sábado, 30 de octubre de 2021

PRESENTACIÓN DEL CRIMEN DE LAS TORRETAS/LO CRIMEN DE LES TORRETES

 



    El pasado 15 de agosto, se presentó en el pabellón de La Codoñera dentro de los actos de las Jornadas Culturales: "El crimen de Las Torretas/Lo crimen de Les Torretes". El acto acabó con la actuación de música tradicional del grupo del Mezquín "Barranc Fondo".

    También tuvo lugar el mismo acto, en el pabellón de La Cerollera el 20 de agosto. En La Cañada de Verich se presentó en la Plaza. En Valderrobres el domingo 22, en Camins Serret. En Torrevelilla el día 28 y para finalizar en Belmonte el día 7 de septiembre en la sala de plenos de los dos municipios.

    En todas las presentaciones, hubo un gran interés y participación de los asistentes para saber un poco más de este macabro hecho, en el debate que se hizo al final del acto.

    La novela está enmarcada dentro del contexto histórico tan convulso del siglo XIX, es por tanto la memoria de los acontecimientos históricos que marcaron este siglo, de las guerras carlistas y sus repercusiones en el Bajo Aragón. Y es el recuerdo del modo de vida cotidiana en los pequeños pueblos y la recreación de los trabajos y preocupaciones de una familia de agricultores de La Cerollera. Pero sobre todo, es un canto a la fuerza de la vida, como la que late en los olivos centenarios del  mas de Royo, que acompañan en su destino a los protagonistas de la novela. Siendo la crónica de unos asesinatos atroces e inexplicables que siguen conmocionando al lector casi 150 años después. El fondo del asunto fue la hybris basada en la venganza y el odio. El sentido y argumento de la novela representa el triunfo de la VIDA sobre la MUERTE.

    En esta novela, se da pie a la obra de Miguel de Unamuno "Paz en la Guerra". Con su título se vislumbra que la obra pertenece al género negro. En el prólogo se dan los detalles y el lugar donde tuvo lugar el crimen y los nombres de las personas asesinadas; un padre y sus dos hijos víctimas del suceso. Donde una cuarta víctima pudo escapar unas horas antes de que ocurrieran los hechos, con la sorpresa añadida para los autores del crimen al tenerlo todo planeado.

    En el lugar donde ocurrieron los hechos se encuentra un peirón de piedra, en el cual hay una hornacina con unos azulejos macabros  donde están muertos las tres víctimas, junto a un reguero de sangre y encima de sus cabezas una cruz . En ellos reza la siguiente inscripción: Aquí murieron alevosamente Francisco Bayod y sus dos hijos, Pedro y Sebastián el 11 de marzo de 1879.

    La trama negra no aparece hasta el final de la obra, manteniendo el hilo con las premoniciones que el lector ira descubriendo poco a poco. Se desarrolla en el tronco familiar del matrimonio entre Cristóbal y María de La Cerollera, donde irán apareciendo los conflictos internos para el posterior desenlace en el clímax.

    Los personajes se irán alimentando de aquellas vivencias definidas en aquel mundo rural oscuro y cerrado de la autarquía, con el convulso siglo XIX, que marcó un antes y un después en la historia de España; con la inestabilidad política, los conflictos bélicos, junto a la crisis económica del final de la centuria, que provocó el inicio de un proceso de despoblación que continuó en el Bajo Aragón hasta el siglo XX. La voluble meteorología, la bajada de precios y el cólera contribuyeron a agravar la situación.

    Por tanto, todo ello se verá reflejado en los pueblos, y muy definido en las familias que tuvieron el aliento y ánimo para sobrellevar todas aquellas adversidades y cargas que iban apareciendo.

    La felicidad de la familia Bayod, se vivió y desarrolló con el tiempo en el campo de los olivos centenarios del mas de Royo, donde construyeron su modo de vida en lo más humilde. Todas las vivencias que les fueron apareciendo a los descendientes, las transmitieron a los hijos, para dejar constancia como legado cultural de la familia.. Secuencias inolvidables de aquel modo de vida.

    En sus páginas, también están presentes las injusticias provocadas por el capricho de los gobernantes que ocultaron dejando impune hechos tan terribles como: el "Crimen de las Torretas". Injusticias como librarse del Servicio Militar Obligatorio, los más pudientes o los que tenían familiares relacionados con el ejército y el poder. Sobrecargar al pueblo en normas e impuestos. En definitiva, manejar al pueblo bajo el dictado de la opresión y el miedo.

    También están reflejados el ciclo agrícola y festivo que era el medio de vida para poder sobrevivir, y a la postre todas las adversidades de epidemias de cólera de 1854, 1853 y 1865. La gripe de 1847 y 1848.



    Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 82

viernes, 17 de septiembre de 2021

EL HOSPITAL MILITAR DE ALCAÑIZ EN LA PRIMERA GUERRA CARLISTA

 



    El convento de San Francisco se encontraba en el barrio del Arrabal, próximo a la Puerta de Valencia. Estaba formado por un conjunto de edificios, lindaba con la iglesia de San Francisco, al oeste con los huertos, por el norte con la plaza y por el sur con la acequia Nueva. Contaba con una espaciosa plaza y con las dependencias comunes del convento, tres pisos con espaciosas habitaciones, almacenes, claustro, un huerto y una iglesia. Como consecuencia de la política desamortizadora de Mendizábal, el gobernador de Teruel firmó el 8 de marzo de 1836 el decreto de exclaustración de la comunidad franciscana de Alcañiz y la supresión del convento.

