ni de fácil manejo, creación de los propios oficiales médicos. No existía un material sanitario afecto a las unidades, por lo que cada una de ellas había diseñado botiquines a su gusto, baratos que abultasen poco de bajo peso y se utilizaban las caballerías requisadas en los pueblos cuando no disponían de mulas propias. A veces el botiquín era una caja o maleta a cargo de un practicante o soldado con disposición para el oficio. En el Norte, cada batallón liberal empezó a disponer de 8 camillas o parihuelas, según el manual de campaña de Percy. En Aragón, fueron más ligeras reducidas a unas varias sin conteras ni pies.

Operaciones durante el combate y evacuación de heridos

    La primera guerra carlista se caracterizó por la gran movilidad de los contendientes por terrenos accidentados y frecuentes escaramuzas. Las columnas gubernamentales debían moverse por zonas que con frecuencia estaban controladas por los carlistas y que además gozaban del apoyo de la población civil. Estas confrontaciones dificultaban la evacuación de los heridos a los hospitales.

    Los heridos liberales, en las escaramuzas de guerra eran curados en el mismo sitio de la acción, pues no se podía establecer un hospital de sangre, por falta de practicantes, botiquines y por la inseguridad del territorio por el que se movían. Los pueblos facilitaban los medios de transporte que tenían a mano, prestando las camillas de sus hospitales de beneficencia, parihuelas y féretros de las parroquias. Si los caminos eran buenos, se empleaban carros agrícolas formando convoyes protegidos por escoltas militares hasta que llegaba a un punto fortificado que dispusiera de hospitales. A veces los heridos permanecían 3 o 4 días en los primeros carros y si iban en camillas, lo hacían en las iglesias y principales edificios que encontraban a su paso, para lo cual los vecinos prestaban sus colchones y jergones. Se aprovechaba esa pausa para examinar los vendajes, hacer curas y las operaciones más urgentes.

    Para la campaña del general Oraá contra Morella en agosto de 1838, los liberales montaron un hospital militar en Alcañiz, en previsión de los heridos que se producirían. Los liberales levantaron hospitales de campaña o itinerantes, establecidos en zonas próximas a las líneas de fuego o combate, lo que permitió una atención inmediata a los heridos (frente de Morella).



    Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 89

    

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