jueves, 4 de abril de 2024

IRREGULARIDADES DERIVADAS DEL PAGO DEL VILLAZGO DE LA CODOÑERA.

 



    La obtención del privilegio de villazgo por parte de un lugar  y su independencia de la ciudad  de la que dependía  ofrecía notables ventajas al poder disponer de la jurisdicción civil y criminal en el territorio designado. Sin embargo, la concesión suponía un enorme gasto que debían afrontar todos los vecinos. El 17 de sepetiembre de 1771, se convocó al vecindario de La Cododeña para que se definiera respecto a las obligaciones y gastos que implicaría la concesión del Real Privilegio de Villazgo. El 95% de los asistentes estuvo de acuerdo. Quienes no asistieron fueron convocados en la Sala Capitular del Ayuntamiento. Las viudas y enfermos fueron visitados en sus casas por el alcalde y escribano, contándose entre ellos 72 vecinos a favor y 16 contrarios al villazgo. El 21 de mayo de 1776, Carlos III elevó al Lugar de La Codoñera a la categoría de Villa por tener una población de 210 vecinos útiles y 50 pobres (que carecían de bienes). La Hacienda Real, siempre necesitaba recursos, obtenía importantes cantidades de dinero en los procesos de emancipación. Ese dinero comprendía el pago a la Hacienda Real, los honorarios de los procuradores que realizaban las gestiones y la "Media Annata" que se satisfacía directamente a la Hacienda Real como beneficiaria de los cargaos públicos que se habían creado. El 5 de mayo de 1776, se firmó la escritura de pago del Real Servicio y la Media Annata que debía hacerse cada 15 años. A cada vecino le tocaría pagar 7.500 maravedíes.

    En 1772 se hizo un primer reparto (3.029 libras, 16 sueldos y 4 dineros) entre todos los vecinos, a razón de 9 libras de aceite por molada de aceitunas. Cuatro años más tarde, en 1776 hubo un segundo reparto para gastos no contemplados anteriormente (5.543 libras, 11 sueldos y 8 dineros). En 1780 se realizó un tercer reparto (510 libras) proporcional a los bienes que cada vecino tenía, el cual incluía los gastos originados por la visita del comisionado del Real y Supremo Consejo, del escribano, del asesor del ayuntamiento, una inspección ocular y la confección de un mapa de los terrenos litigiosos entre las villas de Castelserás, Torrevelilla y La Codoñera, que mandó realizar el Supremo Consejo en 1780, cuyo importe se repartió entre las tres villas litigantes. Las derramas fueron consideradas excesivas por Pedro Sanz de Thomas y por Miguel Insa, regidor segundo y diputado del común en 1781, quienes con 46 vecinos demandaron a los miembros de los ayntamientos de 1776 a 1781 y denunciaron la inacción constante del alcalde por su parentesco con aquellos. El 18 de febrero de 1782, comenzó un largo litigio ante la Real Audiencia de Aragón durante el que se sucedieron las irregularidades administrativas, el favoritismo de parientes, los abusos de poder, la falsificación de documentos, sentencias y recursos, que se prolongó hasta el año 1799, período durante el cual fallecieron muchos de los implicados.

    En un primer auto dictado en junio de 1782, el fiscal mandó devolver las cantidades cobradas en exceso en los dos últimos repartos y exigió la presentación, ante la Intendencia del Reino, de las cuentas de lo repartido y cobrado a los vecinos. Autorizó la reunión del Consejo General de Vecinos para dar a conocer el auto con el cese de los repartos y la devolución del exceso. Los demandados se opusieron y argumentaron que el libro de actas había sido manipulado cuando ellos dejaron el ayntamiento. las cuales mostraban sospechosas alteraciones de fechas, señales de raspado y enmiendas. Parece que el escribano, después de empezar a escribir con letras anchas y líneas apretó las líneas del reparto, como si le faltara papel, para dejar espacio a las firmas del pie de página que había recogido en blanco. En esa época, la contabilidad de un reparto de 5.000 libras era complicada y llevaba un mes de cálculos, sin embargo, en esa ocasión fue muy rápido y enseguida estuvo firmada por el escribano, sin aparecer muchas de las firmas de los presentes que sabían escribir. El fical reclamó el libro de repartos y paralizó temporalmente las devoluciones en una Real Provisión y Despacho del 3 de octubre de 1782. En una sentencia del 16 de noviembre de ese año, impuso una multa de 100 libras a cada uno de los componentes de los ayuntamientos, prohibió hacer más repartos y condenó al escribano a dos años de inhabilitación.

    El alcalde Joseph Faci y el escribano Francisco Alcober  denunciaron por vía criminal a Pedro Sanz y Miguel Insa, y los encerraron dos días en la cárcel del lugar en mayo de 1783. La sentencia de la Real Audiencia de Zaragoza del 27 de enero de 1786 los absolvió y condenó al alcalde y al escribano a devolver lo cobrado por las costas de un proceso a las que no tenían derecho, a la devolución de las cantidades percibidas y a indemnizar a los afectados con 6 reales de vellón por cada que estuvieron presos, además de pagar las costas procesales. Los componentes de los ayuntamientos de 1772 a 1776 fueron obligados e entragar las cuentas en el plazo de tres meses y forzados a apremiar a los vecinos morosos. En 1787, la Audiencia exigió también la presentación de los justificantes de los repartos y dos años más tarde, dictó un auto que confirmó la falta de permiso para efectuar más repartos. El 4 de septiembre de 1790, el Consejo de Castilla, por medio del Conde de Campomanes, mandó que se cumpliera lo pedido por Pedro Sanz y Miguel Insa, pero la sentencia fue recurrida. El 15 de noviembre de 1791, el escribano Francisco Alcober presentó un escrito negando la acusación de haber cobrado 262 escudos del primer reparto.

    El 4 de octubre de 1793, la Audiencia remitió, por separado, las cuentas al tasador general y al contador de la Audiencia, para que resolvieran de modo justo. El tasador alegó que no podía afirmar que las partidas fueran conformes con el Real Arancel, afirmando que lo dado en gratificaciones no era válido y mandó que se pasaran los autos al contador. El 13 de octubre los procuradores de los acusados pidieron su absolución. Blas de Torres, contador interino de la Audiencia, fue designado, en noviembre de 1794, para estudiar los gastos de las partidas. En su informe, expuso que algunas no se podían probar por no saber si el reparto se hizo con equidad; pero que el segundo reparto se hizo sin permiso, sin haber justificado las cuentas del primero, motivo por el cual el fiscal había ordenado en junio de 1782 que los ayuntamientos devolvieran las cantidades cobradas de más y en julio de 1783 declaró la nulidad del segundo reparto y el derecho al reintegro. El contador rechazó muchas partidas de gastos por carecer de justificante y por tener dudas en su importe, negándose a reconocer las gratificaciones, regalos y dietas abultadas. Otras partidas no fueron aceptadas, como aquella de 1778 que fue empleada en la defensa de un pleito por los derechos de leñar y herbar en Belmonte. Tampoco aceptó muchos relativos a viajes y dietas. Como ejemplo, las 640 libras dadas a Joseph Serrano, juez comisionado por derechos y dietas de los 50 días que empleó en su trabajo, incluyendo el viaje de ida y vuelta a Madrid, 12 libras y 16 sueldos, cifra muy elevada que triplicaba la que cobraba un togado del tribunal del Real Consejo o de la Real Audiencia. Se rechazaron pagos injustificados, como los 200 sueldos al escribano Gaspar Dalmau por derechos y gratificaciones, relacionado por con un viaje que no hizo. El contador solicitó la devolución de 149 libras en este caso. Las 72 libras destinadas al coche del comosionado y del alguacil que venían de Madrid también fueron objetados, argumentando que el pueblo no estaba obligado a cubrir el costo del carruaje. Otras partidas rechazadas eran por el excesivo pago de intereses, muchos de ellos entre el 3 y el 10 por ciento. El 6 de noviembre de 1797, el contador sentenció que se devolvieran a los vecinos 3.983 libras y 16 sueldos. Sin embargo, la sentencia definitiva, dada en Zaragoza el 25 de junio de 1799, absolvió a todos los acusados.


    Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº112

viernes, 12 de enero de 2024

EL ASESINATO DEL ALCALDE DE CASTELSERÁS EN 1874

 



    La noticia del asesinato

    El 2 de agosto de 1874, el diario republicano federal madrileño La Igualdad publicó una escueta noticia sobre el rumor de la muerte de Pablo Lop, alcalde de Cstelserás, asesinado por los carlistas. Según constara en el sumario, su mujer con sus dos sirvientes por un lado y su hermano Pascual Lop, salieron a buscarlo sin hallarlo. El juez municipal mandó cortar las aguas del la Acequia Vieja para efectuar un reconocimiento, y en ella se halló el cadáver de D. Pablo Lop, con multitud de heridas por todo el cuerpo, incisas unas y contusas otras, de las cuales, una en la ingle y dos en la cabeza fueron calificadas de mortales.


    El cabecilla Gamundi ha dado órden para que en el Bajo Aragón cese el servicio de correos. También se asegura que el alcalde de Castelserás  ha sido muerto por los carlistas.


    Pablo Lop Bielsa, hijo de Domingo Lop y Antonia Bielsa, estaba casdo con Mariana Lis, tenía una hija, Antonia Lop. En 1873 compró el granero de la Diezma de La Codoñera, perteneciente a los Bienes de Propios, que había sido desamortizado y subastado. En 1874 era alcalde de Castelserás y capitán de voluntarios, elegido por los propios milicianos. Los carlistas se refrían a él como "El Churros". Tenía dos hermanos; Mariano Lop, hornero y voluntario carlista en la anteriores guerras, y Pascual Lop.

   Por esas fechas las patrullas carlistas se movían con libertad por el Bajo Aragón. Después del frustrado ataque a Teruel, los carlistas se trasladaron a Castelserás donde planearon el ataque contra Alcañiz que realizaron el 13 de ese mes. Tras el fracaso intentó en tomar la ciudad, las fuerzas carlistas se dispersaron pero continuaron dominando el territorio.

   En la correspondencia mantenida entre el general Lizárraga, comandante de las tropas carlistas de Aragón, el general Pavía, jefe del ejército liberal, en un intento por humanizar la guerra, éste en una carta fechada el 1 de septiembre de ese mismo año, reprochó a su adversario los desmanes que sus tropas habían cometido entre los cuales nombra el fusilamiento del alcalde de Castelserás.

   La instrucción del proceso

   El 7 de enero de 1875, el juez de primera instancia de Alcañiz, Juan Clemente Bernal, emplazó a:Manuel Tivor Gerona, alias Manolo el Trompeta, de Alcañiz; los corredores de Castelserás Tomás Royo Navarro y Cosme Tallarda Royo; Ramón Goñi Buñuel, hijastro del Escolano; José Sancho Sodric, alias Camarillas; los vecinos de Castelserás, Manuel Fontova Gargallo; Antonio Hernández Torrillas; Manuel Torrillas Albalate; Alejandro Valero Valero, hijo del Estudiante; Felipe Rebullida Ruiz de Ginebrosa; Vicente Espada, hijo de Miguel de Calanda, recaudador de contribuciones.

   El 11 de septiembre el juez de primera instancia de Alcañiz emplazó a Hipólito Oliveros y a Francisco Cebrián Barberán, en paradero desconocido. El juez determinó que cuatro personas participaron en el asesinato: Lorenzo Zurita Soler "Cureta", Francisco Cebrián Barberán, Hipólito Oliveros, que había fallecido; y un fugado Manuel Ballesteros. Los acusados que "lo llevaron secuestrado y que se jactaron, después de haber concurrido su muerte". El Promotor fiscal pidió para ambos la pena de cadena perpetua, y el Procurador de los procesados la libre absolución. Considerando que constituía un delito de homicidio, no concurrían circunstancias eximentes, atenuantes ni agravantes de responsabilidad, ni aun la alevosía. El 8 de septiembre el Fallo condenó a Lorenzo Zurita Soler y a Basilio Torres Carbó a la pena de 17 años de reclusión temporal en toda su extensión, indemnización de 8.000 pesetas a la viuda, Pascuala Monreal y Rulla y al pago por mitad cada uno a la mitad de las costas procesales.