    Cuando a primeros de mayo de 1838 los carlistas trataron de ocupar Alcañiz, bombardearon durante dos días el convento de San Francisco con su artillería emplazada al pie del Cabezo del Cuervo. Los disparos abrieron una brecha por la que penetró medio batallón carlista al mando de Bosque y dirigidos por un monje exclaustrado. En el claustro se estableció una violenta lucha con los defensores, soldados y milicianos nacionales que finalmente consiguieron expulsar a los atacantes. La oportuna llegada del general Marcelino Oraá obligó a Cabrera a retirarse y levantar el cerco.

    El general Oraá, al mando de cinco divisiones proyectó una gran operación para recuperar Morella durante el verano, ocupada por los carlistas. En Alcañiz, convertida en plaza fortificada, se almacenó el material necesario para el sitio de Morella, víveres, municiones, tren de artillería, calzados, etc. Para el cuidado de los heridos y enfermos se habilitó un nuevo punto de depósito de heridos. Hasta ese momento los soldados heridos y enfermos eran atendidos en el antiguo hospital municipal de San Nicolás de Bari, en la Plaza del Dean, desde donde eran evacuados a Zaragoza. Cuando ya no cupieron los enfermos y heridos, se creó un pequeño hospital militar en el convento de San Francisco. De la asistencia quirúrgica se encargó el 2º ayudante provisional, Ramón Villalva. La medicina estuvo a cargo del 2º ayudante, Tomás Merino Delgado. También hubo cuatro practicantes de cirugía que aumentaron a siete en el mes de agosto.

    El 29 de julio, Morella quedó cercada por un ejército formado por más de 20.000 soldados de infantería, 2.000 jinetes y 18 piezas de artillería. El 2 de agosto salió de Alcañiz por el camino de Castelserás un largo convoy de carros que llevaba la artillería gruesa, ingenieros y sanitarios, protegido por la 3ª división del general Santos de San Miguel con ocho batallones y tres escuadrones. La vanguardia fue hostilizada por las guerrillas de Bosque a su paso por Castelserás. Continuando por La Cerollera llegó a Monroyo la noche del 6. El avance del convoy fue muy lento debido a que Cabrera había mandado efectuar destrucciones a lo largo de la carretera desde Alcañiz a Morella. El 7 estaba en La Pobleta y el 8 en la ermita de San Marcos, donde se produjo una refriega con los carlistas que causó 70 heridos, los cuales, tras ser socorridos en la ermita y luego en Monroyo, fueron conducidos el 12 a Alcañiz. El 9, se instaló un hospital de sangre, a tiro de cañón de Morella, que fue destruido por el fuego. En el abandonado hostal de Beltrán, se montó otro hospital de sangre, en cuyo vestíbulo se hacían las operaciones. Luego, los heridos pasaban a otras habitaciones sobre cuyo suelo se habían dispuesto jergones y algún colchón, paralelos entre sí, aunque muy poco separados. Las operaciones tenían lugar sobre la antigua mesa del hostal, empleada como camilla, así como en alguna cama de bancos y tablas. Las operaciones de extracciones se practicaban sentados en sillas sin respaldo. La noche del 15 de agosto, se efectuó el primer asalto por la brecha abierta en la muralla de Morella. El ataque fracasó y hubo que atender a 25 oficiales y a 135 soldados heridos. El segundo asalto tuvo lugar el día 17 y volvió a fracasar, 3 jefes, 4 oficiales y 54 soldados murieron y fueron heridos, 2 jefes, 22 oficiales y 278 soldados. Los suministros siempre escasos, con raciones limitadas a poco pan, carne de carnero para hacer caldo, agua y vino. La fuerte resistencia hallada y las dificultades que comportaba mantener el sitio con pocos víveres, obligaron al general Oraá a levantar el sitio y volver a Alcañiz. En su retirada, arrastrando los 86 carros del tren de artillería y 21 de ingenieros, fueron hostilizados de modo permanente. El día 19 en el Estret de Portes los carlistas cargaron con 8 batallones. Al día siguiente, volvieron a ser tiroteados antes de llegar a La Cerollera. La noche del 21 llegaron a Valdealgorfa y el 22 entraron en Alcañiz. En los combates de los últimos días se produjeron las bajas de 20 oficiales, 311 infantes y 13 jinetes.

    Buenaventura de Córdoba en su libro "Vida militar y política de Cabrera", escribió que el día 20 el ejército se encontraba en el barranco de Val de Luna, a una legua de Belmonte y 4 de Alcañiz. El 21 el general Borso se adelantó, "escoltando 800 y tantos heridos, a fin de llegar cuanto antes a Alcañiz". El 22 entró el general en Alcañiz. Según Buenaventura de Córdoba, los carlistas tuvieron en Morella, 230 muertos, 696 heridos y 62 contusos, y en el campo quedaron más de 2.000 muertos y muchos heridos de los cuales, más de tres cuartas partes fallecieron a los pocos días. A finales de agosto, el hospital de Alcañiz atendió a 1.242 soldados, 938 eran enfermos de cirugía y 304 de medicina. Las principales operaciones que se practicaron fueron: desbridamientos o dilataciones de heridas de bala, extracciones de proyectiles y cuerpos extraños, amputaciones, separaciones, extracción o recesión de esquirlas.

