viernes, 28 de junio de 2019

CARLISTAS DEL BAJO ARAGÓN DEPORTADOS A CUBA





     Durante la primera guerra carlista los métodos empleados por ambas partes para reducir al opositor se caracterizaban por su extrema violencia, prodigándose los fusilamientos de prisioneros, de los cabecillas y de aquellos soldados indultados que habían vuelto a tomar las armas. Un Real Decreto de 1 de octubre de 1830 estableció que quienes prestaran auxilio de armas, municiones o víveres a los rebeldes serían pasados por las armas. Debido a la necesidad de establecer una ley que permitiera castigar a la multitud de "facciosos" que se cogían prisioneros, y a los que por su número no era posible aplicar la última pena, y poder distinguirlos de los cabecillas, instigadores y oficiales para que quienes sí se aplicaría la pena capital, se promulgó el R.D. de 21 de enero de 1834 que ordenaba: "Que todos los individuos pertenecientes a las facciones (excepto los cabecillas y los que hayan usurpado el título de oficiales, los cuales deben sufrir las penas de la ley), bien sean aprehendidos por la tropa, por los justicias o por los paisanos, serán destinados al servicio de las armas por seis años, a saber: los titulados sargentos y cabos a los Regimientos Fijos de Ceuta, La Habana y las Compañías Fijas de los presidios de África; y los restantes a cuerpos de los existentes en las islas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas".
     El 15 de febrero el Consejo de Ministros, presidido por la Reina, perdonó a 73 "ex voluntarios realistas" condenados a muerte por la comisión militar por su participación de la sublevación del 27 de octubre. Fueron destinados por diez años a las posesiones de América y Asia. El 20 de marzo los prisioneros carlistas de Vitoria debían ser conducidos a un puerto para ser embarcados a ultramar. A primeros de mayo, la columna del coronel Rebollo llevaba una cuerda de rematados ( condenados por fallo ejecutorio a alguna pena ) y facciosos a Teruel. Esta fue acatada por sus compañeros de partida con objeto de liberarlos de su destino en ultramar.
    El 10 de abril de 1834, Carnicer, que había cruzado el Ebro para apoyar el levantamiento carlista en Cataluña, fue derrotado en Mayals. Sufrió unos trescientos muertos, entre ellos el teniente coronel Martín Jayme de La Codoñera y cerca de 700 prisioneros que fueron llevados a Tarragona. El capitán general de Cataluña promulgó un decreto por el que ordenaba que a partir de esa fecha fueron pasados por las armas no solo los jefes y oficiales que se hiciesen prisioneros sino también quienes tras haberse acogido a indulto hubieran vuelto a incorporarse a la facción y a quienes ayudasen materialmente a los carlistas. Los prisioneros fueron condenados al servicio de armas en Ultramar por las comisiones militares. La prensa de mayo y junio se hizo eco de las primeras deportaciones. La Revista Española del 16 de mayo publicó una relación con los nombres de los primeros carlistas y de los lugares en que vivían. Estos formaban parte de la partida del Barón de Hervés en la acción de Calanda (27 nombres, 3 de los cuales eran de La Codoñera y 1 del Mas de las Matas) y de la partida de Manuel Carnicer, capturados en la acción de Mayals ( 40 hombres de los cuales 3 procedían de La Codoñera y Valjunquera, 2 de Ariño 7 de otros pueblos bajoaragoneses ). Salieron de Aragón el 30 de abril hacia Valencia, estaban destinados a ultramar por seis años según el R. D. del 21 de enero. El 2 de junio de 1834 el Diario de Barcelona publicó la noticia de la partida desde el puerto de Barcelona de un barco que llevaba presos carlistas a la isla de Cuba, procedían de las partidas de Carnicer (78) y de Quilez (23). El periódico, además de los nombres de los presos, mencionaba sus lugares de nacimiento entre los que había diferentes localidades bajoaragonesas como: Alcañiz, Hijar, Maella, Samper de Calanda, La Codoñera, Torrecilla de Alcañiz, Monroyo, Valdealgorfa, Mas de Las Matas, Hervés, Castelserás, Fuentespalda, Calaceite y Mazaleón. Con respecto a las edades la mayoría eran jóvenes entre 15 y 24 años, siendo los más mayores cercanos a los cincuenta. El estado civil de los presos era mayoritariamente de solteros, siendo los casados alrededor alrededor de un tercio y 2 viudos.
    El barco empleado fue la polacra Pepita de 165 toneladas, construida en astilleros catalanes en 1833 y mandada por el capitán Narciso Maciá. El 2 de mayo de 1834 volvió de La Habana con cargamento de cera y azúcar. Un mes más tarde realizó el transporte de los prisioneros carlistas y el 19 de noviembre volvió a Barcelona para zarpar de nuevo el 25 de diciembre. Al año siguiente trajo un cargamento de algodón de las costas de Brasil, de regreso de un posible transporte de esclavos desde Guinea.