   Los acusados

   Los encausados, soldados carlistas, pertenecían a la Ronda de Alcañiz que mandaba Nicolás Carceller, alias "El Seco de las Parras" con 70 infantes y 6 caballos. Su misión principal era el cobro de las contribuciones trimestrales, si era necesario empleando métodos coactivos. Se dividían en pequeños grupos, recorrían los pueblos del Bajo Aragón, situados a ambos lados de la carretera de Morella. Siempre iban acompañados por un recaudador que entregaba un documento con lo cobrado con el después debían acudir a liquidar en Cantavieja.

   Lorenzo Zurita Soler "Cureta", vecino del Mas de las Matas era hijo de José Zurita y de Rosa Soler, soltero de 27 años, labrador que sabía leer y escribir. En la primavera de 1878, el juez de primera instancia de Castellote acosó a Lorenzo Zurita del asesinato de José Calaf, portador de una parte del General Despujols, el primero de enero de 1875 en Castellote como miembro de la partida del Seco.

   Francisco Cebrian Barberán, alias Perero el del Batán, era vecino del Mas de las Matas, de 27 años. Había fallecido.

   Hipólito Oliveros, del Mas de las Matas, de 21 años en 1877, estatura regular, pelo castaño, ojos pardos; vestía pañuelo de seda a la cabeza, chaqueta de pana negra, calcillas azules, alpargatas miñoneras, era tartamudo. El 24 de octubre, el juez de Castellote requirió su presencia para acusarlo del homicidio de Francisco Gil, convecino suyo.

   Manuel Ballesteros Roy "Zapatero", era el jefe del 5º batallón carlista de la 1ª división de Aragón. Se ignoraba su paradero.

   La sentencia

   Los acusados fueron juzgados por la Sala de lo Criminal de la Audiencia de Zaragoza, por detención ilegal, hurto y asesinato de Pablo Lop. El 4 de mayo de 1877 se pronunció la sentencia que condenó a Lorenzo Zurita y Francisco Cebrián. El 1 de septiembre de 1877, el Tribunal Supremo de Justicia declaró no haber lugar al recurso de casación admitido de derecho que interpusieron los reos Lorenzo Zurita y Francisco Cebrián. El 1 de septiembre de 1877, el Tribunal Supremo confirmó la sentencia y remitió al Ministerio de Gracia y Justicia, el expediente para la conmutación de la pena de muerte dictada contra Francisco Zurita y Francisco Cebrián. Simultáneamente, el Ayuntamiento de Alcañiz y el diputado a Cortes por el distrito de Alcañiz, Francisco de Paula Giménez Gil (1877-1880), solicitaron la clemencia de Alfonso XII y de su madre, la reina Isabel II, para que indultara a los condenados.

   El indulto

   La ejecución estaba prevista en la Glorieta de Alcañiz el día 11 de octubre. Durante la tarde del día anterior corrieron insistentes rumores acerca de un posible indulto, los cuales no se vieron confirmados hasta la noche. La buena noticia fue comunicada de madrugada a los condenados. Alfonso XII había conmutado la sentencia de muerte por la de cadena perpetua. El cambió fue publicado en la Gaceta de Madrid del día 20 de octubre de 1877.

   El 18 de julio de 1874, completado por el de 29 de junio de 1875, el Gobierno publicó un decreto con las instrucciones para el embargo de bienes a los carlistas en armas. El destino de estos bienes era indemnizar a las personas perjudicadas por los daños sufridos, y pagar a los herederos de aquellos que hubieran sido. En la relación de auxilios provisionales acordados por el Consejo de Ministros en favor de los inútiles, huérfanos y desamparados con arreglo a los cuadros aprobados por Real Orden del 8 de julio de 1876, a Antonia Lop Lis, le fue concedido un auxilio provisional de 250 pesetas (Gaceta de Madrid del 14 de diciembre de 1877

   La causa del asesinato no estaba clara, pudo tratarse de alguna venganza personal originada en su etapa de recaudador. También pudo ser el resultado de una violencia causada por miembros de la Ronda de Alcañiz, que al mando del "Seco de las Parras", se encargaba de la recaudación de las contribuciones a ambos lados de la carretera de Morella. Como recaudador, debía conocer los nombres de los principales contribuyentes y quizás opusiera alguna resistencia a facilitar nombres o a pagar dichas contribuciones. Igualmente cabe la posibilidad de que lo mataran por su pertenencia a los Voluntarios de la República.



                                       MINISTERIO DE GRACIA Y JUSTICIA

                                                  REALES  DECRETOS

   Vista la copia certificada de la sentencia que pronunció la Sala de lo criminal del Tribunal Supremo en el recurso de casación admitido de derecho contra el fallo dictado por la Audiencia de Zaragoza en causa seguida á Lorenzo Zurita Soler y Francisco Cebrián Barberán, condenados á la pena de muerte por delito d asesinato.

   Considerando que los reos han dado pruebas de arrepentimiento:

   Teniendo presente lo dispuesto en el art. 29 de la ley provisional de 18 de junio de 1870, que dictó reglas para el ejercicio de la gracia de indulto:

   Oído el Tribunal sentenciador, y de acuerdo con el parecer de mi Consejo de Ministros.

   Vengo en conmutar la pena de muerte impuesta á Lorenzo Zurita Soler y Francisco Cebrián Barberán, en la causa de que ha hecho mérito, por la de cadena perpetua.

   Dado en Palacio á 10 de octubre de mil ochocientos setenta y siete. 


                                                                                                                  ALFONSO

                       El Ministro de Gracia y Justicia

                        Fernando Calderón y Collantes


Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 109


   


domingo, 7 de enero de 2024

SELLOS MUNICIPALES

 




    Desde la Edad Media, las villas y ciudades disponían de un sello para autentificar sus documentos; las poblaciones que no pasaban de lugar o lloc tardaron muchos en disponer de este instrumento administrativo. A mitad del siglo XIX, se insistió para que cada ayuntamiento tuviese sello municipal. El 30 de agosto de 1840, una orden del Ministerio de la Gobernación instaba a todos los ayuntamientos a adoptar un escudo propio para evitar los fraudes debidos al desconocimiento de los nombres y firmas que autorizaban los documentos y certificaciones de quienes pudiendo incorporarse a sus puestos en el ejército, pasaban revista ante los alcaldes de su pueblo. Para cortar los abusos se pidió que los ayuntamientos tuvieran un sello especial para sellar todos los documentos relativos a militares. En marzo de 1886, se publicó un "Proyecto de Ley de organización y atribuciones de los Ayuntamientos". Un decreto señaló la forma de los sellos que los alcaldes y ayuntamientos debían usar en los documentos oficiales.

    Los impresos de las corporaciones debían llevar al pie un lugar para la firma del alcalde, a la derecha y otro espacio para el sello de la alcaldía, a la izquierda.

    Desde 1846 se usó un sello con la leyenda "Alcaldía Constitucional D Codoñera" en letra capital, el escudo del reino de España (sin las armas de Aragón y Navarra) y las flores de lises de la monarquía borbónica, esquematizadas.

    El 15 de septiembre de 1870 las Cortes promulgaban la " Ley orgánica del poder judicial" que ordenaba la existencia de un juez municipal en cada término.

    El titular del juzgado tenía la obligación de residir en el pueblo donde ejerciese sus funciones. Las atribuciones del juez municipal en materia civil consistían en atender pequeñas demandas de los habitantes e intervenir en la celebración de los actos de conciliación. Si no mediaba solución o la complejidad del caso lo requería, actuaban como auxiliares para tramitar los expedientes ante organismos superiores más capacitados.

    En el ámbito penal, antigua faceta que hasta entonces había estado reservada a los alcaldes de los ayuntamientos, el juez municipal era competente para mediar en los juicios de faltas e instruir a prevención las primeras diligencias en las causas criminales, antes de que estas fueran comunicadas a organismos superiores. Desde 1871 hasta 1897, el sello del juzgado de paz de La Codoñera llevaba las barras de Aragón y la corona real.

    Hacia 1897 las barras fueron sustituidas por el escudo borbónico en el sello del juzgado municipal, el mismo sello municipal.

    Entre 1908 y 1930 cambió la forma del escudo. El sello del ayuntamiento mantuvo el escudo simplificado de España que se acompañaba con el título de "Alcaldía Constitucional" como en este membrete de 1917.

    En los primeros meses tras la proclamación de la Segunda República (el 14 de abril de 1931) se siguió empleando el escudo borbónico de Alfonso XIII. Durante la República, el escudo monárquico desapareció del sello municipal, sustituido por el republicano, timbrado por la corona mural, distinta de la corona borbónica, con el lema de "Ayuntamiento constitucional", tradicional desde el siglo XIX. Aparecen las armas de Cataluña, Aragón y Navarra.

    A primeros de agosta de 1936 el ayuntamiento es reemplazado por el Comité Antifascista.

    El 19 de enero de 1937 el Consejo de Aragón promulgó un decreto para sustituir los Comités Revolucionarios Antifascistas por Consejos Municipales. El nuevo sello lleva el escudo oficial de la República, con una corona mural, pero sin las columnas. En agosto de 1937 fue disuelto el Consejo de Aragón y se formaron comisiones gestoras, que duraron hasta marzo de 1938.

    El 19 de marzo de 1938, las tropas franquistas ocuparon La Codoñera. Se adoptó un sello que fue común para todos los ayuntamientos y que se empleará hasta 1975: el escudo de armas de los Reyes Católicos con el haz y el yugo, el Águila de San Juan.

    En 1956, una orden del ministerio de la Gobernación mandó que cada ayuntamiento tuviera armas propias para diferenciarlo de los demás. Desde el año 1960 encontramos un nuevo sello que recupera el antiguo escudo de La Codoñera con un membrillero y la corona, que con ligeros cambios se mantiene en la actualidad.


    Artículo publicado en el programa de fiestas de San Cosme y San Damián en septiembre de 2023.

jueves, 14 de diciembre de 2023

LA CARRETERA MILITAR DE MONROYO A ALCAÑIZ

 



    Durante la primera guerra carlista los mandos del ejército liberal se quejaron de las enormes dificultades que tuvieron para llevar los transportes de vituallas y los trenes de artillería a través del abrupto relieve del Maestrazgo. Cuando sólo se trataba de pequeñas columnas, al igual que les pasaba a los carlistas, se anduvo por senderos y caminos de herradura; pero cuando se plantearon los asedios a las plazas fuertes, principalmente a la de Morella, hubo que habilitar los caminos para adaptarlos a las nuevas necesidades. En la Guía General de Correos del año 1830, se mencionan los itinerarios que comunicaban mediante carruajes, las ciudades de Alcañiz y Monroyo, cuya distancia es coincidente, 11 leguas. El primer itinerario iba por Monroyo: de Alcañiz a Valdealgorfa había 2 leguas, otras 2 a Belmonte y 2 más a Monroyo, 2 más a La Pobleta de Monroyo y 3 hasta llegar a Morella. El otro camino era por Calanda: 3 leguas a Monroyo, 2,5 hasta Aguaviva y 5,5 más para Morella.

    En julio y agosto de 1836, el general Marcelino Oraá empleó el camino de Castelserás a Torrevelilla, la Cañada y La Cerollera para llevar su tren de artillería y suministros al sitio de Morella. Luego, tras fracasar el asedio, tuvo que retirarse por el mismo camino. Cabrera movió su limitada artillería contra Calanda y Alcañiz, empleando el esfuerzo de los prisioneros liberales a quienes obligó a trabajar en la carretera de Morella, camino que luego se vio en la necesidad de destrozar para evitar que fuera empleado por sus enemigos. Espartero, con un ejército mucho más numeroso. empleó a los ingenieros militares para suavizar las fuertes del camino de Morella en la primavera de 1840, al tiempo que situaba fuerzas en Valdealgorfa y en las ermitas de Fórnoles y de La Consolación para proteger el paso de los convoyes.