    Con la caída de Morella, terminó la primera guerra carlista. Espartero trajo a Alcañiz buena parte del armamento y municiones recogido, que almacenó en el almudí, cerca de 4.000 cartuchos de cañón, más de 27.000 cartuchos de fusil, 11.000 kilos de pólvora, miles de espoletas, lanzafuegos y cartuchos de fuegos artificiales. El 2 de septiembre de 1840, durante una tormenta, un rayo incendió el polvorín, lo que desencadenó una gran explosión que causó 60 muertos, más de 200 heridos y la destrucción de buena parte de los edificios del centro de la ciudad, entre ellos el hospital de Nuestra Señora Bari. El 30 de octubre de 1840, el Ayuntamiento inició los trámites para convertir el convento de San Francisco, entonces desocupado, en un nuevo hospital. El Gobierno concedió, en 1842, el convento al Ayuntamiento, con la condición de que se instalara el almudí en la iglesia y se eliminasen todos los símbolos religiosos del edificio y se adoptara a los nuevos usos propuestos.

   El hospital mantendrá su actividad hasta 1961 cuando se decidió construir un nuevo centro hospitalario. En 1974 el antiguo convento franciscano fue derribado, solo se ha mantenido la iglesia de 1757.



     Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 81


lunes, 5 de julio de 2021

EL SITIO DE ALCAÑIZ EN 1838

 



    La caída de Morella en manos carlistas, el 26 de enero de 1838, fue motivo de profunda preocupación para el general Marcelino Oraá, jefe del Ejército del Centro. Los carlistas, dueños de 15 piezas de artillería, podían amenazar las plazas de Vinaroz, Amposta, Gandesa, Samper y Calanda, cuyas defensas habían sido realizadas sólo para resistir el fuego de fusilería y de pequeños cañones. El Ejército había visto reducido sus efectivos a 12 batallones y 10 escuadrones de caballería. Para penetrar en el Maestrazgo, era preciso juntar varias columnas fuertes con las que batir los 17 batallones que tenían los carlistas.

    El 5 de marzo, Cabañero atacó Zaragoza. El 22 de abril, los carlistas tomaron el fuerte de Calanda, el 27 se rindió Alcorisa y el 30 lo hizo Samper de Calanda. Los fuertes de Alcañiz y Caspe, se presumía que fueran los próximos objetivos de Cabrera. El siguiente paso fue el bloqueo de Alcañiz por los jinetes de Joaquín Bosque. En la ciudad, empezó a escasear el arroz para los soldados, la cebada para los caballos, y el aceite, carbón y leña para el fuego de las cocinas.

    Quienes trataban de romper el bloqueo llevando víveres en un radio de una hora alrededor de Alcañiz, arriesgaban la vida si eran apresados o en el mejor de los casos, ser duramente apaleados.

    En 1835, Alcañiz había sido fortificada bajo la dirección del capitán de ingenieros Juan de Ramón Miró y Carbonell. Sin embargo, como los medios materiales fueron escasos, tuvo que limitarse al aprovechamiento de las defensas naturales y de las viejas murallas medievales, completadas con construcciones de tapia y el aspillerado de los muros para cerrar el núcleo urbano. El castillo fue fortificado y artillado. Disponía de un cuartel de caballería en la plaza del Cuartelillo. En el lado sur de la población, por donde atacarían los carlistas, destacaba la mole del convento de San Francisco (1524), cercano a la puerta de Valencia por donde salían el camino de Valdealgorfa, entre los cabezos del Cuervo y del Calvario y el camino de Castelserás. El foso del trazado de la acequia Nueva o del Rebedal, al pie de los conventos de San Francisco y del Carmen (1604), era un pequeño obstáculo para el asaltante. El gobernador interino de la ciudad era Benito María Sierra, coronel del provincial de Burgos, fusileros de Aragón, milicianos nacionales y movilizados de Beceite.

EL ATAQUE

    Para alejar las columnas liberales de Alcañiz, Cabrera envió al coronel L´Espinace, por Calatayud y Villar de los Navarros, perseguido de inmediato por la división del general Evaristo de San Miguel que el día 11 llegaba a Daroca. Mientras, Llagostera se movía por los alrededores de Mezquita.

    Alcañiz, desguarnecida de tropas, la noche del día 1 de mayo, Cabrera se presentó al frente de 4 batallones de la división de Tortosa, 200 jinetes y 7 piezas de artillería. Mandaban las fuerzas, Miguel Puchol con el 1º de Mora, Juan Solanit con el 2º de Mora, Pedro de Camps con el 1º de Tortosa, Manuel Salvador de Palacios con el 2º de Tortosa y el capitán Joaquín Bosque con los Lanceros y Tiradores de Aragón. El ayudante de la división de Tortosa era el comandante Ramón María Pons. Otros capitanes carlistas que intervinieron fueron: Benito Luis y Antonio Tallada que resultó herido en un brazo.

    Por si los sitiados intentaban salir de Alcañiz, Cabrera camufló parte de sus tropas entre los olivares. A las 6 de la mañana del día 2, los carlistas se habían posicionado en las alturas del Cabezo del Cuervo y del Cabezo del Calvario. A las 8 se presentó Cabrera, y al poco empezó el fuego de fusilería entre ambas partes durante todo el día y la noche. Mientras, los carlistas acarreaban los pertrechos que necesitaban para el ataque.

    Al amanecer del día 3 aparecieron construidas cuatro baterías en la falda del Cabezo del Cuervo, una de 16 reforzada, otra de 12 y dos de 8. Durante todo el día y parte de la noche, se realizaron 469 disparos de bala y granada contra las paredes del convento de San Francisco. En el Cabezo del Calvario colocaron un obús que lanzó 52 granadas contra la ciudad y el castillo. Desde el castillo se contestó al fuego con disparos de cañón y disparos que duraron todo el día. Las pocas pausas se veían amenazadas por los gritos y amenazas que proferían los contendientes.. En la pared del convento se abrió una brecha que fue tapada durante la noche por los defensores empleando sacos y colchones proporcionados por el ayuntamiento, que también entregó alimentos y bebidas a los soldados.