    La madrugada del 27 de junio de 1834, salieron de Zaragoza con destino a Valencia 35 prisioneros carlistas para ser embarcados con destino a ultramar. En la relación publicada por el periódico Diario de Barcelona del 30 de junio, figuraban 4 presos de Caspe, 2 de Torrecilla, 2 de Castelserás, y 1 de Castelserás, Alcañiz, Alcorisa, La Ginebrosa y Mas de Las Matas. En esta ocasión se anotó el oficio que ejercían los detenidos, entre los que destacaban los labradores (10), alpargateros (4), jornaleros (4) y tejeros (4). El día 16 de agosto se publicó otra lista con los nombres de 105 carlistas capturados en Tarragona enviados a la isla de Cuba. Ese mismo día, el Secretario de Estado del Despacho de Guerra expuso ante las Cortes Generales el cumplimiento de las medidas de deportación tomadas contra los prisioneros carlistas "....habiéndose verificado ya la conducción de muchos de estos reos a los mencionados puntos". Finalmente el envío de carlistas a Filipinas fue descartado por peculiares circunstancias del archipiélago.
    El 27 de abril de abril de 1835 se firmó el Convenio Elliot que trató de humanizar la guerra y de preservar las vidas de los prisioneros, mediante su intercambio periódico. Las deportaciones aumentaron considerablemente por lo que fue necesario establecer en la isla del León ( Cádiz ) un Depósito de Destinados a Ultramar. La Intendencia de Cuba pagaba el transporte hasta los puertos que tenían Depósito en buques de la Marina Real o de particulares. El 18 de mayo salieron del puerto de Tarragona 76 prisioneros.
    Otro barco que transportó prisioneros fue el bergantín mercante Lancero, que con una tripulación de 16 hombres hizo la ruta Barcelona, Tarragona y Málaga, donde el 15 de julio cargó 150 carlistas confinados a La Habana. Los presos se amotinaron y lograron que el buque amarrara en Gibraltar. El periódico El Eco del Comercio los describrió como "descamisados reunidos. Unos sin zapatos, otros con alpargatas, sin sombreros los unos, y con pañuelo a la cabeza los otros...¡Qué fachas de perdularios"! ¡Qué chusma !. El 17 de octubre fueron embarcados 51 carlistas catalanes en el puerto de Barcelona con destino a La Habana, condenados entre 6 y 10 años de presidio y servicio de armas. La travesía se realizó en el bergantín Temible, de 155 Tm al mando del capitán Pedro Collazo. El 7 de noviembre de 1835 fueron 150 hombres los destinados a los cuerpos o presidios de ultramar. En la lista de nombres se encontraban 10 prisioneros 10 prisioneros procedentes del Bajo Aragón ( 6 de Maella y 1 de los pueblos de Calanda, Puebla de Hijar, Fórnoles y Alcorisa).
    Los presos fueron en general deportados en barcos mercantes de particulares y pocos en los de la marina de guerra (caso de los desertores). Algunos de los buques empleados fueron: la fragata Ica, la polacra Narcisa y los bergantines Pronto, Lancero, Especulación, Temible, Místico San Agustín, Aurora, Amable y Carolina. Estos barcos desplazaban de 115 a 160 toneladas y se dedicaban al transporte de mercancías entre la Península y La Habana, negocio que algunos completaban con esporádicos viajes al golfo de Guinea para el lucrativo negocio de tráfico negrero a Brasil y Cuba. De esta manera, durante la primera guerra carlista, 2.100 prisioneros fueron enviados a Puerto Rico y 1.500 a Cuba. Estos, según el decreto, sólo debían emplearse en servicios de armas, sin embargo se permitió que las autoridades militares los destinaran a otros trabajos atendiendo a sus oficios y profesiones, mirando por el fenómeno de la isla. Estos años coinciden con su despegue económico favorecido por el alza de los precios del azúcar, las innovaciones tecnológicas y el abaratamiento de los transportes. Los prisioneros fueron empleados como mano de obra barata en obras públicas como la construcción del primer ferrocarril. El vómito negro (fiebre amarilla), las disenterías y el calor los diezmaron. Aunque el tema ha sido poco estudiado, se considera que muy pocos debieron poder volver a España, entre otras razones por el elevado coste del transporte.
    En 1836 el capitán general de Cuba se opuso al traslado de prisioneros carlistas, cuyos partidarios pretendían la emancipación de Cuba y Puerto Rico apoyados por el partido conservador inglés. A esta inquietud se sumó el interés del secretario estadounidense por hacerse con Cuba.


     Atículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 54