    La carretera de Aragón ha recibido diferentes nombres con el paso del tiempo, Camino de Monroyo (1839), Camino de Aragón (1840), Carretera del Maestrazgo (1840), Carretera de Castellón (1852), Carretera de Morella (1852), etc. En julio de 1840, el diputado aragonés Ramón María Temprado, planteó la necesidad de construir un camino militar que evitara los males que habían sufrido en la última guerra para ir desde Castellón de la Plana por Morella hasta Zaragoza. Se proyectaron dos carreteras, una de Morella a Vinaroz, que fueron publicadas en la Gazeta de Madrid del 2 de enero de 1842. Entre 1846 y 1849 surgieron nuevas partidas carlistas en el Maestrazgo (Segunda Guerra Carlista). El general Villalonga, consciente de las dificultades para moverse por la zona, fue uno de los principales impulsores del proyecto de carretera entre San Mateo y Alcañiz. Las obras comenzaron el 15 de febrero de 1847 por el tramo entre Sant Mateu y Morella, dirigidas por los ingenieros militares José Gómez Ortega y Tomás Enguinados, lo que permitió dar empleo a varios centenares de jornaleros sin trabajo y evitaron así alteraciones del orden público. La Revista Militar de octubre de 1848, se interesaba en habilitar un camino militar de Morella Alcañiz por: el Estrecho de Portes, La Pobleta de Monroyo, Monroyo, ermita de la virgen de la Consolación, Venta de la Ramona, barranco de Val de Luna, Virgen de Fórnoles, Valdealgofa, masía de Blanca, Cruz de los Moros y Alcañiz. Una de las principales dificultades del trazado era el barranco de Luna, por su fuerte pendiente que debería suavizarse por la falda de la montaña. Luego el camino seguía muy llano por la divisoria de aguas entre los ríos Mezquín y Matarraña. Opinaban los ingenieros, que este camino era preferible a la alternativa de ir por La Cerollera, la Venta de la Cañada y Castelserás. Existía un tercer itinerario que iba por el antiguo camino de La Cerollera por Belmonte, La Codoñera y Torrecilla. Sin embargo, estas dos últimas alternativas, aunque salvarían el obstáculo del barranco de Luna, obligaban a pasar por el barranco del Moro o por el barranco de La Mina, atravesando un terreno muy áspero, y a renunciar al buen camino que se venía después del Barranco de Luna hacia Alcañiz, que al igual que los demás, había sido recompuesto por Espartero. Por la vía propuesta, el tiempo necesario para ir de Morella a Alcañiz, se reducía a 15 horas. En 1847 se trabajaba en el camino de Castellón a Alcañiz, a cargo del coronel de ingenieros Tomás Lopera. El 14 de enero de 1852, una Real Orden declaró de primer orden a la carretera de Castellón a las Ventas de Valdealgorfa. En 1852 se publicó el Itinerario Topográfico de Castellón a Alcañiz y de Vinaroz a San Mateo, por los capitanes Vicente Alcalá del Olmo y Carlos Prendergast, del Cuerpo del Estado Mayor.

    En el segundo semestre de 1855 estaban trabajando en el trozo de carretera que finalizaba en Monroyo, 11 brigadas, 10 sobrestantes alistadores, 70 capataces, 2 carpinteros, 2 herreros, 1.434 peones y 7 canteros, auxiliados con 6 carros y 9 acémilas. La carretera se ajustó al terreno escarpado que evitó el transporte de tierras, aunque a costa de forzar el trazado a numerosas curvas. En junio de 1859 se subastó el tramo de carretera entre Monroyo y el límite de provincia, último que faltaba. La carretera de Castellón a las Ventas de Valdealgorfa, fue declarada de primer orden por Real Orden de 14 de enero de 1852, pero el Plan General de Carreteras de 1864 la declaró carretera de segundo orden.

    Según el Itinerario Descriptivo Militar de España, publicado en 1846, la distancia entre Morella y Alcañiz era de 70,5 Km dividida en tres etapas de marcha ordinaria. La primera hasta Monroyo de 31,5 km, la segunda hasta Valdealgorfa de 29, 5 km y la tercera de 9,5 km hasta Alcañiz. Desde Monroyo, el terreno descendía lentamente y a los 8,5 km cruzaba el barranco de Val de Luna, para ascender con fuerte pendiente y salvar en 10 km las alturas que limitaban el curso del barranco. El descenso era más suave por un terreno cortado por gran número de barrancos que desaguaban en el río Guadalope. A 16,5 km a la derecha, se pasaba por la ermita de Ntra. Sra. de Fórnoles. La carretera corría por un terreno ligeramente ondulado hasta el km 29, 5 donde enlazaba con la de Alcolea del Pinar, y luego por ella hasta Alcañiz.

    Los temporales estropeaban el camino al cortar puentes y alcantarillas. Al inicio de la Tercera Guerra Carlista, a finales de noviembre de 1873, el capitán general de Aragón, no pudo pasar de Monroyo con su artillería rodada por el mal estado de la carretera y las espesas nieblas que ocultaban las montañas. Los carlistas bloquearon, en 1874 y 1875, la plaza de Morella. Desde Alcañiz los convoyes enviados debían remontar el barranco de Val de Luna, donde la partida volante del Seco de las Parras estaba permanentemente instalada y registraba a los viajeros exigiendo un peaje. En los meses de abril y mayo de 1874, Cucala desde Valjunquera dominaba el tránsito entre Monroyo y Alcañiz. En septiembre del mismo año, destrozaron los puentes y alcantarillas de la carretera y entre Monroyo y La Pobleta se abrieron zanjas y trincheras para impedir el paso de los carros. En mayo de 1875, el alcalde de Castelserás fue obligado por los carlistas a mandar 80 hombres y 20 caballarerías para destruir los puentes y obras de la carretera de Morella en el paraje de la Val de Luna, labor que prosiguieron en La Pobleta, pero no pudieron evitar el paso del convoy de socorro del general Despujols, a pesar de lo expuesto del terreno

    En los primeros años de la década de 1900, los carruajes tirados por mulas empezaron a se sustituidos por vehículos a motor, que causaban espanto entre los viajeros ante el estado de la carretera con sus precipicios y fuertes pendientes. Durante la Guerra Civil, a finales de marzo de 1938, el frente de guerra entre las tropas republicanas de Líster y Tagüeña, y el C.T.V. italiano, se estabilizó durante dos semanas a lo largo de esta carretera, frenando el avance de las tropas franquistas hacia el mar y consiguiente división del territorio republicano. La carretera fue bombardeada por la aviación italiana, principalmente los nudos de las Ventas de Valdealgorfa y Fórnoles. La ocupación del estratégico cruce de Las Ventas, procedida de intensos combates, obligó a los republicanos a mover sus fuerzas por la carretera de Fuentespalda. También forzó a los refugiados que huían del paso del frente en dirección a Cataluña a marchar hacia Castellón y Valencia. Entre 1945 y 1953, los maquis venidos de Francia aprovecharon esta vía para internarse en el Maestrazgo. Como resultado del enfrentamiento, las autoridades militares forzaron el abandono de las masías y ventas que jalonaban la carretera. Se repetía el mismo esquema de actuación empleado desde el final de la primera guerra carlista, con la diferencia de que éstas ahora ya no volverán a ser habitadas.

    Desde 1900 se empezó a trabajar en la adaptación de la carretera a necesidades de los nuevos tiempos. Tras 25 años de incidencias, en 2019 se inauguró oficialmente, reduciendo el tiempo empleado para viajar a de Alcañiz a Morella a unos 40 minutos frente a los 60 minutos anteriores a las obras. La construcción del viaducto de Val de Luna, con sus 800 metros eliminó 17 curvas peligrosas, causa de muchos accidentes. La mejora de la movilidad abre nuevas posibilidades económicas y turísticas para la región, aproximándola al Mediterráneo y suprimiendo el aislamiento que durante siglos padeció.



        Artículo publicado el revista Compromiso y Cultura nº 108

martes, 10 de octubre de 2023

LA VERDAD, ÚLTIMA NOVELA DE MOLINS

 


   " La Verdad" como título de la novela y subtítulo "El Crimen Fantástico de Castelserás", nos narra un suceso basado en hechos reales ocurridos en el año 1909. Se podría considerar el Crimen de Cuenca Aragonés. El hecho tuvo una gran repercusión mediática y un fuerte impacto social. Apareció en muchos periódicos de la época y se representó en una obra de teatro en Madrid en el año 1919. La obra se desarrolla a partir de cinco crónicas publicadas en el periódico Heraldo de Aragón.

    Todo empezó por una flauta. La disputa se desencadenó al negarse el joven Antonio Moliner a devolver el instrumento al director de la banda municipal de Castelserás, tras abandonar la orquesta. Las amenazas de muerte proferidas por su padre, en medio de una acalorada discusión con el maestro de música y la posterior e inexplicable desaparición de éste, desataron en el pueblo un gran conflicto social.

    La novela refleja el ambiente de la época, donde las autoridades muestran el duro caciquismo dominante y el manejo de la gente en su provecho. Las fuerzas del orden sólo fueron capaces de arrancar la confesión a los encausados a base de golpes y torturas. Las propias gentes del pueblo, ignorantes y manipuladas, fueron propensas a tomarse la justicia por su mano. Todo ello, se nos cuenta a través de los ojos de un cura que intentó buscar la verdad, apaciguar los ánimos y evitar que la peligrosa situación social no estallara con consecuencias imprevisibles.

    En la obra se pone de relieve la difícil y compleja situación social que atravesó el país y especialmente el Bajo Aragón, a finales del siglo XIX y principios del XX, con las cicatrices aún abiertas de las guerras carlistas y la pérdida de las últimas colonias en 1898, junto a la falta de perspectivas de desarrollo y modernización, y sobre todo del caciquismo que condenó a mucha gente a la miseria o a la emigración para poder vivir dignamente.

    El regeneracionismo impulsado por Joaquín Costa, que visitó varias veces el Bajo Aragón, apoyado localmente por figuras como Juan Pío Membrado de Belmonte, surgió para intentar paliar el descontento social y tratar de poner remedio a la decadencia.

Comentario literario

    El libro se estructura en tres partes:

    Primera parte- Introducción: marco histórico, social, costumbres, presentación de personajes, marcha a Castelserás.

    Segunda parte- El conflicto- Enfrentamiento de Antonio y su padre con José Sancho Casanova, director de la banda de música. -Desaparición de éste último personaje. Detención de Antonio y su padre.-Inesperada solución final

    Tercera parte-. Fuentes, documentos en los que se basa la novela: artículos del ABC y del Heraldo de Aragón.

Estilo

    -Abundantes descripciones: fachadas de las casas, vestidos, comidas y útiles de labranza.

    -Cuadros de costumbres: la bendición de campos, la matanza del cerdo, la búsqueda de cangrejos, las hogueras de San Sebastián.

    -Retratos de los principales personajes: se nos muestra tanto los rasgos físicos como su mentalidad y psicología.

    -El diálogo: alterna continuamente narración y diálogo. Muchos sucesos los conocemos a través de las conversaciones de los personajes.

    -El lenguaje poético: cada capítulo acaba con unas líneas de poesía en prosa. Las descripciones y los sentimientos se expresan con frases poéticas frecuentemente.

    -La prosa se va entrelazando con refranes, frases hechas y palabras del habla local. Todo ello da frescura al lenguaje.

    -Intensa tensión dramática: 

     Ésta se dispara de golpe y de forma inesperada tras la desaparición del director de la banda: acusaciones falsas, motín popular, brutalidad policial, confesión forzada. Nada parece tener solución. Climax de la novela.

    Distintos sucesos inesperados llevan a la solución final. Anticlimax: encuentro con el muerto resucitado. Intervención del juez. Libertad.

    La novela se cierra de forma circular ya que los personajes volverán a probar fortuna en otro pueblo, esta vez Calanda.


    Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 106.


lunes, 9 de octubre de 2023

RAFAEL GISBERT CATALÁN, JUEZ Y ALCALDE DE ALCAÑIZ

 


    Rafael Gisbert nació en Castelserás en el seno de una familia de propietarios rurales, fue el mayor de tres hermanos, uno de ellos, Antonio fue alcalde de Castelserás. Obtuvo su título de abogado el 2 de octubre de 1865 y ejerció la profesión hasta noviembre de 1868.