    La mañana del 4, los carlistas volvieron a cañonear desde una hora más temprana que el día anterior y con mayor mayor insistencia. Todos los disparos fueron dirigidos contra el convento de San Francisco, hasta la una del mediodía en que cesó. Antes de dar la orden de asalto, Cabrera envió un parlamentario para intimar a los defensores a rendirse en el plazo de un cuarto de hora. Pasado ese tiempo, todos los habitantes, sin distinción de sexo, serían pasados a cuchillo. Los defensores respondieron colocando una bandera encarnada con una calavera negra en el centro.

    Los carlistas aumentaron su artillería con un cañón de a 12 y un mortero, que lanzó de 40 a 50 granadas. Se contabilizaron en total 562 cañonazos, 23 bombas de 5 arrobas de peso y 12 cohetes. En el convento, las balas rasas abrieron algunas brechas. A las 8h 30´ de la noche, se produjo la caída de una esquina del edificio y la techumbre, formándose una gran brecha. El capitán de la tercera compañía del provincial de Burgos, Juan de Mata López, que dirigía la defensa, y dos sodados de su compañía quedaron enterrados bajo los cascotes. Desde las 9 hasta las 10 de la noche, estuvieron tocando las bandas de música de los batallones carlistas marchas militares y otra sonatas. En el momento en que la música calló, se abrió el fuego, calificado de horroroso, con el mortero y otra piezas de artillería que duró hasta las 10 h y 30´.

    Cabrera dio la orden de atacar Alcañiz por tres puntos. Por el convento de San Francisco, fue el ataque principal. Medio batallón del 1º de Tortosa penetró por la gran brecha. Los asaltantes, a las órdenes de Pedro José de Camps y del ayudante de campo Juan José González, fueron guiados por un antiguo fraile del convento y por un paisano llamado Bosque. Por dos veces intentaron entrar. La primera vez, consiguieron tomar gran parte de edificio sin que los defensores tuvieran tiempo de responder. Dos soldados capturados por los carlistas fueron fusilados de inmediato. La reacción de los defensores fue contundente, a cargo del teniente Miguel Antón del provincial de Burgos y del sargento Domingo Foz de los movilizados de Beceite. En plena oscuridad, por el claustro, corredores y escaleras, con el edificio amenazando de desplomarse, se produjo una violenta refriega con disparos a la corta distancia  de 10 pasos y lucha de cuerpo a cuerpo. Por la parte de la iglesia fueron perseguidos por el capitán de Burgos, Norberto Ortiz. El combate duró unas 3 horas y a ella se incorporaron el juez de primera instancia, Manuel Berdiela, que se encargó de animar a los soldados y el juez del partido de Valderrobres, Mariano Lescartín, con un fusil en la mano. El jefe de la milicia nacional de Alcañiz y otros oficiales optaron por abandonar la ciudad durante el ataque. El subteniente Antonio de Piniés, del provincial de Burgos, sería condecorado con la Cruz de San Fernando de primera clase. Los liberales tuvieron 4 muertos en los claustros y en el huerto inmediato, entre ellos el capitán Juan de Mata y 3 soldados. Hubo 11 heridos, entre ellos, el teniente Miguel Antón, el sargento 2º del provincial de Burgos, Roque Villar y el sargento 2º de los movilizados de Beceite, Domingo Foz. Según Cabrera, los defensores perdieron 150 hombres y otros 300 desertaron . Los carlistas sufrieron 7 muertos y 31 heridos. A  partir de las 2 de la madrugada el ataque disminuyó en intensidad.

    A la misma hora, por la parte del convento del Carmen, un batallón carlista, que llevaba consigo de 20 a 30 escaleras de mano, logró arrimarse a las paredes del edificio. La feroz defensa de los sitiados les obligó a abandonar la empresa dejando abandonadas las escaleras. El tercer ataque ocurrió por el puente nuevo, a cargo de algunas compañías de fusileros que hicieron un intenso fuego.

        Conocedores los carlistas de la próxima llegada de las columnas liberales de Oraá, San Miguel y Abecía, retiraron su artillería el día 6 y horas después levantaron el sitio, marchando hacia Castelserás y Calanda. Cabrera, antes de retirarse, volvió a intimar la rendición de los alcañizanos, sin recibir respuesta. Bosque se situó a distancia para mantener el bloqueo de la ciudad. Al día siguiente, Oraá entró en Alcañiz con 7 batallones y 5 escuadrones. Este, sin embargo, no fue el único asedio que sufrió la ciudad.


    Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 79



domingo, 13 de junio de 2021

EL FUERTE DE CALANDA EN MANOS CARLISTAS EN 1838

 



    Calanda era una pequeña población que contaba con 600 casas en 1838. Situada a 18 leguas al SE de Zaragoza y a 3 al SO de Alcañiz, era una localidad que los liberales fortificaron y pusieron una pequeña guarnición para que les sirviera de defensa contra un posible ataque carlista contra la ciudad. El 29 de mayo de 1835, el Alcalde Mayor de Alcañiz y teniente corregidor de los pueblos publicó un bando en el que invitaba a los aragoneses  "....a tomar las armas y convocarlos en defensa de los derechos de Isabel II y la libertad de la Nación". En Calanda se creó la nacional que a finales de julio constaba de una compañía con 4 escuadras al mando de un teniente, 2 subtenientes con 94 urbanos, un corneta y un tambor. A finales de ese año, 59 vecinos de la población habían huído para unirse a los carlistas. En 1836, el capítulo eclesiástico de Calanda hizo un donativo para la intendencia del ejército en Aragón. Mariano Domingo dio 120 reales y Jaime Gil 100.