    La Ley Provisional sobre Organización del Poder Judicial, reguló las condiciones de acceso y ascenso en la Carrera Judicial. Los aspirantes a la judicatura debían ser Licenciados en Derecho, mayores de 23 años y superar un examen ante la Junta Calificadora, en Madrid. Los declarados aptos se integraban en el Cuerpo de Aspirantes. La Audiencia respectiva nombraba entre ellos a los jueces Municipales, Suplentes o Sustitutos. Un año más tarde, los Presidentes de las Audiencias elevaban el informe ante la Junta Calificadora y se nombraban los jueces a medida que se producían las vacantes. Sin embargo, los frecuentes vaivenes de la política de estos años permitían contar con avales suficientes para el acceso a la judicatura, prescindiendo de las cualidades del candidato.

    Rafael Gisbert fue nombrado Juez de Paz de Castelserás, por orden del regente de la Audiencia de Zaragoza, el 10 de diciembre de 1868, por un período de tres años. Luego fue Promotor fiscal de Alcañiz y de Híjar, donde permaneció hasta agosto de 1871 en que se declaró cesante a voluntad propia. En febrero de 1877, fue elegido concejal del ayuntamiento de Alcañiz. Ese mismo año se le nombró Promotor fiscal de Sos del Rey Católico y en el mes de julio, Promotor fiscal de Puigcerdá, cargo en el que estuvo hasta el 29 de enero de 1880, en que pasó a Valderrobres.

    Por R.O. del 23 de junio de 1881, ascendió a Juez de primera instancia de Mora de Rubielos, donde permaneció hasta el 3 de noviembre del mismo año en que fue trasladado a Huéscar y el 1 de diciembre a Torrente. El 20 de febrero de 1882, fue destinado a Morella donde intervino en el asesinato de dos guardias civiles y de un recaudador, suceso ocurrido en el camino de Castelfort a Tortosa en diciembre de 1882. El 3 de julio de 1883, regresó a Alcañiz como secretario de la Audiencia de lo criminal. El 30 de mayo de 1885, volvió a Morella. Desde el mes de febrero de 1889 hasta el mes de agosto de 1890, estuvo destinado en el juzgado de Inca en Mallorca y luego en Granollers, donde actuó en un caso de expedición de moneda falsa. El 12 de febrero de 1892, permutó su plaza por la de primera instancia de Caspe. En su nuevo destino estuvo sometido a fuertes tensiones. Dictó el expediente de apremio contra los bienes de los alcaldes de Fayón y de Chiprana por utilizar indebidamente los pastos y leñas de los montes comunes.

Amenazas contra el juez

    El calandino Juan José Gasca, diputado liberal por el distrito de Valderrobres en el año 1891, volvió a presentarse a las elecciones en 1893. En el distrito de Alcañiz quiso poner, a un hombre de su confianza, Augusto Comas Blanco, que aunque desconocido por el electorado, se valoraba su amistad con el ministro Miguel Villanueva y el apoyo del gobierno, frente al conservador Ripollés. El 17 de febrero de 1893, llegaron a Alcañiz, Gasca y su candidato ministerial Sr. Comas, para recorrer los pueblos y atraer el voto de aquellos poco inclinados a darle su voto, y como escribió la prensa, "...recomendar al encargado de la máquina electoral, la conveniencia de sujetar algún tornillo para ver de hacer doblar la cerviz o algún santón enemigo, que por lo visto los hay muy finos a pesar de las llamadas para asuntos de interés por el citado encargado".

    El 25 de febrero, el Diario de Zaragoza y el Diario Mercantil de Zaragoza publicaron una carta a Gasca, que había sido publicada el 25 de enero por el periódico conservador madrileño La Época. En ella, el exdiputado amenazaba al juez con futuros destinos itinerantes si no controlaba la indisciplina de sus hermanos en Castelserás, en los futuros comicios.

    La prensa zaragozana criticó las amenazas de traslado vertidas en la carta contra el juez y llamaba la atención del ministro de Gracia y Justicia, Montero Ríos, para que "...procediera en desagravio de la justicia amenazada", y para que el Ministerio Fiscal "...ejercite la acción que corresponde contra el que abusa de su poder o de su influencia".

El juez sancionado y trasladado

    La Audiencia abrió diligencias y poco después, la Sala de Gobierno impuso al juez, una corrección disciplinaria de suspensión de empleo y sueldo durante tres meses y pidió su traslado a otro destino alejado de Caspe y su entorno "para que pueda regenerarse y regenerar el prestigio de los Tribunales". Por R.O. de 22 de mayo de 1893, fue trasladado a Villanueva y la Geltrú. El periódico alcañizano publicó la noticia.

    El 13 de diciembre de 1893, como juez de primera instancia de Vilanova y La Geltrú, pidió ser declarado excedente. El diario barcelonés El Comercio, destacó su carácter recto y lo calificó de "buen juez".

Nuevos destinos

    El 12 de enero de 1894, abrió un bufete de abogado en Alcañiz en la calle Alejandre, donde residía. Un año más tarde, el 22 de junio de 1895, fue nombrado juez municipal de Alcañiz. El 6 de septiembre de ese mismo año, fue nombrado, en comisión de servicios, juez del partido de Dolores en Alicante. En 1896 desempeñó el juzgado de instrucción de Alcañiz, por indisposición de su titular, interviniendo en las diligencias por el asesinato de Eduardo Torrillas. A primeros de marzo de ese año, Rafael Gisbert publicó en el periódico alcañizano La Lealtad, unas notas que fueron consideradas por Juan José Gasca. Sus partidarios respondieron con otra carta en la que reprobaban los conceptos vertidos por el juez. Pero en un tono más suave, consideraban que éste estaba persuadido de las noticias y rumores en que había basado sus juicios, los cuales no tenían fundamento y que por ello no afectaban a su honor dando por zanjada la cuestión. El 3 de junio, el Senado discutió sobre la aptitud legal del senador electo por la provincia de Teruel, Juan José Gasca, quien al mismo tiempo, era consejero de la Compañía del Ferrocarril de Zaragoza al Mediterráneo. Unos días después, juró su cargo de senador. Rafael Gisbert se jubiló de juez el 18 de enero de 1897, tras 27 años, 1 mes y 12 días de servicio.

Alcalde de Alcañiz

   El año 1897 fue particularmente agitado en Alcañiz, con la paralización del comercio y la crisis agrícola, que obligó a tener de forma permanente una compañía de ejército. La situación se agravó cuando en el mes de diciembre, el gobernador obligó a dimitir al alcalde Francisco Sales y a todo el consistorio municipal. En julio de 1898, era teniente de alcalde de la ciudad. El 14 de junio de 1900, estuvo presente en la reunión que trató sobre la petición de construir el embalse de Santolea y sus canales de riego y fue uno de los firmantes de la carta que publicó al día siguiente el Mercantil de Zaragoza. En 15 de marzo de 1901, dimitió el alcalde Jerónimo Blasco y los liberales propusieron a Rafael Gisbert, abogado en ejercicio. El 26 de marzo, fue nombrado alcalde presidente por Real Orden. Sin embargo, una parte del Ayuntamiento no lo aceptó por la contradicción entre la fórmula de su nombramiento por "real orden" y sus ideas republicanas. Rafael Gisbert declaró desde el principìo su resolución de no tomar posesión del cargo si no se cumplían determinadas condiciones. En las actas anteriores a la fecha de la real orden (por enfermedad de Gerónimo Blasco) y en las posteriores figura como "alcalde ejerciente" (alcalde en funciones). Por Real Orden del 20 de abril de 1901, le fueron admitidas las objeciones presentadas. El 22 de enero de 1905, estalló en Alcañiz un fuerte motín contra el impuesto de consumos, en lo que intervinieron fuerzas del ejército. Unos meses más tarde, Rafael Gisbert fue elegido alcalde presidente en la votación celebrada en la sesión del día 7 de junio de 1905 hasta el 1 de enero de 1906, volviendo a ser nombrado alcalde, hasta su renuncia en la sesión celebrada el 29 de mayo de 1909. Rafael Gisbert falleció en Alcañiz el 19 de febrero de 1916.

     Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 103


sábado, 10 de junio de 2023

LA FORZADA DIMISIÓN DEL ALCALDE DE ALCAÑIZ EN 1897

 


    El 4 de octubre de 1897, el liberal Mariano Mateo-Sagasta fue encargado de formar nuevo gobierno. Poco después fueron sustituidos los gobernadores civiles nombrados por el anterior gobierno conservador. Las siguientes elecciones para diputados a Cortes tendrían lugar a finales de marzo de 1898. El gobierno propuso como candidato encasillado al cunero Comas Blasco, pero era preciso convencer a los electores empezando por los alcaldes de las principales poblaciones que no eran afines. La pedagogía empleada consistía en llamar a los alcaldes para que se presentaran en el gobierno civil y plantearles su dimisión bajo amenaza de fiscalizar las cuentas ordinarias del municipio que presidian generalmente deficientes.

Los personajes

    Por R.O. el 26 de junio de 1897, Francisco Sales había nombrado alcalde del ayuntamiento de Alcañiz y tenía a Antonio Broc como teniente de alcalde. El ministro de la Gobernación era Trinitario Ruiz Capdepón, quien por tercera vez ocupaba este cargo. El 12 de octubre de 1897, Francisco Galán Castillo fue nombrado gobernador civil de Teruel, sustituyendo a Joaquín Velasco Rodríguez de Vera, abogado conservador nombrado por Cánovas del Castillo.

     El 20 de octubre, una comisión del Ayuntamiento de Alcañiz, compuesta por Francisco Sales, alcalde; Antonio Broc, primer teniente de alcalde, y Manuel Delgado, secretario de corporación municipal, marchó a Madrid para gestionar asuntos de la ciudad, entre ellos los problemas que había en la línea del ferrocarril de Val de Zafán.

 Amenazas al alcalde

    A finales de noviembre se presentó, en Alcañiz, el diputado provincial Francisco González, que entregó al alcalde una carta del gobernador para que dimitiera de su cargo y en el supuesto de no hacerlo, "usarían medidas de rigor". El alcalde respondió que por hallarse enfermo no podía desplazarse a la capital. El 22 de noviembre salió de Zaragoza una compañía de soldados del regimiento del Infante con destino a Alcañiz. Periódicamente, había una compañía que era relevada por otra para colaborar con las fuerzas de la Guardia Civil en el mantenimiento del orden, ya que el fraude por el precio del pan, la carestía y falta de trabajo por la paralización de las obras públicas, hacían temer posibles alborotos.

    El día 11 de diciembre, el gobernador envió un telegrama al alcalde de Alcañiz reclamando su presencia en el Gobierno civil.

    Al día siguiente, recibió otro telegrama amenazante que reiteraba la orden de presentarse: "Si en todo el día de mañana no recibo telegrama participándome su salida, daré orden sea sea conducido inmediatamente a este gobierno civil". El alcalde Manuel Sales excusó su presencia alegando hallarse enfermo. El gobernador le obligó a dejar el cargo en manos del primer teniente de alcalde y a que diariamente le mandara un certificado médico con el estado de la enfermedad. El alcalde en funciones, Antonio Broc, para evitar un conflicto que alteraría el orden público, dirigió un telegrama al ministro de la Gobernación, en la que calificaba de intolerable el atropello sufrido por el alcalde. Confiaba el edil, en que el ministro calmara al gobernador y evitara el desplazamiento del alcalde, al tiempo que reprobara su comportamiento autoritario.

    El periódico La Época, órgano del partido conservador, calificó de abusivos  los actos similares cometidos por los gobernadores por los gobernadores liberales en sus respectivas provincias, cuya inspiración atribuían al ministro de la Gobernación, sometido a la presión de los candidatos y caciques. Advertía de que las extemporáneas amenazas del gobernador de Teruel, podían degenerar un conflicto de orden público. Los ejemplares del del periódico Diario de Zaragoza del día 21 con el artículo "El gobernador de Teruel y el alcalde de Alcañiz" se agotaron en poco tiempo.

    El gobernador envió, sin avisar, a un delegado para inspeccionar la administración municipal alcañizana, con dieta de 15 pesetas a cargo del ayuntamiento. Por la ciudad, se esparció el rumor  que la Guardia Civil tenía orden de vigilar la casa del alcalde y apresarlo en cuanto saliera a la calle. En una reunión extraordinaria del Ayuntamiento, el delegado gubernativo explicó que su misión era buscar dimisiones o en caso contrario, procesar a los componentes de la corporación municipal. El alcalde dimitió. Pero como el gobernador persistiera en su actitud, al anochecer se reunió el Ayuntamiento con representantes de los partidos conservador, fusionista, carlista, federal y acordó la celebración de una manifestación para el día siguiente con el cierre de todas las tiendas de la ciudad.

 La manifestación del día 26

    A las 11, 30 se concentraron unas 2.000 personas que en manifestación ordenada recorrió las principales calles de la ciudad, presidida por por una pancarta llevada por los jefes de los partidos políticos representados en Alcañiz, Jerónimo Blasco, Díaz, Segura, Julián de Santapau y otros. El lema escrito en ella decía: "En defensa del derecho de Alcañiz a dirigir sus destinos, afirmamos nuestra adhesión al Ayuntamiento y nuestra protesta contra los políticos perturbadores". Frente a las gradas del ayuntamiento, hablaron: el jefe de los conservadores de Alcañiz, Jerónimo Blasco, sobre el ultraje cometido; el jurisconsulto Santiago Contel, antiguo republicano; y el carlista Pascual Aguilar, quien a pesar de oponerse al sufragio, dijo que solo haría uso de él para oponerse a los propósitos de la primera autoridad civil de la provincia . A la una del mediodía, terminó el acto sin que se produjera una contramanifestación por parte de los grupos disidentes concentrados junto a la iglesia. En la prensa, no se alude a gritos de contenido social durante la manifestación, a pesar de las dificultades del momento.

    La prensa conservadora y la independiente defendieron la posición de la corporación municipal. Se recordó, que el ministro de la Gobernación había prohibido a los gobernadores mandar delegados a los pueblos para investigar su administración para no coaccionarlos. Además, en el caso de Alcañiz, no había deuda municipal, disponía de una gran cantidad de trigo en los pósitos y en las arcas había de 12. 000 duros. Tampoco adeudaba dinero a los maestros de las escuelas de primera enseñanza (caso muy frecuente en los ayuntamientos de esos años, motivo que era usado para multar y destituir a los alcaldes de los pueblos opuestos a la política del gobernador). El alcalde fue nombrado por el jefe del Gobierno y ahora, el distrito no aceptaba la imposición de un candidato cunero bajo amenaza. La Época habló de los excesos de la política fusionista, al tratarse de una administración modélica en España, al tener cubiertas todas sus obligaciones.

    El Diario de Avisos de Zaragoza del 27 escribió que el alcalde había enviado su dimisión hacía tres días. Calificó el hecho de: "Acto arbitrario que merece graves censuras tratándose de quien lo ha ejecutado, que no es un personaje más o menos influyente de la provincia de Teruel, sino el propio gobernador. la representación del Gobierno con todos sus recursos y medios oficiales, con todos los vislumbres de la aristocracia y los recuerdos del cesarismo, con todos los abusos de poder y todas las más funestas corruptelas que tienden directamente a convertir en autómatas al cuerpo electoral, a quitar espontaneidad a las manifestaciones de la opinión pública y ...". Censuró al ministro de la Gobernación por tolerar con su silencio estos males que podían ocasionar violencias en el futuro, y añadía  que, "...En vísperas de las elecciones, las conferencias de los alcaldes con los gobernadores en los despachos de estos, tienen por experiencia añeja los caracteres de una imposición que humilla más a quien la aprovecha que a quien la sufre".

    Los liberales de Alcañiz, por medio de Aturo Serrano, respondieron con otra carta dirigida a los periódicos El País y Heraldo de Aragón, en la que rechazaban todo vínculo con los manifestantes, acusando a los carlistas locales de levantiscos, dispuestos a preparar un nuevo levantamiento como el ocurrido el año anterior en Castelnou mientras los carlistas alcañizanos les manifestaban su apoyo por las calles. Justificaban de este modo el comportamiento previsor del gobernador, que cuando tuvo conocimiento de la posible repetición de estos hechos, llamó al alcalde para recordarle que cumpliera con la ley de orden público y evitara las sanciones gubernativas. Respecto a la carta enviada por el teniente de alcalde al ministro, decían que fue escrita por un reconocido carlista, miembro de un ayuntamiento que no era adicto al Gobierno, con 7 concejales conservadores, 7 carlistas y un demócrata, por haberse retirado los liberales en la últimas elecciones. Calificaba de falsa la enfermedad del alcalde, pues había paseado por las calles durante la manifestación sin quejarse. En las últimas elecciones generales, los liberales superaron a los carlistas en 130 votos y en las elecciones a diputados, los carlistas fueron derrotados. Recomendaban más diligencia en la represión de orden público. La manifestación tuvo carácter conservador, jaleada por los carlistas. Descalificaba las supuestas amenazas del alcalde y criticaba la gestión del ayuntamiento, pues al inicio de su mandato, la renta de consumos tenía un superávit de 4.000 pesetas y ahora el déficit superaba los 10. 000.

    El día 30, La Alianza Aragonesa. periódico liberal vespertino arremetió contra los jaleadores de la manifestación, que consideraban un fracaso, que a pesar de haber elegido un domingo, y por ende, segunda Pascua de Navidad, no habían concurrido a la manifestación más que 2.000 protestantes en una población de 12. 414 habitantes. La Correspondencia de España, se sumó a las críticas  contra los manifestantes, que calificó de exigua, a la que acudieron elementos conservadores, que en aquel país siempre vivían en íntimo consorcio con los carlistas, que fueron los organizadores, para proteger al Ayuntamiento donde los carlistas gozaban de la mayoría, contra las medidas del gobernador.

    Antonio Broc respondió a las descalificaciones de la carta de los liberales, negando la agitación carlista y que el gobernador, al obligar a dimitir al alcalde y concejales, fue porque convenía a la candidatura del cunero Augusto Comas Blasco, rechazando la opinión pública representada por todos los partidos políticos de la población. Negó la la supuesta complicidad del ayuntamiento en los sucesos de Castelnou y su pertenencia al  partido carlista. Su candidatura como concejal fue propuesta en una candidatura de coalición en las últimas elecciones por el representante político de la ciudad, el liberal Juan José Gasca. Tampoco era cierto que el ayuntamiento fuera de mayoría carlista y que el retraimiento de los liberales en las últimas elecciones municipales se debió al miedo a sufrir una derrota vergonzosa.

Retorno a la normalidad

    El 11 de enero, la prensa volvió a publicar nuevos excesos liberales ocurridos en otros pueblos del distrito de Albarracín, como Barrachina, donde el alcalde era enemigo del cacique liberal que al mismo tiempo era diputado provincial, el cual fue obligado a dimitir por el gobernador que le impuso dos multas de 500 pesetas. El Diario de Zaragoza comparó a Teruel con el Riff, por el incumplimiento de la normativa municipal. El 4 de enero el gobernador había nombrado un nuevo ayuntamiento, presidido por el liberal Arturo Serrano, periodista y director del Bajo Aragón, saltándose el artículo 47, que prescribía efectuar una nueva elección en el plazo de 15 a 20 días después de la vacante.

    En las elecciones del 27 del mes de marzo, el candidato cunero Augusto Cimas Blanco venció  por una mayoría de 1.500 votos a José de Liñán, que había sido apoyado por los elementos carlistas, conservadores y republicanos del distrito.


    Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 102.

viernes, 21 de abril de 2023

CARRETERAS Y CACIQUES

    

 El mapa electoral de la España de la Restauración de 1874 se dibujaba en base a unos distritos uninominales y un sistema electoral mayoritario.

  Entre 1879 y 1910, tras cada elección, el electorado cambiaba su voto para cumplir con el acuerdo establecido entre los principales partidos para turnarse en el poder, con la connivencia de la Corona, para garantizar la estabilidad del régimen. En los ambientes rurales, los procesos electorales vinculaban con fuerza los intereses locales con los objetivos de los políticos que pugnaban por obtener su escaño en las Cortes. El voto se veía condicionado al cumplimiento de unas promesas del candidato aspirante. El control de las élites locales era fundamental para canalizar el voto de su comunidad y triunfar en su distrito. Por su parte, éstas buscaban el apoyo del candidato más afín con sus intereses y mudaba el signo del voto si encontraba otro que mejoraba sus expectativas. 

  Los diputados elegidos reforzaban su posición electoral si cumplían con las expectativas de sus votantes. En los distritos reacios al cambio de turno, los gobiernos invertían menos recursos. Posteriormente, tras el establecimiento del sufragio universal en 1890, el proceso electoral fue más difícil de controlar, y el gobierno prometió mayores recursos a cambio de estabilidad.

  En este contexto se situó la Ley de Carreteras de 4 de mayo de 1877. Hacia 1880, la red de carreteras de primer orden se encontraba casi terminada, la de segundo orden lo estaba en las tres cuartas partes y faltaba acabar el 68 por 100 de las de tercer orden. El artículo 10, añadió a la normativa del plan general de 1877, permitía al ministro de Fomento incluir cualquier nueva carretera mediante un real decreto, si era beneficiosa para los intereses públicos. Para ello se instruía un expediente, con audiencia de los Ayuntamientos de los pueblos interesados, de la Diputación provincial, de la Junta de Agricultura, Industria y Comercio, del Ingeniero Jefe de la provincia y del Gobernador. El Ministro de Fomento, después de oír el parecer de la Junta Consultiva de Caminos, Canales y Puertos, resolvía si la carretera debía proponerse a las Cortes para su inclusión en el plan general. Sin sospecharse, en un principio, la ley dejó una puerta abierta para que los diputados y senadores parlamentarios se congraciaran con las élites de de sus distritos electorales con sus promesas de favores en la construcción de nuevas carreteras.

  Entre 1879 y 1900, se promulgaron 1.280 leyes en las cuales se incluían 1.585 carreteras del Plan General con una longitud de 44. 000 kilómetros, fueron las llamadas "carreteras parlamentarias", que duplicaron el kilometraje previsto, muchas veces en proyectos inviables con beneficiarios discutibles, particulares, muy locales y antieconómicos. La Revista de Obras Públicas publicó diversos artículos criticando la inmoralidad de muchas de estas carreteras. En un artículo del 5 de octubre de 1899, se quejaba de que, "...los que más suelen distinguirse en esta campaña de justa censura, son los hombres que forman los partidos políticos de la posición, demostrando en ello tanta mayor actividad cuanto más cerca están del poder, sin perseguir cuando lo han conseguido, de dejar las cosas como estaban o de ponerlas peor, confundiendo o anteponiendo siempre su propio interés al de la Nación". Según el ingeniero. autor del artículo, había carreteras sin ningún tipo de interés social, otras sin ningún destino concreto, algunas de ellas endosadas al Estado para eximir a las corporaciones locales de los gastos de su conservación, además de las duplicadas, o aquellas para las que el Plan deja claro su trazado, hasta los mínimos detalles, para beneficiar al promotor o al cacique que la impulsó, así como las que modificaban el el trazado de la original para no afectar a la propiedad de un particular concreto.

  La construcción de las carreteras del Bajo Aragón fue impulsada por parlamentarios de los distritos electorales de Teruel. Muchos de ellos eran ingenieros y abogados, que luego alcanzaron elevados puestos en la administración del Estado. En su trazado coincidieron, como en el resto del país, las necesidades viales que mantenían aisladas a las localidades, los intereses partidistas de los políticos, las élites locales y proletariado agrícola cada vez mayor por la repetición de malas cosechas que necesitaba de subsidios para comer. La exigencia de obras públicas será una premisa repetidamente planteada en los períodos electorales, reivindicaciones que serán asumidas por los líderes locales para evitar alteraciones del orden en sus localidades. Luego, los candidatos elegidos debían responder ante el electorado y cumplir con parte de sus promesas, valiéndose de sus influencias y relaciones en las Cortes. En ocasiones, sin embargo, los malos presupuestos aprobados paralizaban las obras. En Teruel, proyectos como la carretera de Alcañiz a Caspe, la de Albalate a Val de Zafán o los embalses se paralizaron por falta de recursos. Durante la construcción de la carretera de Alcañiz a Alcolea del Pinar, las obras fueron suspendidas en el tramo comprendido entre Alcorisa y Calanda y sólo conservaron su puesto quince canteros y algunos jornaleros, con mísero jornal insuficiente para el mantenimiento de una familia. Cuando se reanudaban los trabajos, los malos jornales podían generar huelgas que volvían a paralizar las obras.