    Calanda formaba parte con Alcorisa, Alcañiz y Caspe, de la línea fortificada del río Guadalope. Como defensas exteriores, se fortificaron las ermitas de Santa Bárbara y de San Blas que dominaban los caminos de Castelserás y de Alcorisa, rodeándolas con un muro aspillero1 y algunos tambores2, situados de trecho en trecho. En el interior de la población, se fortificaron el viejo castillo, el convento de capuchinos y un torreón contiguo. Calanda estaba defendida por 2 compañías del Provincial de Burgos y 200 milicianos nacionales. El 21 de junio de 1837, debido al escandaloso comportamiento de la compañía de cazadores del provincial de Burgos, insubordinación y desobediencia, la unidad fue disuelta y reorganizada con nuevos soldados.

    Después de la caída del fuerte de Torrevelilla el 3 de septiembre de 1837, el general Nogueras se presentó en Calanda. Se marchó hacia Daroca el día 8 de octubre a las 6 de la mañana, obedeciendo órdenes superiores, se lamentó de dejar la población con tan poca guarnición, 50 hombres, abierta, con 4 fuertes, 3 de los cuales eran exteriores, y un torreón.

    El 14 de noviembre, los carlistas fueron derrotados en Castelserás por la columna móvil del brigadier     Abecia; pero los resultados no cambiaron el curso de la guerra que en esas fechas favorecía a los carlistas. La escasez de suministros, la falta de tropas y los pocos logros alcanzados persiguiendo a las partidas carlistas, habían reducido la credibilidad del brigadier, al tiempo que aumentaba la preocupación ante un posible ataque de Cabrera a la ciudad de Alcañiz.

    A primeros de abril de 1838, Cabrera se preparó para el asalto de Calanda como paso previo a un ataque contra Alcañiz. Para ello, ordenó Llagostera, jefe de la división de Tortosa, que el 18 de abril estuviera situado frente a Calanda con los dos batallones de Mora y los dos de Tortosa, para que estableciera el cerco del pueblo y construyera los emplazamientos para las baterías que iban a llegar. El corresponsal en Alcañiz del periódico Eco del Comercio, con fecha del 16 de abril, advertía de los planes de Cabrera, que había salido de Cantavieja con 11 cortos batallones y 3 escuadrones con piezas de artillería hacia el Bajo Aragón, y que " según los del país, su objeto es apoderarse de los fuertes de Alcorisa, Caspe, Calanda y Smper, donde la tentativa le saldrá bien al tener enfrente al malísimo brigadier Abecia cuyo resultados son nulos". La guarnición de Calanda rondaba en ese momento los 500 hombres. El Correo Nacional, en su edición del 20 de abril, publicó que " La facción de Cabrera se halla reunida, según nos escriben de Alcañiz, en el Bajo Argón, con el al parecer, de dar un golpe de mano sobre alguno de aquellos puntos fortificados, aprovechando sin duda la coyuntura de no haber columna a la sazón que les puedan estorbar sus proyectos. La pequeña guarnición y nacionales de Alcañiz están sin embargo decididos a sostenerse a todo trance". Por su parte, El Amigo del pueblo advertía que si Cabrera "se posesionase de los fuertes de Alcorisa, Alcañiz, Caspe, Calanda y Samper, le preguntaríamos (al gobierno) ¿qué medidas habéis tomado para impedirlo?". Criticaba la falta de fuerzas y terminaba diciendo, "San Miguel hará cuanto pueda, Abecia lo que sepa".

    El 18 de abril, se encontraban en Castelserás dos batallones carlistas y se organizó un hospital en casa de Doña Francisca, para hacerse cargo de los futuros heridos. Por la tarde, llegaron a Castelserás dos batallones de Luis Llagostera. Poco después, entre las 6 y las 7 salieron dos batallones en dirección a Calanda, consigo llevaban gran cantidad de cañizos, tablas, toneles, fajinas y talegas junto a un centenar de hombres para preparar las baterías donde colocar las pezas mayores, y un obús de carga o morterete pequeño. Cabrera salió de Morella y pernoctó en La Ginebrosa.

    A las 11 de la mañana del 19, Cabrera, escoltado por 100 jinetes, llegó a Castelserás. A las 3 de la tarde, marchó a Calanda para organizar el sitio, donde ya había 5 batallones esperándole y otro que quedó en Castelserás. Según un parte del comandante de armas de Samper, los carlistas llevaron a Calanda 60 cargas de de trigo, 80 de vino y 50 de3 aceite.

   La artillería, que estaba en una venta antes de Monroyo, fue llevada a La Cañada, un cañón de a 16, otro de a 12, otro de a 8, una culebrina de a 4 y 2 morteretes. El 19 fue transportada hacia Castelserás con las caballerías requisadas en los pueblos del entorno. Sin detenerse, continuó a su nuevo emplazamiento en Calanda donde llegó a las 5 de la tarde. Colocadas las piezas en batería, comenzaron a disparar contra los fuertes exteriores. A 60 pasos de la cortina aspillerada de Santa Bárbara, se preparó el emplazamiento de otra batería. Como desde la muralla obstaculizaran los trabajos, Cabrera ordenó a su ayudante Joaquín Aguilera, que al mando de una compañía se parapetase en una casa cercana situada a 10 pasos de la muralla y que desde ella, la mitad de sus hombres abriera fuego contra el muro aspillerado. Como sus ho0mbres vacilaran, Aguilera se puso al frente de ellos; pero enseguida fue gravemente herido. Cuatro voluntarios lograron rescatarlo y llevarlo a sus filas, aun vivo.

    Según relató el propio Cabrera en un informe dirigido al Presidente de la Junta Carlista, los fuegos de la artillería se dirigieron contra el fuerte de Santa Bárbara situado en posición dominante. Tras los primeros disparos y comprobar que la infantería carlista había cortado sus co0municaciones con los demás fortines, un soldado salió del fuerte y propuso su rendición si los defensores salvaban la vida. Admitida la propuesta, se rindieron entre las 5,30 y las 6 de la tarde. La noticia de la caída del fortín llegó a Alcañiz a las 12 de la noche.

    Durante la noche se trasladó la artillería al fuerte se Santa Bárbara y se inició el fuego contra el fuerte de San Blas. Al amanecer del día 20, tras unos primeros disparos, los carlistas se aproximaro9n a un tiro de fusil del fuerte que presentaba un gran boquete y había sido abandonado por sus defensores. Desde ese punto disparaban contra la población y el fuerte interior. Durante la noche el fuego prendió en las casas del barrio de Cantarería, según narró un testigo y continuaba a las 10 h 30" de la mañana. Un correo enviado a Alcorisa por los sitiados fue capturado. En el comunicado enviado a Alcañiz, el comandante de armas exponía el terrible fuego que hacía la artillería y la situación crítica en que se hallaban los defensores a punto de sucumbir si no recibían auxilio. El fuego se dirigió contra la muralla en la que se abrieron dos pequeñas brechas. A lo largo del día, dispararon 130 cañonazos. A las 8 de la noche, después de disparar la segunda granada, los carlistas asaltaron la muralla por dos puntos. Tras una fuerte resistencia inicial, media hora después, hacia las 8 h 30", los carlistas penetraron por la puerta de Andorra y se extendieron hacia la Plaza. La guarnición se replegó hacia el castillo, convento de capuchinos y el torreón. El capitán Fernando Gil con 5 nacionales logró escapar y llegar hasta Alcañiz, carente de tropas para auxiliar a los calandinos, mandó correos en petición de ayuda.

    Al amanecer del 21, tras unos pocos disparos contra el torreón, los defensores lo abandonaron saltando por una ventana trasera hacia el convento. A continuación el fuego se dirigió contra éste y se abrió una brecha en el muro, per su fuerte grosor y el fuego de los defensores impidieron el asalto. Finalmente, pudieron penetrar los cazadores del 2º de Tortosa y a las 5 de la tarde se rindieron. Los pocos defensores que quedaban se retiraron al castillo entre las 8 y las 9 de la noche. Los carlistas introdujeron la artillería en el interior del pueblo y empezaron a disparar contra el castillo. El capitán retirado, Fernando Gil, con 10 milicianos nacionales pudo escapar y llegar a Samper entre las 4 y las 5 de la madrugada.. El soldado Joaquín Loscos, del 2º batallón de francos, llegó a Alcañiz a las 5 de la mañana tras escapar al perderse el torreón. El general Santos de San Miguel se encontraba en Híjar, dispuesto a avanzar sobre Calanda para levantar el sitio; pero disponía de pocas fuerzas. A las 2 de la mañana, fue avisado de la caída de la plaza durante la noche. Ante esta noticia, y por disponer de pocas fuerzas, optó por situarse entre Alcañiz y Caspe por si los carlistas atacaban alguna de ellas. A las 6 de la mañana del 22, el comandante de armas de Calanda, a la vista de los destrozos ocasionados en el castillo por la artillería, capituló con sus hombres. La iglesia y parte de las casa de la población ardieron.

    En su informe, Cabrera escribió que los liberales tuvieron 42 muertos y 393 prisioneros, entre ellos el comandante y 19 oficiales. Se recogieron 412 fusiles, 16 caballos, víveres y municiones. Los carlistas tuvieron un oficial muerto y 4 soldados, además fueron heridos 3 oficiales del 2º de Tortosa y el ayudante de Cabrera, Joaquín Aguilera. Cabrera mandó que las sábanas, mantas, jergones y camisas halladas en el fuerte principal se llevaran con los heridos al hospital de Horta, recientemente establecido. Por su parte, el coronel del regimiento provincial de Burgos, Benito María Sierra, en su comunicado del día 24 en el que explicó los motivos que propiciaron la caída de Calanda, dijo que la escasa guarnición no pudo aguantar el ataque de 5 batallones con 8 piezas de artillería de grueso calibre por lo que tuvo que capitular. Manifestó que el día 19 no pudo socorrerlos debido a la poca guarnición que tenía y que comunicó loa crítica situación en que se hallaban al brigadier José Abecia, comandante general de la división del Bajo Aragón para que acudiera a socorrerla. Sus desvelos fueron infructuosos, pues aunque la división al mando superior del general San Miguel se movió, llegó por la tarde, cuando los prisioneros estaban camino de Cantavieja o de MKorella.

    Los prisioneros fueron 7 oficiales y 130 soldados del provincial de Burgos. Los oficiales capturados fueron los tenientes José Agüero Moreau y Gonzalo del Río y los subtenientes José Díaz Agüero, Ángel Santos, Gregorio Salinas, Rodrigo García de León y Alberto Robotti. La prensa liberal publicó que la suma total de prisioneros ascendía a 338, entre tropa y nacionales. Entre los prisioneros también se encontraban de 70 a 80 milicianos nacionales, muchos de los cuales fueron inmediatamente fusilados junto a la ermita de Santa Bárbara.

    Los prisioneros supervivientes fueron llevados a Cantavieja y luego a Morella, donde 22 de ellos serían fusilados en la de los Estudios el 4 de julio.

    La tarde del 10 del agosto, los prisioneros de Calanda y Benicarló que, habían sido llevados a Ballestar, se sublevaron dirigidos por Ramón Gil, jefe de los nacionales de Calanda, se apoderaron de las armas de la guardia y emprendieron la fuga hacia Vinaroz. Fueron perseguidos y conforme eran capturados fueron fusilados. Dos años más tarde, cuando Cabrera abandonó Aragón en junio de 1840, los últimos nacionales fueron lanzados maniatados al río Ebro en Mora. Entre ellos se encontraban, el médico calandino Carlos Llop y el propietario de Torrevelilla, Manuel Velilla.

    La caída de Calanda provocó un cierto desánimo en las calles de Zaragoza, al temer un nuevo asalto. Se produjeron algunos alborotos populares y se liberó algún preso.

    El día 26 el comandante de armas de Alcorisa comunicó a Alcañiz que el fuerte estaba bloqueado y que si no era socorrido correría la misma suerte que el de Calanda. Cabrera marchó contra la población con dos piezas de artillería y al día siguiente llegó el coronel Feiu con el 2º batallón de Tortosa. Al no recibir ayuda, los liberales abandonaron la fortificación escapando en dirección a Montalbán. Los carlistas encontraron en la plaza un importante almacén de víveres. Dos días más tarde, Cabrera marchó hacia Samper de Calanda, distante 8 horas de Calanda. A las 3 de la mañana del día 30, se presentó ante sus muros con el 2º batallón de Tor4tosa, 80 jinetes y 2 cañones. A las 5, intimó la rendición de la población que se produjo dos horas después. Los carlistas capturaron 157 prisioneros, 367 fusiles, 14 caballos y 30.000 cartuchos de fusil. Las fortificaciones fueron destruidas. El paso de Cabrera será poner sitio a la plaza de Alcañiz. Mientras, mandó reparar los caminos de Alcorisa y Calanda para facilitar el paso de la artillería.

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1. A.H.A. Caja 5.Comunicación del Alcalde Mayor de Alcañiz, 29 de mayo de 1835.

2. La aspillera es u7na abertura loarga y estrecha en un muro para disparar por ella.


    Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 77



jueves, 3 de junio de 2021

TERMINACIÓN DEL PROYECTO HISTÓRICO "LA CODOÑERA"

 


    El pasado 9 de agosto de 2020, se presentó en La Codoñera el último volumen sobre la historia de esta población, enmarcada en el contexto de sucesos y vivencias que afectaron al Bajo Aragón durante los siglos XVII y XVIII. Con este libro, los autores finalizan un proyecto histórico que ha durado más de 30 años, trabajo en el que han colaborado especialistas en áreas tan distintas como la lengua, la música, la arqueología, la historia, la filosofía, el arte, la geología o la arquitectura. Junto a ellas, es preciso reseñar las aportaciones anónimas de mujeres y hombres del pueblo. La labor de campo ha completado la información documental en aras a un mejor conocimiento de nuestro entorno geográfico y humano.

    El primer volumen de La Codoñera en su historia se presentó en las fiestas patronales de San Cosme y San Damián de 1995. El libro consta de dos partes, en la primera se hace una introducción al medio físico y humano de La Codoñera con una recopilación de sus tradiciones, la mayor parte de ellas fruto de la encuesta a medio centenar de personas cuyas edades, en ese momento superaban los 80 años. La segunda parte, comprende: el estudio de la prehistoria del lugar a cargo de José Antonio Benavente, Secundino Comín y Carlos Navarro; un completo análisis de la lengua hablada del pueblo por parte del Dr. Artur Quintana y la historia del lugar hasta el 1500, que ha contado con la documentación recogida en el Archivo Diocesano de Zaragoza desde la fundación de su iglesia parroquial ocurrida hacia 1180. Esta parte contó con las del historiador Joaquín  Monclús, Jesús Pallarés y Francisco García, con el prólogo de Pedro Rújula.

   El segundo volumen fue presentado el día del Pilar de 2000. Comprende el estudio del siglo XVI y contó con la colaboración del musicólogo Blas Sancho, del filósofo Andreu Grau, del lingüista Artur Quintana, del técnico aparejador Francisco García y de los historiadores María Pilar Anglés, Pedro Rújula, Alberto Bayod, José Manuel Latorre y Jesús Pallarés. La mayor parte de la documentación utilizada procede del Archivo de Protocolos Notariales de Alcañiz y del Archivo Diocesano de Zaragoza. El prólogo corrió a cargo de José Ignacio Micolau, anterior responsable del Archivo y Biblioteca de Alcañiz.

    En la semana cultural del verano de 2006, se presentó el sexto volumen. Este libro comprende la historia del siglo XX. Para su redacción, además de la bibliografía consultada y la documentación del Archivo Militar de la Guerra Civil de Ávila, se ha encuestado a más de un centenar de vecinos y vecinas que nos contaron sus vivencias, antes, durante y después de la guerra civil. La alteración del orden lógico de publicación obedeció principalmente a un tema sentimental para no retardarla, dada la edad de los informantes. Colaboraron en este libro, Pedro Rújula, Alberto Bayod, Alejandro Abadía, Jesús Celma y Jesús Pallarés. El prólogo fue realizado por el periodista Ramón Mur.

    En las fiestas patronales de 2015, presentamos el quinto volumen centrado en el siglo XIX. Cabe reseñar el protagonismo de nuestro pueblo en el inicio de la primera guerra carlista con el grito dado por Carnicer en favor del Pretendiente Carlista el 12 de octubre de 1833. Colaboraron en este libro: la archivera del municipio de Alcañiz, Teresa Thomson y los historiadores Pedro Rújula, José Ramón Villanueva, Javier Bel, Gregorio Paricio, Luis Antonio Pellicer y Jesús Celma. El prólogo fue redactado por José Ramón Villanueva. El 9 de agosto de 2020, se presentó el último volumen que comprende los siglos XVII y XVIII. El volumen comprende más de 700 páginas de texto e imágenes, que, en principio, deberían  haberse desglosado en dos volúmenes, pero la crisis económica y los recortes presupuestarios de los últimos años han llevado a la publicación de un único texto (volumen 3 y 4). El licenciado en Historia del Arte, Jorge Martín Marco, ha realizado el estudio de la ermita de Loreto, dentro de su proyecto de Investigación I+D, sobre los diseños de arquitectura gótica en la península Ibérica entre los siglos XVII y XVIII. Otras valiosas colaboraciones se deben a: Alejandro Abadía, Emilio Dobato, Gregorio Paricio y Javier Bel. Alberto Bayod ha escrito el prólogo de este volumen.

    Las fuentes documentales han sido numerosas: Archivo de Protocolos de Alcañiz, del cual se han consultado más de 600 protocolos que abarcan el período desde finales del siglo XV hasta finales del siglo XIX; Archivo Histórico de Alcañiz, con información de los siglos XIX y XX. Archivo Diocesano de Zaragoza, con sus Visitas Pastorales, matrículas de Comunión Pascual, obras, fundaciones de Beneficios y Capellanías, nombramientos de vicarios y beneficiados, Procesos Criminales y otros; Archivo Histórico Provincial de Zaragoza, entre cuyos documentos cabe reseñar el pleito que durante décadas enfrentó a La Codoñera con Torrevelilla; Archivo Histórico Nacional de Madrid con datos sobre censales pagados a los beneficios de la iglesia y Visitas de la Orden de Calatrava; Archivo de la Corona de Aragón, con documentos sobre la primera concordia entre Alcañiz y sus barrios en 1615; Archivo Provincial de Teruel; Archivos locales de La Codoñera, Valdealgorfa, Torrevelilla y Belmonte; Archivos particulares y Hemerotecas de Barcelona, Madrid y Zaragoza.

    Aunque el proyecto histórico puede darse por terminado, los autores tratarán en un pequeño anexo la toponimia histórica de La Codoñera que esperan publicar en tiempos no muy lejanos.

    Este último volumen que se presentó, son en realidad dos libros, el III y el IV, que comprende el estudio de los siglos XVII y XVIII. No se trata de una investigación circunscrita sólo a La Codoñera. Los autores sitúan los avatares históricos ocurridos en el pueblo dentro de un contexto más amplio que se extiende a gran número de localidades del Bajo Argón. Destaca en este sentido Alcañiz, de quien La Codoñera fue un barrio hasta que obtuvo el privilegio real de villazgo en 1776. Con los pueblos de su entorno más inmediato compartió experiencias comunes, pero también rivalidades económicas y políticas que se detallan en el texto.

    Este 5º volumen comprende más de 700 páginas que incluyen copias de documentos originales e imágenes, varias de ellas en color. El libro se estructura en siete capítulos principales, precedidos de un prólogo del historiador belmontino, Alberto Bayod. Los cuatro primeros capítulos abarcan el estudio del medio físico y humano, la familia, el espacio social y la actividad productiva. El quinto capítulo incide en la historia de La Codoñera en el período de los Austrias. En él se analizan los principales avatares del período: el problema morisco; la concordia de 1624 con Alcañiz, que supuso el primer paso en la autonomía del pueblo; la guerra fronteriza con Cataluña en 1640, la peste y la crisis económica derivada de la contienda. En el capítulo sexto se estudia el siglo XVIII con la llegada de la nueva dinastía Borbónica, la incidencia de la Guerra de Sucesión y los cambios derivados de la pérdida de los Fueros en 1707. La segunda mitad del siglo será una etapa de recuperación económica con la construcción de la Acequia del Siscar en 1745, que permitió la transformación del secano en regadío, la ampliación de cultivos; el aumento demográfico de la población y la obtención del villazgo que supuso la plena independencia de Alcañiz.

    El séptimo capítulo se dedica a la parroquia de La Codoñera. En su redacción se ha contado con la valiosa colaboración de Jorge Martín Marco. Su trabajo forma parte del proyecto de Investigación I+D, sobre los diseños de arquitectura de tradición gótica en la península Iberíca entre los siglos XVII y XVIII. Este capítulo se estructura en tres apartados: la iglesia parroquial y las modificaciones experimentadas en el edificio a lo largo del tiempo; la ermita de Nuestra Señora de Loreto, la joya de La Codoñera y el estudio de la parroquia con sus vicarios y beneficiados.

   En la ejecución del trabajo, ha sido fundamental la colaboración prestada por los responsables del Archivo de Prtocolos Notariales de Alcañiz y del Archivo Diocesano de Zaragoza.


    Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 70