  Algunas de las carreteras bajoaragonesas construiadas en los primeros años del siglo XX

  Uno de los primeros proyectos fue la carretera de Escatrón a Gandesa en el tramo de Maella y el límite provincial, cuya tramitación se esperaba contar con la activa gestión del diputado por Caspe, Juan Mompeón. En las elecciones de 1879, se ofreció a los calandinos la construcción de un puente si daban su voto al candidato oficial, Francisco de P. Giménez quien prometió la entrega inmediata del dinero para la obra. En 1882 se incluyó en el plan general, la carretera de tercer orden de Val de Zafán por Híjar y Urrea hasta Albalate, debido al interés del senador por Teruel y antiguo diputado por Alcañiz, Manuel de Pedro. El calandino Juan José Gasca obtuvo en 1881 su acta de diputado por el distrito de Valderrobres, renovada en 1886, 1891 y 1893. En el distrito de Alcañiz, colocó en la candidatura liberal a un hombre de su confianza, Augusto Comas Blasco, diputado en 1893, 1898 1901, bien considerado por el electorado que valoraba su amistad con el ministro Miguel Villanueva. Por su mediación se construyó la carretera de Calanda a Torrevelilla y el puente del Estretillo. El 31 de julio de 1894, se incluyó al plan general la carretera de Calanda a Andorra y Oliete. La carretera de tercer orden de Calanda a la de Zaragoza y Castellón, cuyo trazado iba por La Ginebrosa, La Cañada de Verich y La Cerollera, fue desviada por Torrevelilla y Belmonte hacia el kilómetro 131 de la carretera a Castellón en el punto de la Toza. En diciembre de 1896, se pidió la continuación de la carretera de Calanda a La Cerollera, construida solo en su primer trozo por las gestiones del diputado Gasca. En los períodos electorales, los candidatos no dudaban en atribuirse los méritos obtenidos en detrimento de sus adversarios. En octubre de 1899, Gasca criticó al marqués de Lema, con quien tenía enemistad personal, sus influencias para lograr la construcción de varias carreteras del Bajo Aragón, como la de Castellote y la de Valderrobres a Monroyo, y le acusa de los retrasos en las subastas de las carreteras de Alcorisa al Mas de las Matas y Aguaviva, y de la de Calanda a Torrevelilla a Belmonte.

  En junio de 199, se aprobó el enlace entre Alcañiz y la estación de ferrocarril. En noviembre de ese mismo año, se pedía una carretera entre el Mas de las Matas y Alcorisa, mientras que en Caspe, el diputado Enrique Pérez, junto al gobernador, presionaban al ministro por una carretera a Bujaraloz. En noviembre se subastó el 4º trozo de la carretera de Alcañiz a Cantavieja gracias a las gestiones del marqués de Lema, a la que siguió, en marzo del año siguiente, el primer trozo. En agosto de 1905, Gasca fue agasajado en su visita a Calanda por sus favores a la población. Desde 1901, se pidió una carretera entre Calanda y el Mas de las Matas y otra de Calanda a Oliete (por Andorra y Alloza), comunicación que desde 1885 exigían los pueblos de Ariño, Albalate, Oliete, Andorra y Alloza. Las obras se retrasaron a pesar de las presiones ejercidas sobre los candidatos. Finalmente, en 1911, salió a subasta el primer trozo. Desde 1903, Rafael Andrade, elegido diputado por el distrito de Alcañiz, participó en las comisiones que permitieron la ejecución de la mayor parte de carreteras del Bajo Aragón. En mayo de de 1910 visitó Calanda donde prometió la construcción de una carretera y un embalse. En 1915, prometió agilizar los trámites para la ejecución de de la carretera de Calanda al Mas de Las Matas, obra en la cual se emplearía numerosa mano de obra jornalera. Pero un año después, sus electores se quejaron del abandono en que se encontraban, pues no se hablaba de la citada carretera y se había suprimido el coche que comunicaba Calanda con Alcañiz, de modo que en su vista a Calanda recibió una fría acogida. En 1917 prometió mejorar el firme de la carretera entre Calanda y Alcañiz. Como director de Obras Públicas intervino en la aprobación del proyecto del pantano de Santolea. El Diario de Avisos de Zaragoza del 20 de marzo de 1896, publicó el acuerdo de los electores de Valdealgorfa, según el cual, todos votarían al candidato que consiguiera la subasta de las obras de la carretera que debía pasar por el pueblo.

  En mayo de 1887, se efectuaron los replanteos para proceder a la subasta de varios tramos de las carreteras de Calaceite a Monroyo y en la de Alcañiz a Cantavieja. En febrero de 1901, la intervención del marqués de Lema permitió incluir en el plan extraordinario de carreteras, el trozo segundo de Beceite a Gandesa y el tercero de Valderrobres a Monroyo,  lo que fue celebrado con fiestas populares. En marzo de 1903, el marqués de Lema aseguraba el próximo inicio de los estudios de la travesía y puente de Valderrobres en la carretera de tercer orden de Valdealgorfa a Beceite. A finales de 1905, se terminó la carretera de Tortosa a Valderrobres.

 El periódico republicano radical El Progreso, denunció algunas irregularidades observadas durante las últimas elecciones, en septiembre de 1905, en el distrito de Montalbán. Entre ellas figuraban las 2.500 pesetas presuntamente entregadas por uno de los candidatos al ayuntamiento de Obón como garantía de una carretera, a cambio de 290 votos y el pago de una peseta por elector. En diciembre de ese año, Juan Pío Membrado, publicó, en Tierra Baja, un artículo reivindicando la construcción de la carretera de Torrevelilla a Maella, incluida en el plan general, que por su carácter transversal uniría pueblos que no disponían de ella, que atravesaría el camino de carro de Fórnoles a Castelserás en Codoñera, el también camino de carro de Codoñera a Castelserás en Torrecilla y las carreteras de Zaragoza a Castellón y de Alcolea del Pinar a Tarragona en las Ventas de Valdealgorfa.

  En 1911, el ministro Rafael Gasset intentó acabar con los intereses de los diputados y senadores que habían elevado los presupuestos con propósitos electorales. La Ley de 29 de junio suprimió el Plan General de Carreteras del Estado de 1877 y parte de las carreteras incorporadas. El Estado solo asumiría la construcción y conservación de las carreteras de urgencia o de necesidad.


  Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 100





sábado, 12 de noviembre de 2022

LA BATALLA DE MAELLA

 




    El 1 de octubre de 1838, se produjo una de las más importantes derrotas sufridas por el ejército liberal a manos de Cabrera. Como resultado de la misma quedó destruida la división llamada el "Ramillete", y muerto su jefe, el joven y valiente brigadier Pardiñas.

   El motivo del enfrentamiento fue el saqueo por los carlistas de Bellmunt (Lleida), en la margen izquierda del Ebro, donde se apoderaron del plomo de las minas que allí se explotaban. Pardiñas trató de impedir su traslado hacia el territorio carlista del Maestrazgo, pero los espías de Cabrera le avisaron que la división de Pardiñas se encontraba en Calaceite. El jefe carlista llegó a Cretas el 29 de septiembre, dispuesto a caer sobre el enemigo; pero éste había marchado a Maella.

    Cabrera continuó hasta Valdealgorfa, donde el día 30 reunió a sus tropas. La llegada de un espía confirmó la noticia de que Pardiñas permanecía en Maella con 5.000 infantes y 300 caballos. Durante la cena, Cabrera vaticinó, ante sus ayudantes y jefes la derrota del "Ramillete" y la muerte de uno de los presentes, así como el general cristiano. Al anochecer, formaron los soldados, que tras ser arengados por Cabrera, marcharon en silencio absoluto hasta la Val de Gil, cerca de Maella, donde acamparon a las 4 de la mañana. El terreno donde se desarrolló el combate se sitúa en una zona de olivares entre las alineaciones montañosas que enmarcan la Val de Gil, a ambos lados del camino de Valdealgorfa.

    Apenas amaneció, Cabrera reconoció el campo y la dirección de Pardiñas. Luego distribuyó las guerrillas , formó sobre su izquierda los batallones 1º y 2º de Mora. En el centro, la caballería, por el único terreno en el que podía maniobrar, con el 4º escuadrón de Tortosa (coronel Pedro Beltrán "Peret del Riu"), un escuadrón del 1º de Aragón (capitán Juan Manuel Pericón), dos del 3º de Lanceros de Aragón (coronel Miguel Lordán) y el escuadrón de Ordenanzas, que era empleado como fuerza de choque. A la derecha, el 1er batallón de Tortosa y Guías de Aragón (capitán Joaquín Bosque). En reserva, el 2º de Tortosa (Manuel Salvador). En total 3.500 infantes y 500 caballos.

    La división de Pardiñas constaba de tres batallones del Regimiento de Córdoba, dos batallones de África y como caballería, dos escuadrones del Rey (1º de línea) y uno del 6º ligeros con un total de 5.000 infantes y 300 caballos. A ellos se añadirían los francos de Gandesa.

   La división liberal salió de Maella a las 6 horas y 30 minutos de la mañana por el camino de Alcañiz. A una hora de marcha, se avistaron las fuerzas carlistas en posición dominante sobre el llano y sus escuadrones en la vaguada por la que debían pasar. Pardiñas destacó al brigadier Cayetano Urbina para que con dos batallones de Córdoba ocupara la altura situada a su izquierda y rodeara la derecha carlista. En el extremo derecho de su formación, situó el 3º batallón de Córdoba para que tomara la altura derecha y envolviera a los batallones de Mora. Por el contrario atacaría el mismo, al frente de la caballería con los batallones de África, hacia una posición que le sirviera para apoyar el ataque por su lado izquierdo.

    La acometida de Urbina arrolló los batallones 1º de Tortosa y Guías de Aragón, de la derecha carlista, que cedieron terreno con la caballería de Tiradores de Aragón que les apoyaba. El combate se prolongó sin definirse el resultado, hasta que Cabrera fue herido en el brazo izquierdo. Temeroso de la mala impresión que su herida causaría en sus hombres, cargó contra los cristianos seguido de sus ayudantes y 15 caballos de su escolta que enardecieron los ánimos de sus tropas y sorprendieron a sus adversarios. El brigadier Urbina fue herido en la pierna derecha y fue evacuado del campo de batalla. Los carlistas del coronel Francisco García rodearon a los soldados adelantados que en su avance habían dejado el flanco descubierto. Los dos batallones de Córdoba acabarían por rendirse.

   Mientras tenía lugar esta lucha, el ataque cristiano sobre el ala izquierda carlista empujó a los batallones de Mora a retirarse en desorden. La caballería de Tortosa contratacó, pero fue rechazada por una carga del 1º de línea. Pie a tierra pidieron cuartel, pero 40 jinetes y los soldados de Mora rendidos, fueron acuchillados al grito de "Hoy no hay cuartel". Los soldados retrocedieron hasta el camino de Valdealgorfa, variando la disposición del frente que antes miraba hacia Maella y ahora daba la vista a una pequeña altura entre un corral de ganado y una casa de campo por el que avanzaba la caballería cristiana y un batallón de Córdoba en su intento por rodear a los carlistas. Los liberales fueron alargando la línea, estimulados por su general, impaciente por lograr el triunfo. Cabrera, advirtió del peligro, envió a la carrera, al comandante Salvador Palacios con 4 compañías del 2º de Tortosa de la reserva, y se presentó en el lugar donde arengó a los soldados a quienes dijo: "¿qué es esto, cobardes?, ¿Me abandonáis ahora que es nuestra la victoria, cuando ya tenemos 1.000 prisioneros y me veis pelear con este brazo ensangrentado?. "No, mi general, allá vamos todos. Viva Cabrera". Pedro Beltrán con los Lanceros de Tortosa siguió el movimiento de Palacios y cargó de frente al enemigo con dos compañías que marchaban a la bayoneta. El combate se generalizó en aquel flanco, y Cabrera poniéndose una vez más al frente, los animó a desalojar al enemigo de sus posiciones. Pardiñas ordenó retirar la línea por escalones en dirección al camino de Caspe. El repliegue duró cerca de una hora hasta llegar al extremo de un colina escarpada que desciende sobre la parte  ancha del valle en que se hallaba la caballería cristiana. Las dificultades del terreno desordenaron las unidades e impidió que formaran el cuadro contra la caballería carlista. Pardiñas acompañado de su E.M. y la mitad de los jinetes del 6º ligero, acudió para infundir valor a sus hombres. El escuadrón cargó contra la caballería enemiga pero fue rechazada por 4 escuadrones carlistas y otro que le cerraba el paso por lado derecho y le obligó a retroceder. El general fue herido y su caballo muerto, rodeado por la caballería carlista de Narciso Alegre. La caballería de 1º en línea, que acudió en su ayuda, fue barrida sin tiempo de desplegar. Pie a tierra, el general se defendió con la carabina de un granadero y luego con su sable hasta que murió por los sablazos de los jinetes. Los carlistas cargaron de nuevo y mezclándose con los escuadrones cristianos dividieron a su infantería. Al mismo tiempo, los batallones de Mora rodeaban a los liberales por su izquierda. Un batallón de África que intentó cubrir el hueco fue destrozado. La muerte de Pardiñas terminó de dispersar la división y los soldados empezaron a deponer las armas.

    Tras seis horas de combate, los cristianos dejaron cerca de un millar de muertos y 2.115 prisioneros. Fueron capturados un comisario de guerra, un ayudante del general y numerosos jefes y oficiales.

    El brigadier Pascual Álvarez y el jefe de Estado Mayor, Anselmo Blaser y San Martín, reagruparon a los supervivientes y se retiraron hacia Caspe donde llegaron a las 4 de la tarde, unos 1.300 hombres, la mayoría sin armas, de los cuales sólo 20 eran oficiales, 157 eran jinetes (70 del 6º de ligeros). En días sucesivos, llegaron a Alcañiz cerca de 1.200 hombres, en su mayor parte del regimiento de África. El brigadier Urbina, en carta dirigida al general en jefe del  Ejército del Centro el día 8, relató los pormenores de la batalla que fue reproducida por prensa liberal del día 11. El cuerpo de Pardiñas fue rescatado al día siguiente por los milicianos de Caspe y trasladado al convento de San Agustín de esa ciudad, donde fue inhumado con todos los honores. Fue el único general isabelino que murió al frente de sus soldados en la primera guerra carlista. Sus sucesores recibieron el título de marqués de Casa-Pardiñas por la reina regente María Cristina, en nombre de su hijo el rey Alfonso XIII, el 3 de julio de 1890. No hubo supervivientes de los escuadrones del Rey (1º de línea), 50 jinetes capturados fueron acuchillados por un escuadrón de caballería a media legua de Maella por no haber dado cuartel a los carlistas rendidos al principio del combate. Otros 40 heridos que estaban en el convento de San Francisco de la villa fueron fusilados por orden de Cabrera.

   Los carlistas tuvieron 52 muertos, entre ellos el coronel  de E.M. Antonio Arias, 5 oficiales, 192 heridos, 15 contusos, 24 caballos muertos y 71 heridos. En fechas posteriores, como resultado de sus heridas fallecieron el coronel Miguel Lordan del 3º de Lanceros de Aragón y el teniente coronel Joaquín Andreu "Rufo" (herido por Pardiñas, de un balazo que le rompió el brazo izquierdo). Cabrera regresó a Valdealgorfa y luego marchó a Castelserás e Híjar.


    Consecuencias

    Tras la victoria de Maella y hasta la firma del Convenio de Vergara en agosto de 1839, los carlistas serían los dueños absolutos del Bajo Aragón. Caspe quedó bloqueada por los carlistas hasta que pudo ser socorrida. Marcelino Oraa, jefe del Ejército del Centro, fue sustituido por el general Antonio Van Halen, quien en una orden del 19 de octubre suspendió de empleo a los jefes, oficiales y sargentos de los batallones de África, Córdoba y del 6º ligero de caballería, a quienes responsabilizó de la indisciplina de las tropas. Todos los mandos pasaron a la plaza de Jaca para la causa competente aunque el resultado del juicio no se produjo en sanciones. Los prisioneros cristianos fueron conducidos a un convento del Orcajo por el coronel Solanich. Los prisioneros que no podían seguir las filas por el cansancio o por enfermedad eran fusilados de inmediato. Sus penalidades serían terribles, mal alimentados y enfermos, padecieron una elevada mortalidad en los días siguientes, 29 de ellos fueron fusilados el 17 de octubre. El 20 de octubre había 2.131 soldados de la clase de tropa prisioneros en el depósito de Orcajo. La espiral de represalias por ambos bandos que seguirá a estos sucesos, regará de sangre los meses siguientes.




        Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 95

martes, 11 de octubre de 2022

LOS ESCUDOS DE LA CODOÑERA

 



    Hasta la obtención del título de villazgo en 1776, La Codoñera fue un barrio de la ciudad de Alcañiz. Hasta esa fecha, el lugar debió usar armas de Alcañiz, aunque es posible que tuviera algún signo de identidad del lugar. En el año 1676, el Visitador de la Orden de Calatrava mandó que en las casas del ayuntamiento se pusieran las armas del lugar y las de la Orden de Calatrava, labradas en piedra, con una corona como remate. Desconocemos si llegó a cumplirse el mandato, sin embargo, aproximadamente por esas fechas, cuando se construyó la portalada de la iglesia, se colocó un membrillero o codoñero ( Cydonia oblonga) esculpido con sus frutos.

    El día 21 de mayo de 1776, Carlos III declaró Villa a La Codoñera y la segregó de la jurisdicción de Alcañiz. En la Carta Puebla de concesión del villazgo, podemos ver una preciosa lámina con las armas de la nueva villa, un escudo con campo de plata y un membrillero de su color natural con sus frutos y la corona real.

    El visitador eclesiástico Mover describió nuestro escudo como simbología parlante constituido por un membrillero verde dentro de una cartela blanca. El timbre que le corresponde es la corona real abierta de oro con perlas blancas y zafiros verdes y rojos, como antiguo dominio calatravo sujeto a la monarquía española. En heráldica, los árboles representan la lealtad y felicidad. En la Grecia Clásica el membrillo estaba consagrado a la diosa Afrodita y era considerado símbolo de amor y fecundidad. El escultor Jayme Martín fue encargado por el ayuntamiento para que hiciera "las hechuras de las Armas de la Villa" en un escudo tallado en piedra de estilo barroco.

    A finales del siglo XVIII, cuando se construyó la capilla de Ntra. Sra. de Loreto, en el techo de la puerta de acceso, se pintó el escudo de La Codoñera.

    Desde 1868, las armas de España como Estado dejaron estar asociadas a las de la dinastía reinante, sin perjuicio de emplear elementos básicos de ésta como era el cuartelado con los blasones de Castilla, León, Aragón y Navarra.

    En la calle de la Iglesia se encuentra encastrada en la pared una piedra que parece tener el esculpido el escudo borbónico. Pudiera haber pertenecido al antiguo pósito de La Codoñera, citado por primera vez en 1754, cuando Fernando VI mandó que todos los pueblos tuvieran uno, como reserva de grano para fabricar pan.

    El escudo borbónico de Felipe V fue empleado hasta la II República en los sellos municipales.




     Artículo publicado en el programa de fiestas patronales de La Codoñera San Cosme y San Damián de 2022.

LA DESTRUCCIÓN DEL PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO AL FINAL DE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA

 



    Durante los meses que precedieron al final de la guerra civil de 1833 a 1840, se produjo la mayoría de daños que afectaron al patrimonio arquitectónico de los pueblos del Bajo Aragón. Las ermitas, situadas generalmente en puntos dominantes, así como los conventos y las iglesias habían demostrado su utilidad militar durante los asedios carlistas a Calanda y Alcañiz como enclaves fortificados del ejército liberal. Ahora, a medida que el territorio dominado por Cabrera se reducía ante la ofensiva de Espartero, estos puntos eran susceptibles de ser utilizados por los carlistas para obstaculizar el avance enemigo y por los liberales para repeler los golpes de mano de los carlistas, motivó que fueran sistemáticamente destruidas cuando incomodaban a cualquiera de los contendientes.

    En junio de 1839, el dominio del Bajo Aragón era absoluto. Alcañiz se hallaba bloqueada por las fuerzas de Joaquín Bosque "Alma Feroz", a las órdenes de Llagostera, que amenazaba con la pena de muerte a quien fuese capturado en un radio de una hora de distancia de Alcañiz. La situación empezó a cambiar a partir del 31 de agosto cuando Espartero firmó con el general carlista Maroto el Convenio de Vergara que ponía fin a la guerra en el Norte de España. En los meses siguientes, las tropas liberales retenidas en ese frente empezaron a desplazarse hacia el Bajo Aragón para emprender la campaña final contra las fuertes posiciones de Castellote, Segura, Cantavieja, Aliaga y Morella. Sin embargo, la amplia actividad bélica desplegada por Bosque obligó a crear un cordón de puntos fortificados que evitarían posibles sorpresas.

    El 21 de noviembre, los liberales fortificaron la casa del almudí en Castelserás, junto al puente del Guadalope. Para evitar que los liberales aprovecharan la solidez de su iglesia, Bosque mandó quemarla el 3 de diciembre. Ardieron todos sus retablos y se tuvieron que reconstruir las cornisas, las cubiertas y dos cuerpos de su torre que fue destruida con barrenos de pólvora. En un mapa levantado por el Cuerpo de Ingenieros en 1840, se aprecia el entorno fortificado de la iglesia, en la leyenda se anota que fue incendiada por los facciosos.

    Monroyo fue una de las poblaciones que más destrucciones sufrió. El día 27 de noviembre, Llagostera la mandó incendiar. Ardieron 137 edificios, entre ellos el ayuntamiento, la iglesia, dos ermitas y el palacio de la Encomienda Calatrava. El 4 de enero de 1840, la partida carlista del teniente Calixto Cortés, obligó a los vecinos de Valdealgorfa a llevar cargas de leña para quemar le ermita del Buen Suceso. Las monjas franciscanas fueron expulsadas de su convento y amenazadas con la quema del edificio si los liberales lo fortificaban. Sobre el mismo cordal del camino a Morella, el teniente José Ginés de La Codoñera recibió la orden de quemar la ermita de Ntra. Sra. de Fórnoles. La iglesia se salvó por la intercesión de las mujeres. La destrucción no fue completa y a los pocos días se volvieron a poner los tejados. Se empleó como alojamiento y almacén por las tropas de Espartero.

    Soldados, oficiales y jefes dormían en el suelo durante las marchas. Cuando llegaban a una población se alojaban en las casas particulares que les eran asignadas, las cuales debían facilitarles leña, agua, cama y ropas para dormir. Una de las direcciones de ataque liberal, corrió a cargo la 1ª división del general Diego de León que debía marchar por el camino de Alcañiz a Morella. El invierno de 1839/1840, se caracterizó con frecuentes nevadas que volvieron intransitables los caminos.

    Algunos soldados fallecieron en sus puestos de guardia a la intemperie y lo mismo ocurrió con las caballerías. La dureza del tiempo obligó también, a buscar grandes espacios que sirvieran de almacenes para guardar el abundante material que se precisaba para el asedio. Francisco Foz, sobrino de Braulio, escribió en Mis Memorias, que la iglesia de Fórnoles fue habilitada por Espartero como parque de las 4 piezas de artillería montada y como refugio de un escuadrón de caballería y de un batallón de infantería. Los altares fueron convertidos en pesebres y la sacristía en corral.

    El templo del Mas de las Matas fue saqueado por las tropas, las cuales quemaron la sillería del coro y algún retablo. La iglesia fue habilitada como almacén. Cuando el general Espartero inició el ataque, mandó destruir las ermitas de Santa Flora y de Santa Bárbara para que no pudieran fortificarse en ellas los carlistas.

    El general Puig Samper, al mando de la 2ª división liberal, cubría la línea Andorra, Alcorisa, Calanda, Alcañiz, Castelserás para evitar los golpes de mano de Bosque. El Cuartel General de Espartero se hallaba apenas a 3 leguas de distancia en una zona sin apenas fortificar. El 17 de febrero, se presentó Bosque con 60 jinetes cerca del fuerte exterior de Alcañiz en la Cabezo del Cuervo, donde sorprendió a los nacionales de Velilla y acuchilló a cuatro de ellos. El mismo día publicó un bando en Valdealgorfa en el que amenazaba con la pena de muerte a quien fuera a trabajar los campos. La noche del 4 al 5 de marzo, una columna liberal de Alcañiz inutilizó los molinos de La Codoñera y recogió los hierros, en represalia por haber hecho lo mismo los carlistas con los molinos de Castelserás.

   El 9 de abril, la 1ª División del General Diego de León, conde de Belascoain, ocupó Monroyo con seis batallones, dos escuadrones y una batería de montaña, lo que impidió que los carlistas volvieran a quemar la población. Monroyo fue fortificada y se montaron 5 hornos, almacenes y hospitales. A continuación, se dirigió a Peñarroya, en manos carlistas. Éstos se defendieron en 6 casas y en la ermita de Santa Lucía. Ocupado el pueblo, el general recibió orden de demoler el castillo. El 14, llegaron, a Valdealgofa y a Ráfales los soldados del batallón Provincial de Málaga. Dos escuadrones de Bordón fueron enviados a Fórnoles como protección del camino de Alcañiz. Una compañía de infantería de Valdealgorfa recibió orden pernoctar en la iglesia u otro edificio sólido que ofreciera buena defensa y de fortificarlo para evitar un golpe de mano. La ermita de Fórnoles fue guarnecida con una compañía del Infante. El tren de batir1 llegó a la ermita de la Consolación, donde estuvo custodiado por dos compañías de infantería. En Monroyo, quedaron cuatro cuatro compañías de infantería. En Valdealgorfa, y en las ermitas  de Fórnoles y de la Consolación, se situaron destacamentos de a 6 jinetes para transmitir rápidamente los avisos.

    Los carlistas, trataron de interrumpir el tránsito por la carretera de Morella colocando grandes piedras, practicando excavaciones del firme y roturas del alcantarillado y de las obras que anteriormente realizó el general Marcelino Oraá para el malogrado ataque de agosto de 1938. Los ingenieros liberales del general Cortinez tuvieron que adaptar el camino para conducir la artillería de sitio. Los principales esfuerzos se centraron en el tramo entre Fórnoles y La Pobleta, con soldados zapadores auxiliados por vecinos de los pueblos, obligados a trabajar a la vista del enemigo. Según Francisco Coello, que participó como teniente en dichas obras, se igualaron sus pendientes, se suavizaron sus largos rodeos, se ensancharon sus frecuentes tornos y se practicaron desagües. El trayecto fue calificado como" caminito de jardín inglés con montañas rusas".

    Para retrasar el avance de los liberales, los carlistas prendieron fuego a las casas de La Pobleta el día 13. A la vista del incendio, el Conde de Belascoain ordenó que tres batallones de la 1ª División, una batería de montaña y un escuadrón de Lanceros de Bordón acudieran a Monroyo a apagar el fuego y evitaran la total destrucción del pueblo. Solo se salvaron de la quema tres casas; la iglesia ardió por completo. Un batallón de la 1ª División se quedó en Torre de Arcas para impedir que pudiera repetirse el suceso. El 16 de mayo pasó por Valdealgorfa el tren de artillería en dirección a Morella, compuesto de 40 piezas de batir y tres baterías rodadas.

    El 19, llegó Espartero al hostal de Farinetas o mesón de las Puches. La tremenda tormenta que se desencadenó a continuación y la gran nevada que cayó al día siguiente obligó a los soldados a buscar refugio en Torre de Arcas, Monroyo y Peñarroya, a encender hogueras y a levantar tiendas, las primeras que se empleaban en toda la guerra en el Bajo Aragón. Con la mejoría del tiempo, se formalizó el asedio de Morella y se precipitó el fin del dominio carlista.

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1El tren de sitio incluía ingenieros, exploradores, suministros, cañoneros, etc, que no formaban parte del ejército. Los cañones iban con las tropas, pero estaban protegidos por infantería especial, debido a su pesadez y lentitud de movimientos.


      Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 91

lunes, 27 de junio de 2022

ACTITUD MÉDICA EN LA PRIMERA GUERRA CARLISTA II

 



 Medicamentos

    Había pocos medicamentos y los más utilizados tenían el vino como uno de los componentes principales, empleado también como desinfectante de heridas. El vino con aceite era aplicado en las heridas para limpiarlas (cura Samaritana). Como desinfectante y sobre todo para la futura cicatrización de las heridas, los cirujanos más modernos utilizaron el emplasto o "cura de Malats" ( a base de flor de romero, manzanilla, aceite y bálsamo de Perú), con el efecto añadido de ser hemostático, taponando los puntos sangrantes pequeños. El vinagre también tuvo su lugar en la limpieza de las heridas y fue usado sobre todo por los curanderos. Los aguardientes se consideraban más potentes y eran más caros. También se empleó el laúdano (que contenía opio y era muy apropiado para el dolor y la diarrea); la quinina (importada en sus inicios por los jesuitas de Sudamérica, era muy útil para bajar la fiebre y para combatir la malaria y el paludismo); el vino quinado (con uva moscatel), útil como reconstituyente, abría el apetito; soluciones de algunos metales: el hierro (para la anemia), el cobre (para enfermedades de la piel), el mercurio (contra la sífilis), el yodo (como desinfectante).

    Algunos alimentos se consideraban medicinales como los caldos sustanciosos (a base de gallina), arroz y pan), los tónicos difusibles (con vino, quinina, miel y membrillo), los cocidos poderosos (con garbanzos, verdura y carne), la leche de pantera para la depresión (a base de leche condensada y aguardiente) y el aceite de hígado de bacalao.

    Médicos y curanderos empleaban hierbas y plantas que conocían bien: la corteza de sauce (antirreumático), la dedalera (tonifica el corazón), la cola de caballo (diurético), la melisa y la manzanilla (para la digestión), la belladona (para diarreas), el eucalipto, la menta (inhalaciones respiratorias), la valeriana (relajante), la canela (para expulsar gases), el jengibre (estimulante de órganos sexuales) y la mandrágora (para el dolor de cabeza y ayudar a dormir)

Tratamiento de heridas

    Ante una herida, el simple aspecto de un tejido lesionado ya indica las cualidades del agente traumático. Las heridas por armas de fuego se consideran, por todos los prácticos, mucho más graves que las causadas por instrumentos de otra especie. Se creía que el color lívido y negruzco que presentan las paredes de la herida era una quemadura producida por el calor del proyectil y atribuían los síntomas secundarios a propiedades venenosas del cuerpo vulnerante. Posteriormente se descubrió la falsedad del veneno. El tamaño del proyectil, si es de mayor volumen, su acción se asemeja más a las armas punzantes y por tal motivo su curación es tan rápida como éstas, con mayor probabilidad de éxito. Sin embargo, esta acción desaparece cuando el disparo es a bocajarro, ya que en estos proyectiles los perdigones van reunidos en muy poco espacio y producen estragos enormes. Según aumenta el tamaño del proyectil, su acción se aproxima más a la de los cuerpos contundentes.

    Para los grandes lesionados de balas de cañón y horribles imputaciones, se pusieron en marcha los denominados "hospitales de campaña" o también los "hospitales de sangre", centros improvisados que duraban el tiempo que se combatía en las cercanías, insuficientemente dotados, atendidos por cirujanos de segunda fila. Morían dos tercios de los que ingresaban, por ser más graves y por la poca habilidad de sus cirujanos, principalmente de los reclutas por los carlistas. Por los distintos grados de fuerza o velocidad, las balas de cañón pueden producir contusiones, heridas y arrancamientos o mutilaciones. Los daños que ocasionan son generalmente graves y espantosos y las heridas con frecuencia son mortales. Todo ello corroboraba la necesidad de la imputación, como único recurso y urgencia. Los cirujanos militares más célebres sostenían opiniones muy diversas sobre el tratamiento a seguir. Muchos preferían las ventajas de la imputación inmediata, es decir, antes de desarrollarse los síntomas generales; otros, en cambio, la reprueban. Las amputaciones de miembros, fueron las intervenciones más frecuentes. Estas no debían diferirse, pues en ocasiones la negación de los heridos a ser sometidos a ellas les costaba la vida. Larrey consideraba siempre que fractura del muslo por arma de fuego, era una de las que imperiosamente reclamaban la amputación inmediata. Los heridos con roturas de grandes vasos, sino eran auxiliados al momento, en breve fallecían. A pesar de los peligros, se realizaban operaciones importantes en medio de los combates. Los cirujanos trabajaban a mano descubierta.

    La infección no grave de la herida era la situación más frecuente y casi deseada. La aparición del "pus loable" daba paso a la curación. La actitud más frecuente ante una herida era hacer hemostasia, quitar la suciedad, intentar extraer los proyectiles y dejar las heridas semiabiertas, para esperar una cicatrización diferida. La septicemia mortal, el tétanos y sobre todo  la gangrena eran demasiado frecuentes, y más si se acompañaban de fracturas de los huesos de la zona. La mortalidad de las heridas de las extremidades era muy alta y si afectaban al tórax o abdomen eran casi la norma. Otro tipo de traumas, frecuentes en campaña, eran las luxaciones, que si eran tratadas al momento por personal preparado, curaban bien; pero en caso contrario quedaban con deformidades difíciles de corregir.

    Los Profesores del Cuerpo eran capaces de modificar el proceder operatorio conforme lo exigían las circunstancias. El buen régimen de las curas, el desterrar la práctica de determinadas actuaciones, el no extraer los cuerpos extraños de la primera cura, siempre que no incomodaran ni expusieran al herido a mayores males en espera que la naturaleza los eliminara por medio de supuraciones abundantes, ha sido lo que ha salvado muchas víctimas y restituido a las filas del ejército infinidad de soldados.

 La sanidad carlista

    El general Zumalacáregui desde el principio estuvo preocupado del aspecto sanitario y recibió un gran apoyo de la población. El problema era que el general creía más en los curanderos que en los médicos y carecía de medios. Cabrera desde el principio se empeñó en montar una infraestructura eficaz que no tendría que envidiar a la del lado liberal. En 1837 se creó el cuerpo de Sanidad Militar Carlista, el cuerpo de médicos, cirujanos y farmacéuticos del Ejército del Norte. Cabrera creó, para Aragón y Valencia, una sanidad militar autónoma, tarea en la cual contó, desde 1835, con el catedrático de la universidad de Valencia Juan Pablo Sevilla y con su médico personal, Simón González. Conscientes de sus carencias médicas, los carlistas intentaron promover la formación del personal sanitario durante la contienda para subsanar las deficiencias. Se consiguieron mejoras; pero no las suficientes, faltó tiempo.

    Al inicio de la contienda, la organización hospitalaria carlista fue inexistente. Hasta 1834 la sanidad estuvo a cargo de los familiares de los heridos y enfermos, los cuales recibían los oportunos elementos para la curación en sus propias casas. Quienes no podían hacerlo recibían la hospitalización de caseros carlistas. Las mujeres, con frecuencia, eran quienes desempeñaban labores de cuidado de enfermos y de aprovisionamiento. Los "hospitales aldeas" estaban desperdigados y camuflados, con enfermos menos graves, que no necesitaban grandes remedios. Con el paso del tiempo, se fueron poniendo los cimientos de una organización sanitaria que alcanzaría un importante nivel de coordinación y eficacia. Se establecieron hospitales permanentes en aquellas zonas en las que las tropas carlistas estuvieron consolidadas  en el terreno, en Cantavieja (100 camas), Morella (50 camas), Forcall (100 camas), Cuevas de Castellote (250 camas), Olivar de Estercuel (400 camas para atender a los heridos de Caspe y Alcañiz) y Horta (300 camas para los heridos de Llagostera y Polo), con facultativos, personal subalterno y administrativo (capellán, boticario, cocinero, etc). En Morella se creó el laboratorio central boticario, a cargo de Juan Recuenco, que suministraba medicinas a los demás hospitales.

Conclusiones

    Durante la primera guerra carlista se pusieron los cimientos de una organización sanitaria hasta entonces inexistente. La creación de hospitales cercanos a las zonas de conflicto, más personal médico y mejor preparado para estas situaciones, fueron medidas que supusieron un gran impacto moral en los soldados; pero faltó tiempo para completar estas mejoras.


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Los autores agradecen a la Biblioteca Histórica-Militar y Centro de Historia y Cultura Militar Pirenaico, en la persona del coronel Rafael Matilla, las facilidades dadas para consultar sus fondos bibliográficos.

 


       Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº89