sábado, 12 de noviembre de 2022

LA BATALLA DE MAELLA

 




    El 1 de octubre de 1838, se produjo una de las más importantes derrotas sufridas por el ejército liberal a manos de Cabrera. Como resultado de la misma quedó destruida la división llamada el "Ramillete", y muerto su jefe, el joven y valiente brigadier Pardiñas.

   El motivo del enfrentamiento fue el saqueo por los carlistas de Bellmunt (Lleida), en la margen izquierda del Ebro, donde se apoderaron del plomo de las minas que allí se explotaban. Pardiñas trató de impedir su traslado hacia el territorio carlista del Maestrazgo, pero los espías de Cabrera le avisaron que la división de Pardiñas se encontraba en Calaceite. El jefe carlista llegó a Cretas el 29 de septiembre, dispuesto a caer sobre el enemigo; pero éste había marchado a Maella.

    Cabrera continuó hasta Valdealgorfa, donde el día 30 reunió a sus tropas. La llegada de un espía confirmó la noticia de que Pardiñas permanecía en Maella con 5.000 infantes y 300 caballos. Durante la cena, Cabrera vaticinó, ante sus ayudantes y jefes la derrota del "Ramillete" y la muerte de uno de los presentes, así como el general cristiano. Al anochecer, formaron los soldados, que tras ser arengados por Cabrera, marcharon en silencio absoluto hasta la Val de Gil, cerca de Maella, donde acamparon a las 4 de la mañana. El terreno donde se desarrolló el combate se sitúa en una zona de olivares entre las alineaciones montañosas que enmarcan la Val de Gil, a ambos lados del camino de Valdealgorfa.

    Apenas amaneció, Cabrera reconoció el campo y la dirección de Pardiñas. Luego distribuyó las guerrillas , formó sobre su izquierda los batallones 1º y 2º de Mora. En el centro, la caballería, por el único terreno en el que podía maniobrar, con el 4º escuadrón de Tortosa (coronel Pedro Beltrán "Peret del Riu"), un escuadrón del 1º de Aragón (capitán Juan Manuel Pericón), dos del 3º de Lanceros de Aragón (coronel Miguel Lordán) y el escuadrón de Ordenanzas, que era empleado como fuerza de choque. A la derecha, el 1er batallón de Tortosa y Guías de Aragón (capitán Joaquín Bosque). En reserva, el 2º de Tortosa (Manuel Salvador). En total 3.500 infantes y 500 caballos.

    La división de Pardiñas constaba de tres batallones del Regimiento de Córdoba, dos batallones de África y como caballería, dos escuadrones del Rey (1º de línea) y uno del 6º ligeros con un total de 5.000 infantes y 300 caballos. A ellos se añadirían los francos de Gandesa.

   La división liberal salió de Maella a las 6 horas y 30 minutos de la mañana por el camino de Alcañiz. A una hora de marcha, se avistaron las fuerzas carlistas en posición dominante sobre el llano y sus escuadrones en la vaguada por la que debían pasar. Pardiñas destacó al brigadier Cayetano Urbina para que con dos batallones de Córdoba ocupara la altura situada a su izquierda y rodeara la derecha carlista. En el extremo derecho de su formación, situó el 3º batallón de Córdoba para que tomara la altura derecha y envolviera a los batallones de Mora. Por el contrario atacaría el mismo, al frente de la caballería con los batallones de África, hacia una posición que le sirviera para apoyar el ataque por su lado izquierdo.

    La acometida de Urbina arrolló los batallones 1º de Tortosa y Guías de Aragón, de la derecha carlista, que cedieron terreno con la caballería de Tiradores de Aragón que les apoyaba. El combate se prolongó sin definirse el resultado, hasta que Cabrera fue herido en el brazo izquierdo. Temeroso de la mala impresión que su herida causaría en sus hombres, cargó contra los cristianos seguido de sus ayudantes y 15 caballos de su escolta que enardecieron los ánimos de sus tropas y sorprendieron a sus adversarios. El brigadier Urbina fue herido en la pierna derecha y fue evacuado del campo de batalla. Los carlistas del coronel Francisco García rodearon a los soldados adelantados que en su avance habían dejado el flanco descubierto. Los dos batallones de Córdoba acabarían por rendirse.

   Mientras tenía lugar esta lucha, el ataque cristiano sobre el ala izquierda carlista empujó a los batallones de Mora a retirarse en desorden. La caballería de Tortosa contratacó, pero fue rechazada por una carga del 1º de línea. Pie a tierra pidieron cuartel, pero 40 jinetes y los soldados de Mora rendidos, fueron acuchillados al grito de "Hoy no hay cuartel". Los soldados retrocedieron hasta el camino de Valdealgorfa, variando la disposición del frente que antes miraba hacia Maella y ahora daba la vista a una pequeña altura entre un corral de ganado y una casa de campo por el que avanzaba la caballería cristiana y un batallón de Córdoba en su intento por rodear a los carlistas. Los liberales fueron alargando la línea, estimulados por su general, impaciente por lograr el triunfo. Cabrera, advirtió del peligro, envió a la carrera, al comandante Salvador Palacios con 4 compañías del 2º de Tortosa de la reserva, y se presentó en el lugar donde arengó a los soldados a quienes dijo: "¿qué es esto, cobardes?, ¿Me abandonáis ahora que es nuestra la victoria, cuando ya tenemos 1.000 prisioneros y me veis pelear con este brazo ensangrentado?. "No, mi general, allá vamos todos. Viva Cabrera". Pedro Beltrán con los Lanceros de Tortosa siguió el movimiento de Palacios y cargó de frente al enemigo con dos compañías que marchaban a la bayoneta. El combate se generalizó en aquel flanco, y Cabrera poniéndose una vez más al frente, los animó a desalojar al enemigo de sus posiciones. Pardiñas ordenó retirar la línea por escalones en dirección al camino de Caspe. El repliegue duró cerca de una hora hasta llegar al extremo de un colina escarpada que desciende sobre la parte  ancha del valle en que se hallaba la caballería cristiana. Las dificultades del terreno desordenaron las unidades e impidió que formaran el cuadro contra la caballería carlista. Pardiñas acompañado de su E.M. y la mitad de los jinetes del 6º ligero, acudió para infundir valor a sus hombres. El escuadrón cargó contra la caballería enemiga pero fue rechazada por 4 escuadrones carlistas y otro que le cerraba el paso por lado derecho y le obligó a retroceder. El general fue herido y su caballo muerto, rodeado por la caballería carlista de Narciso Alegre. La caballería de 1º en línea, que acudió en su ayuda, fue barrida sin tiempo de desplegar. Pie a tierra, el general se defendió con la carabina de un granadero y luego con su sable hasta que murió por los sablazos de los jinetes. Los carlistas cargaron de nuevo y mezclándose con los escuadrones cristianos dividieron a su infantería. Al mismo tiempo, los batallones de Mora rodeaban a los liberales por su izquierda. Un batallón de África que intentó cubrir el hueco fue destrozado. La muerte de Pardiñas terminó de dispersar la división y los soldados empezaron a deponer las armas.

    Tras seis horas de combate, los cristianos dejaron cerca de un millar de muertos y 2.115 prisioneros. Fueron capturados un comisario de guerra, un ayudante del general y numerosos jefes y oficiales.

    El brigadier Pascual Álvarez y el jefe de Estado Mayor, Anselmo Blaser y San Martín, reagruparon a los supervivientes y se retiraron hacia Caspe donde llegaron a las 4 de la tarde, unos 1.300 hombres, la mayoría sin armas, de los cuales sólo 20 eran oficiales, 157 eran jinetes (70 del 6º de ligeros). En días sucesivos, llegaron a Alcañiz cerca de 1.200 hombres, en su mayor parte del regimiento de África. El brigadier Urbina, en carta dirigida al general en jefe del  Ejército del Centro el día 8, relató los pormenores de la batalla que fue reproducida por prensa liberal del día 11. El cuerpo de Pardiñas fue rescatado al día siguiente por los milicianos de Caspe y trasladado al convento de San Agustín de esa ciudad, donde fue inhumado con todos los honores. Fue el único general isabelino que murió al frente de sus soldados en la primera guerra carlista. Sus sucesores recibieron el título de marqués de Casa-Pardiñas por la reina regente María Cristina, en nombre de su hijo el rey Alfonso XIII, el 3 de julio de 1890. No hubo supervivientes de los escuadrones del Rey (1º de línea), 50 jinetes capturados fueron acuchillados por un escuadrón de caballería a media legua de Maella por no haber dado cuartel a los carlistas rendidos al principio del combate. Otros 40 heridos que estaban en el convento de San Francisco de la villa fueron fusilados por orden de Cabrera.

   Los carlistas tuvieron 52 muertos, entre ellos el coronel  de E.M. Antonio Arias, 5 oficiales, 192 heridos, 15 contusos, 24 caballos muertos y 71 heridos. En fechas posteriores, como resultado de sus heridas fallecieron el coronel Miguel Lordan del 3º de Lanceros de Aragón y el teniente coronel Joaquín Andreu "Rufo" (herido por Pardiñas, de un balazo que le rompió el brazo izquierdo). Cabrera regresó a Valdealgorfa y luego marchó a Castelserás e Híjar.


    Consecuencias

    Tras la victoria de Maella y hasta la firma del Convenio de Vergara en agosto de 1839, los carlistas serían los dueños absolutos del Bajo Aragón. Caspe quedó bloqueada por los carlistas hasta que pudo ser socorrida. Marcelino Oraa, jefe del Ejército del Centro, fue sustituido por el general Antonio Van Halen, quien en una orden del 19 de octubre suspendió de empleo a los jefes, oficiales y sargentos de los batallones de África, Córdoba y del 6º ligero de caballería, a quienes responsabilizó de la indisciplina de las tropas. Todos los mandos pasaron a la plaza de Jaca para la causa competente aunque el resultado del juicio no se produjo en sanciones. Los prisioneros cristianos fueron conducidos a un convento del Orcajo por el coronel Solanich. Los prisioneros que no podían seguir las filas por el cansancio o por enfermedad eran fusilados de inmediato. Sus penalidades serían terribles, mal alimentados y enfermos, padecieron una elevada mortalidad en los días siguientes, 29 de ellos fueron fusilados el 17 de octubre. El 20 de octubre había 2.131 soldados de la clase de tropa prisioneros en el depósito de Orcajo. La espiral de represalias por ambos bandos que seguirá a estos sucesos, regará de sangre los meses siguientes.




        Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 95

martes, 11 de octubre de 2022

LOS ESCUDOS DE LA CODOÑERA

 



    Hasta la obtención del título de villazgo en 1776, La Codoñera fue un barrio de la ciudad de Alcañiz. Hasta esa fecha, el lugar debió usar armas de Alcañiz, aunque es posible que tuviera algún signo de identidad del lugar. En el año 1676, el Visitador de la Orden de Calatrava mandó que en las casas del ayuntamiento se pusieran las armas del lugar y las de la Orden de Calatrava, labradas en piedra, con una corona como remate. Desconocemos si llegó a cumplirse el mandato, sin embargo, aproximadamente por esas fechas, cuando se construyó la portalada de la iglesia, se colocó un membrillero o codoñero ( Cydonia oblonga) esculpido con sus frutos.

    El día 21 de mayo de 1776, Carlos III declaró Villa a La Codoñera y la segregó de la jurisdicción de Alcañiz. En la Carta Puebla de concesión del villazgo, podemos ver una preciosa lámina con las armas de la nueva villa, un escudo con campo de plata y un membrillero de su color natural con sus frutos y la corona real.

    El visitador eclesiástico Mover describió nuestro escudo como simbología parlante constituido por un membrillero verde dentro de una cartela blanca. El timbre que le corresponde es la corona real abierta de oro con perlas blancas y zafiros verdes y rojos, como antiguo dominio calatravo sujeto a la monarquía española. En heráldica, los árboles representan la lealtad y felicidad. En la Grecia Clásica el membrillo estaba consagrado a la diosa Afrodita y era considerado símbolo de amor y fecundidad. El escultor Jayme Martín fue encargado por el ayuntamiento para que hiciera "las hechuras de las Armas de la Villa" en un escudo tallado en piedra de estilo barroco.

    A finales del siglo XVIII, cuando se construyó la capilla de Ntra. Sra. de Loreto, en el techo de la puerta de acceso, se pintó el escudo de La Codoñera.

    Desde 1868, las armas de España como Estado dejaron estar asociadas a las de la dinastía reinante, sin perjuicio de emplear elementos básicos de ésta como era el cuartelado con los blasones de Castilla, León, Aragón y Navarra.

    En la calle de la Iglesia se encuentra encastrada en la pared una piedra que parece tener el esculpido el escudo borbónico. Pudiera haber pertenecido al antiguo pósito de La Codoñera, citado por primera vez en 1754, cuando Fernando VI mandó que todos los pueblos tuvieran uno, como reserva de grano para fabricar pan.

    El escudo borbónico de Felipe V fue empleado hasta la II República en los sellos municipales.




     Artículo publicado en el programa de fiestas patronales de La Codoñera San Cosme y San Damián de 2022.

LA DESTRUCCIÓN DEL PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO AL FINAL DE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA

 



    Durante los meses que precedieron al final de la guerra civil de 1833 a 1840, se produjo la mayoría de daños que afectaron al patrimonio arquitectónico de los pueblos del Bajo Aragón. Las ermitas, situadas generalmente en puntos dominantes, así como los conventos y las iglesias habían demostrado su utilidad militar durante los asedios carlistas a Calanda y Alcañiz como enclaves fortificados del ejército liberal. Ahora, a medida que el territorio dominado por Cabrera se reducía ante la ofensiva de Espartero, estos puntos eran susceptibles de ser utilizados por los carlistas para obstaculizar el avance enemigo y por los liberales para repeler los golpes de mano de los carlistas, motivó que fueran sistemáticamente destruidas cuando incomodaban a cualquiera de los contendientes.

    En junio de 1839, el dominio del Bajo Aragón era absoluto. Alcañiz se hallaba bloqueada por las fuerzas de Joaquín Bosque "Alma Feroz", a las órdenes de Llagostera, que amenazaba con la pena de muerte a quien fuese capturado en un radio de una hora de distancia de Alcañiz. La situación empezó a cambiar a partir del 31 de agosto cuando Espartero firmó con el general carlista Maroto el Convenio de Vergara que ponía fin a la guerra en el Norte de España. En los meses siguientes, las tropas liberales retenidas en ese frente empezaron a desplazarse hacia el Bajo Aragón para emprender la campaña final contra las fuertes posiciones de Castellote, Segura, Cantavieja, Aliaga y Morella. Sin embargo, la amplia actividad bélica desplegada por Bosque obligó a crear un cordón de puntos fortificados que evitarían posibles sorpresas.

    El 21 de noviembre, los liberales fortificaron la casa del almudí en Castelserás, junto al puente del Guadalope. Para evitar que los liberales aprovecharan la solidez de su iglesia, Bosque mandó quemarla el 3 de diciembre. Ardieron todos sus retablos y se tuvieron que reconstruir las cornisas, las cubiertas y dos cuerpos de su torre que fue destruida con barrenos de pólvora. En un mapa levantado por el Cuerpo de Ingenieros en 1840, se aprecia el entorno fortificado de la iglesia, en la leyenda se anota que fue incendiada por los facciosos.

    Monroyo fue una de las poblaciones que más destrucciones sufrió. El día 27 de noviembre, Llagostera la mandó incendiar. Ardieron 137 edificios, entre ellos el ayuntamiento, la iglesia, dos ermitas y el palacio de la Encomienda Calatrava. El 4 de enero de 1840, la partida carlista del teniente Calixto Cortés, obligó a los vecinos de Valdealgorfa a llevar cargas de leña para quemar le ermita del Buen Suceso. Las monjas franciscanas fueron expulsadas de su convento y amenazadas con la quema del edificio si los liberales lo fortificaban. Sobre el mismo cordal del camino a Morella, el teniente José Ginés de La Codoñera recibió la orden de quemar la ermita de Ntra. Sra. de Fórnoles. La iglesia se salvó por la intercesión de las mujeres. La destrucción no fue completa y a los pocos días se volvieron a poner los tejados. Se empleó como alojamiento y almacén por las tropas de Espartero.

    Soldados, oficiales y jefes dormían en el suelo durante las marchas. Cuando llegaban a una población se alojaban en las casas particulares que les eran asignadas, las cuales debían facilitarles leña, agua, cama y ropas para dormir. Una de las direcciones de ataque liberal, corrió a cargo la 1ª división del general Diego de León que debía marchar por el camino de Alcañiz a Morella. El invierno de 1839/1840, se caracterizó con frecuentes nevadas que volvieron intransitables los caminos.

    Algunos soldados fallecieron en sus puestos de guardia a la intemperie y lo mismo ocurrió con las caballerías. La dureza del tiempo obligó también, a buscar grandes espacios que sirvieran de almacenes para guardar el abundante material que se precisaba para el asedio. Francisco Foz, sobrino de Braulio, escribió en Mis Memorias, que la iglesia de Fórnoles fue habilitada por Espartero como parque de las 4 piezas de artillería montada y como refugio de un escuadrón de caballería y de un batallón de infantería. Los altares fueron convertidos en pesebres y la sacristía en corral.

    El templo del Mas de las Matas fue saqueado por las tropas, las cuales quemaron la sillería del coro y algún retablo. La iglesia fue habilitada como almacén. Cuando el general Espartero inició el ataque, mandó destruir las ermitas de Santa Flora y de Santa Bárbara para que no pudieran fortificarse en ellas los carlistas.

    El general Puig Samper, al mando de la 2ª división liberal, cubría la línea Andorra, Alcorisa, Calanda, Alcañiz, Castelserás para evitar los golpes de mano de Bosque. El Cuartel General de Espartero se hallaba apenas a 3 leguas de distancia en una zona sin apenas fortificar. El 17 de febrero, se presentó Bosque con 60 jinetes cerca del fuerte exterior de Alcañiz en la Cabezo del Cuervo, donde sorprendió a los nacionales de Velilla y acuchilló a cuatro de ellos. El mismo día publicó un bando en Valdealgorfa en el que amenazaba con la pena de muerte a quien fuera a trabajar los campos. La noche del 4 al 5 de marzo, una columna liberal de Alcañiz inutilizó los molinos de La Codoñera y recogió los hierros, en represalia por haber hecho lo mismo los carlistas con los molinos de Castelserás.

   El 9 de abril, la 1ª División del General Diego de León, conde de Belascoain, ocupó Monroyo con seis batallones, dos escuadrones y una batería de montaña, lo que impidió que los carlistas volvieran a quemar la población. Monroyo fue fortificada y se montaron 5 hornos, almacenes y hospitales. A continuación, se dirigió a Peñarroya, en manos carlistas. Éstos se defendieron en 6 casas y en la ermita de Santa Lucía. Ocupado el pueblo, el general recibió orden de demoler el castillo. El 14, llegaron, a Valdealgofa y a Ráfales los soldados del batallón Provincial de Málaga. Dos escuadrones de Bordón fueron enviados a Fórnoles como protección del camino de Alcañiz. Una compañía de infantería de Valdealgorfa recibió orden pernoctar en la iglesia u otro edificio sólido que ofreciera buena defensa y de fortificarlo para evitar un golpe de mano. La ermita de Fórnoles fue guarnecida con una compañía del Infante. El tren de batir1 llegó a la ermita de la Consolación, donde estuvo custodiado por dos compañías de infantería. En Monroyo, quedaron cuatro cuatro compañías de infantería. En Valdealgorfa, y en las ermitas  de Fórnoles y de la Consolación, se situaron destacamentos de a 6 jinetes para transmitir rápidamente los avisos.

    Los carlistas, trataron de interrumpir el tránsito por la carretera de Morella colocando grandes piedras, practicando excavaciones del firme y roturas del alcantarillado y de las obras que anteriormente realizó el general Marcelino Oraá para el malogrado ataque de agosto de 1938. Los ingenieros liberales del general Cortinez tuvieron que adaptar el camino para conducir la artillería de sitio. Los principales esfuerzos se centraron en el tramo entre Fórnoles y La Pobleta, con soldados zapadores auxiliados por vecinos de los pueblos, obligados a trabajar a la vista del enemigo. Según Francisco Coello, que participó como teniente en dichas obras, se igualaron sus pendientes, se suavizaron sus largos rodeos, se ensancharon sus frecuentes tornos y se practicaron desagües. El trayecto fue calificado como" caminito de jardín inglés con montañas rusas".

    Para retrasar el avance de los liberales, los carlistas prendieron fuego a las casas de La Pobleta el día 13. A la vista del incendio, el Conde de Belascoain ordenó que tres batallones de la 1ª División, una batería de montaña y un escuadrón de Lanceros de Bordón acudieran a Monroyo a apagar el fuego y evitaran la total destrucción del pueblo. Solo se salvaron de la quema tres casas; la iglesia ardió por completo. Un batallón de la 1ª División se quedó en Torre de Arcas para impedir que pudiera repetirse el suceso. El 16 de mayo pasó por Valdealgorfa el tren de artillería en dirección a Morella, compuesto de 40 piezas de batir y tres baterías rodadas.

    El 19, llegó Espartero al hostal de Farinetas o mesón de las Puches. La tremenda tormenta que se desencadenó a continuación y la gran nevada que cayó al día siguiente obligó a los soldados a buscar refugio en Torre de Arcas, Monroyo y Peñarroya, a encender hogueras y a levantar tiendas, las primeras que se empleaban en toda la guerra en el Bajo Aragón. Con la mejoría del tiempo, se formalizó el asedio de Morella y se precipitó el fin del dominio carlista.

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1El tren de sitio incluía ingenieros, exploradores, suministros, cañoneros, etc, que no formaban parte del ejército. Los cañones iban con las tropas, pero estaban protegidos por infantería especial, debido a su pesadez y lentitud de movimientos.


      Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 91

lunes, 27 de junio de 2022

ACTITUD MÉDICA EN LA PRIMERA GUERRA CARLISTA II

 



 Medicamentos

    Había pocos medicamentos y los más utilizados tenían el vino como uno de los componentes principales, empleado también como desinfectante de heridas. El vino con aceite era aplicado en las heridas para limpiarlas (cura Samaritana). Como desinfectante y sobre todo para la futura cicatrización de las heridas, los cirujanos más modernos utilizaron el emplasto o "cura de Malats" ( a base de flor de romero, manzanilla, aceite y bálsamo de Perú), con el efecto añadido de ser hemostático, taponando los puntos sangrantes pequeños. El vinagre también tuvo su lugar en la limpieza de las heridas y fue usado sobre todo por los curanderos. Los aguardientes se consideraban más potentes y eran más caros. También se empleó el laúdano (que contenía opio y era muy apropiado para el dolor y la diarrea); la quinina (importada en sus inicios por los jesuitas de Sudamérica, era muy útil para bajar la fiebre y para combatir la malaria y el paludismo); el vino quinado (con uva moscatel), útil como reconstituyente, abría el apetito; soluciones de algunos metales: el hierro (para la anemia), el cobre (para enfermedades de la piel), el mercurio (contra la sífilis), el yodo (como desinfectante).

    Algunos alimentos se consideraban medicinales como los caldos sustanciosos (a base de gallina), arroz y pan), los tónicos difusibles (con vino, quinina, miel y membrillo), los cocidos poderosos (con garbanzos, verdura y carne), la leche de pantera para la depresión (a base de leche condensada y aguardiente) y el aceite de hígado de bacalao.

    Médicos y curanderos empleaban hierbas y plantas que conocían bien: la corteza de sauce (antirreumático), la dedalera (tonifica el corazón), la cola de caballo (diurético), la melisa y la manzanilla (para la digestión), la belladona (para diarreas), el eucalipto, la menta (inhalaciones respiratorias), la valeriana (relajante), la canela (para expulsar gases), el jengibre (estimulante de órganos sexuales) y la mandrágora (para el dolor de cabeza y ayudar a dormir)

Tratamiento de heridas

    Ante una herida, el simple aspecto de un tejido lesionado ya indica las cualidades del agente traumático. Las heridas por armas de fuego se consideran, por todos los prácticos, mucho más graves que las causadas por instrumentos de otra especie. Se creía que el color lívido y negruzco que presentan las paredes de la herida era una quemadura producida por el calor del proyectil y atribuían los síntomas secundarios a propiedades venenosas del cuerpo vulnerante. Posteriormente se descubrió la falsedad del veneno. El tamaño del proyectil, si es de mayor volumen, su acción se asemeja más a las armas punzantes y por tal motivo su curación es tan rápida como éstas, con mayor probabilidad de éxito. Sin embargo, esta acción desaparece cuando el disparo es a bocajarro, ya que en estos proyectiles los perdigones van reunidos en muy poco espacio y producen estragos enormes. Según aumenta el tamaño del proyectil, su acción se aproxima más a la de los cuerpos contundentes.

    Para los grandes lesionados de balas de cañón y horribles imputaciones, se pusieron en marcha los denominados "hospitales de campaña" o también los "hospitales de sangre", centros improvisados que duraban el tiempo que se combatía en las cercanías, insuficientemente dotados, atendidos por cirujanos de segunda fila. Morían dos tercios de los que ingresaban, por ser más graves y por la poca habilidad de sus cirujanos, principalmente de los reclutas por los carlistas. Por los distintos grados de fuerza o velocidad, las balas de cañón pueden producir contusiones, heridas y arrancamientos o mutilaciones. Los daños que ocasionan son generalmente graves y espantosos y las heridas con frecuencia son mortales. Todo ello corroboraba la necesidad de la imputación, como único recurso y urgencia. Los cirujanos militares más célebres sostenían opiniones muy diversas sobre el tratamiento a seguir. Muchos preferían las ventajas de la imputación inmediata, es decir, antes de desarrollarse los síntomas generales; otros, en cambio, la reprueban. Las amputaciones de miembros, fueron las intervenciones más frecuentes. Estas no debían diferirse, pues en ocasiones la negación de los heridos a ser sometidos a ellas les costaba la vida. Larrey consideraba siempre que fractura del muslo por arma de fuego, era una de las que imperiosamente reclamaban la amputación inmediata. Los heridos con roturas de grandes vasos, sino eran auxiliados al momento, en breve fallecían. A pesar de los peligros, se realizaban operaciones importantes en medio de los combates. Los cirujanos trabajaban a mano descubierta.

    La infección no grave de la herida era la situación más frecuente y casi deseada. La aparición del "pus loable" daba paso a la curación. La actitud más frecuente ante una herida era hacer hemostasia, quitar la suciedad, intentar extraer los proyectiles y dejar las heridas semiabiertas, para esperar una cicatrización diferida. La septicemia mortal, el tétanos y sobre todo  la gangrena eran demasiado frecuentes, y más si se acompañaban de fracturas de los huesos de la zona. La mortalidad de las heridas de las extremidades era muy alta y si afectaban al tórax o abdomen eran casi la norma. Otro tipo de traumas, frecuentes en campaña, eran las luxaciones, que si eran tratadas al momento por personal preparado, curaban bien; pero en caso contrario quedaban con deformidades difíciles de corregir.

    Los Profesores del Cuerpo eran capaces de modificar el proceder operatorio conforme lo exigían las circunstancias. El buen régimen de las curas, el desterrar la práctica de determinadas actuaciones, el no extraer los cuerpos extraños de la primera cura, siempre que no incomodaran ni expusieran al herido a mayores males en espera que la naturaleza los eliminara por medio de supuraciones abundantes, ha sido lo que ha salvado muchas víctimas y restituido a las filas del ejército infinidad de soldados.

 La sanidad carlista

    El general Zumalacáregui desde el principio estuvo preocupado del aspecto sanitario y recibió un gran apoyo de la población. El problema era que el general creía más en los curanderos que en los médicos y carecía de medios. Cabrera desde el principio se empeñó en montar una infraestructura eficaz que no tendría que envidiar a la del lado liberal. En 1837 se creó el cuerpo de Sanidad Militar Carlista, el cuerpo de médicos, cirujanos y farmacéuticos del Ejército del Norte. Cabrera creó, para Aragón y Valencia, una sanidad militar autónoma, tarea en la cual contó, desde 1835, con el catedrático de la universidad de Valencia Juan Pablo Sevilla y con su médico personal, Simón González. Conscientes de sus carencias médicas, los carlistas intentaron promover la formación del personal sanitario durante la contienda para subsanar las deficiencias. Se consiguieron mejoras; pero no las suficientes, faltó tiempo.

    Al inicio de la contienda, la organización hospitalaria carlista fue inexistente. Hasta 1834 la sanidad estuvo a cargo de los familiares de los heridos y enfermos, los cuales recibían los oportunos elementos para la curación en sus propias casas. Quienes no podían hacerlo recibían la hospitalización de caseros carlistas. Las mujeres, con frecuencia, eran quienes desempeñaban labores de cuidado de enfermos y de aprovisionamiento. Los "hospitales aldeas" estaban desperdigados y camuflados, con enfermos menos graves, que no necesitaban grandes remedios. Con el paso del tiempo, se fueron poniendo los cimientos de una organización sanitaria que alcanzaría un importante nivel de coordinación y eficacia. Se establecieron hospitales permanentes en aquellas zonas en las que las tropas carlistas estuvieron consolidadas  en el terreno, en Cantavieja (100 camas), Morella (50 camas), Forcall (100 camas), Cuevas de Castellote (250 camas), Olivar de Estercuel (400 camas para atender a los heridos de Caspe y Alcañiz) y Horta (300 camas para los heridos de Llagostera y Polo), con facultativos, personal subalterno y administrativo (capellán, boticario, cocinero, etc). En Morella se creó el laboratorio central boticario, a cargo de Juan Recuenco, que suministraba medicinas a los demás hospitales.

Conclusiones

    Durante la primera guerra carlista se pusieron los cimientos de una organización sanitaria hasta entonces inexistente. La creación de hospitales cercanos a las zonas de conflicto, más personal médico y mejor preparado para estas situaciones, fueron medidas que supusieron un gran impacto moral en los soldados; pero faltó tiempo para completar estas mejoras.


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Los autores agradecen a la Biblioteca Histórica-Militar y Centro de Historia y Cultura Militar Pirenaico, en la persona del coronel Rafael Matilla, las facilidades dadas para consultar sus fondos bibliográficos.

 


       Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº89


domingo, 26 de junio de 2022

ACTITUD MÉDICA EN LA PRIMERA GUERRA CARLISTA I

 



    Al inicio de la primera guerra carlista (otoño de 1833), la cirugía estaba poco desarrollada en España, todavía había muchos cirujanos descendientes de barberos y con escasos conocimientos científicos. La excepción fue la Armada, mediante los Colegios de Cádiz y Barcelona, que tenía organizada la enseñanza para formar cirujanos para la atención de las necesidades de la Marina. Había empezado el período de humanización de la medicina, los ejércitos se preocupaban de la salud de sus soldados aunque no les ofrecían buenos servicios.

    No se conocía la existencia de los gérmenes que contaminaban las heridas, ni sabían nada de antisépticos o antibióticos; pero sabían que la suciedad equivalía a infección y por lo tanto las heridas de guerra había que limpiarlas bien. Se cuestionaban los tratamientos tradicionales como las sangrías o las sanguijuelas. El curanderismo formaba parte del entramado sanador de la época. Numerosos heridos eran abandonados y no recibían atención médica, mientras que otros eran llevados a hospitales sucios, se les daba poca comida y eran puestos junto a enfermos contagiosos, por lo que la mortalidad era altísima.

    Todavía no se había descubierto ni el éter ni el cloroformo. La anestesia habitualmente se hacía a base de aguardiente, whisky o ron, la borrachera inducida, y unas tiras de cuero para que paciente mordiera y chillara menos.. La pérdida de conocimiento por dolor o hemorragia debía ser corta y bien aprovechada por los cirujanos para completar con rapidez y sin dolor las operaciones. En caso contrario sería más difícil recuperar al paciente. Las heridas por arma de fuego podían ser el principio del fin de cualquier soldado, sobre todo si éste no llegaba por sus propios medios al lugar de socorro. Tenían otra posible complicación, la consideraban intoxicación de pólvora, y por tal motivo, había que sacar las balas del interior del cuerpo y abrirlas bien para limpiarlas por completo.

Dominique Larrey

    Dominique Larrey acompañó durante 16 años a Napoleón en calidad de cirujano de la guardia imperial e Inspector del Ejército francés. Estuvo en España en 1808 durante 11 meses. Consiguió en el ejército de Napoleón que sus heridos fueran atendidos por un equipo competente a los 15 minutos de de producirse la lesión. Si un miembro estaba destrozado sin posibilidades de recuperación, se procedía a la imputación en el mismo campo de batalla. Eran amputaciones rápidas de miembros que estaban colgando. La anestesia empleada era la borrachera inducida con ron, una tira de cuero para morder y la aplicación de frío cuando era posible. Larrey hacía personalmente una amputación en un minuto.

    Un segundo tipo de intervenciones que realizaba era descubrimientos de heridas anfractuosas: exploraba la herida, eliminaba los cuerpos extraños y restos necróticos, cohibía las hemorragias, desinfectaba a base de malvavisco y colocaba un apósito impregnado de vino sobre la herida, dejándola muchas veces sin cerrar. Seguidamente inmovilizaba la extremidad lesionada, sobre todo si había fractura. Los heridos se trasladaban en ambulancias volantes diseñadas por el propio Larrey, a hospitales de retaguardia. Se aprovechaba la retirada y los movimientos del ejército para  ponerlas en marcha. Se tardarían muchos años en asimilar las enseñanzas de Larrey y desde luego no sería en la primera guerra carlista. Estas prácticas no estaban en la mente ni en las posibilidades de los ejércitos liberales o carlistas, a pesar de haber avanzado en el acondicionamiento de los establecimientos hospitalarios.

La Sanidad Militar liberal

    Al inicio de la guerra, no se disponía de una infraestructura sanitaria. La buena voluntad y la improvisación suplían las deficiencias del sistema. En abril de 1835, la guerra se estaba prolongando demasiado. Se reclamaban mejoras en la atención de los heridos de guerra, más médicos y más medios. El número de facultativos era escaso. Desde 1832 debían ingresar en la Sanidad Militar por oposición, carrera que ofrecía pocos alicientes. Para paliar esta falta, hubo que recurrir a médicos provisionales, a voluntarios de cuerpos francos (amigos del uniforme)y a practicantes que en muchos casos eran estudiantes de medicina a quienes se ofrecía el tiempo de permanencia en filas como años de escolaridad. Hernández Morejón separó en 1836 las carreras de medicina y cirugía, ello supuso una dualidad de cargos y un aumento de los gastos. Los inspectores de medicina, cirugía y farmacia formaban la Junta Directiva de Sanidad Militar.

    Fue preciso crear un cuerpo facultativo de médicos militares. En 1836, el Inspector Extraordinario Mateo Seoane elaboró un plan sanitario para todo el país, que aunque no llegó a se aprobado por las Cortes españolas, fue texto de referencia para otros planes de países europeos que lo copiaron por ser el único que existía. Mientras no hubo plana mayor facultativa, los heridos y enfermos se dejaban en los pueblos al cuidado de un cirujano sangrador  hasta que pudiesen ser trasladados a los hospitales fijos, que distaban mucho y eran civiles. A principios de 1836, se organizó la plana mayor. Se estableció el servicio de brigadas, se nombraron nuevos Profesores, se crearon botiquines, camillas y se establecieron hospitales de sangre, donde los heridos recibían un mejor auxilio.

 Botiquines

    A principios de 1835, el Ejército del Centro carecía de botiquines. En un simple pañuelo, se llevaban hilos, compresas, vendas y emplastos aglutinantes; y en las pistoleras de las sillas, unos pomitos de cristal con laúdano, azúcar de Saturno, la bolsa portátil y algunos instrumentos que ocupasen muy poco sitio. El sucesor de Mateo Soane, Manuel Codorniu Farreras, diseñó una bolas de campaña para primeras atenciones a los heridos en el campo de batalla. Dicha bolsa contenía; vendas anchas, pañuelos grandes, compresas, vendas imperdibles. La transportaban varios miembros de cualquier batallón con el propósito de utilizarse en caso de necesidad. La bolsa llevaba instrucciones de uso y la idea era que se pudiera inmovilizar un hombro, un brazo y que una herida pudiera llevar un apósito limpio. Fue la primera vez que se sugería la posibilidad de una primera atención en el frente de guerra, algo que llevaban mucho tiempo haciéndolo de manera rutinaria los ejércitos de Napoleón.

    En 1838, los batallones liberales en Aragón fueron provistos de botiquines y de algunas camillas, no completas ni de fácil manejo, creación de los propios oficiales médicos. No existía un material sanitario afecto a las unidades, por lo que cada una de ellas había diseñado botiquines a su gusto, baratos que abultasen poco de bajo peso y se utilizaban las caballerías requisadas en los pueblos cuando no disponían de mulas propias. A veces el botiquín era una caja o maleta a cargo de un practicante o soldado con disposición para el oficio. En el Norte, cada batallón liberal empezó a disponer de 8 camillas o parihuelas, según el manual de campaña de Percy. En Aragón, fueron más ligeras reducidas a unas varias sin conteras ni pies.

Operaciones durante el combate y evacuación de heridos

    La primera guerra carlista se caracterizó por la gran movilidad de los contendientes por terrenos accidentados y frecuentes escaramuzas. Las columnas gubernamentales debían moverse por zonas que con frecuencia estaban controladas por los carlistas y que además gozaban del apoyo de la población civil. Estas confrontaciones dificultaban la evacuación de los heridos a los hospitales.

    Los heridos liberales, en las escaramuzas de guerra eran curados en el mismo sitio de la acción, pues no se podía establecer un hospital de sangre, por falta de practicantes, botiquines y por la inseguridad del territorio por el que se movían. Los pueblos facilitaban los medios de transporte que tenían a mano, prestando las camillas de sus hospitales de beneficencia, parihuelas y féretros de las parroquias. Si los caminos eran buenos, se empleaban carros agrícolas formando convoyes protegidos por escoltas militares hasta que llegaba a un punto fortificado que dispusiera de hospitales. A veces los heridos permanecían 3 o 4 días en los primeros carros y si iban en camillas, lo hacían en las iglesias y principales edificios que encontraban a su paso, para lo cual los vecinos prestaban sus colchones y jergones. Se aprovechaba esa pausa para examinar los vendajes, hacer curas y las operaciones más urgentes.

    Para la campaña del general Oraá contra Morella en agosto de 1838, los liberales montaron un hospital militar en Alcañiz, en previsión de los heridos que se producirían. Los liberales levantaron hospitales de campaña o itinerantes, establecidos en zonas próximas a las líneas de fuego o combate, lo que permitió una atención inmediata a los heridos (frente de Morella).



    Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 89

    

sábado, 23 de abril de 2022

FUSILAMIENTO DE LOS ALCALDES DE TORRECILLA Y VALDEALGORFA

 




  Tras la muerte de Carnicer, y al ver que mejoraba la situación en Aragón, el Gobierno redujo sus fuerzas lo que propició que la insurrección carlista, al mando absoluto de Cabrera, desde el 23 de abril de 1835, se extendiera por el Bajo Aragón y Maestrazgo. Esta pérdida de control motivó que los ayuntamientos perdieran parte de la confianza que tenían en la protección del ejército. A las órdenes de A gustín Nogueras, comandante general del Bajo Aragón, apenas quedaron 2.000 hombres. Se produjeron dimisiones de oficiales y deserciones de soldados en grupo, debido a que no les abonaban las pagas completas, a las enfermedades, al cansancio derivado de las largas marchas y el desgaste de los uniformes.

    A medida que crecían sus dificultades para derrotar a los carlistas, el general Agustín Nogueras, como comandante general del Bajo Aragón, fue autorizado a imponer una mayor dureza en sus métodos: autorizado a extraer víveres de las masías para que no las aprovecharan los carlistas, separar a los curas que con sermones les sirvieran de apoyo, a desterrar a las mujeres de los carlistas, separar a los curas que con sus sermones les sirvieran de apoyo, a desterrar a las mujeres de los carlistas, a condenar a prisión y confiscar los bienes de quienes se hubieran unido a las partidas y a la pérdida de los recibos de las requisas efectuadas por los carlistas para evitar su reembolso. La guerra se llevaba con gran dureza por ambas partes desde el inicio del levantamiento carlista, cuyos jefes, a la medida que eran capturados, eran pasados por las armas. Los carlistas indultados, si volvían a ser capturados, en cumplimiento de las Reales Órdenes, eran fusilados o enviados a Ultramar. A pesar de las dificultades, la prensa prodigaba elogios a los éxitos de las fuerzas liberales. El 6 de enero, el general Pelarea derrotó a los facciosos en Monroyo. Al día siguiente, el coronel D. Federico Yoller batió y dispersó la facción de Torner. Del mismo modo, trataban de infundir ánimos a sus partidarios proclamando el desánimo de las facciones carlistas, que se acogían al indulto.

    El 2 de febrero las fuerzas de Cabrera se hallaban en los Puertos de Beceite donde el día 4 fue informado de que la columna del Marqués de Palacios estaba en Valdealgorfa. Por la tarde emprendió la marcha desde Beceite hacia Valjunquera, donde llegó a las 11 de la noche. Aquí fue notificado que una columna liberal pernoctaba en Torrecilla. De inmediato mandó vigilar los caminos y envió un parte a su jefe de Estado Mayor, Manuel Añón, que estaba con la caballería en los montes de Alcañiz para que al amanecer se situase frente a Torrecilla. La nota enviada al alcalde de Valdalgorfa, fue abierta y el original remitido a Alcañiz, y otra copia fue enviada a Calaceite. El parte de Alcañiz fue interceptado por una patrulla carlista que la entregó a Cabrera. En ella se había anotado: "Los facciosos se hallan en Valjunquera, y probablemente, según lo manifiesta el papel adjunto, caerán al amanecer sobre la columna que está en Torrecilla. Apresúrate, a salvar aquella fuerza, que si no se le auxilia, y pronto, será destrozada."

El combate en Castelserás

    Al día siguiente, pensando que los conductores del mensaje habían sido detenidos. Cabrera atacó la retaguardia enemiga cuando marchaba por el camino de Torrecilla a Castelserás. La columna liberal formada por el batallón del Rey se alargó y dividió en dos grupos. El primero al mando del comandante Puertas siguió hasta Calanda, defendiéndose en pequeños pelotones, que fueron perseguidos por Cabrera con los cazadores tortosinos y la caballería, hasta llegar a tiro de fusil de la plaza. La fuerza restante, mandada por el 2º comandante interino de Alcañiz, con unos 300 hombres, se parapetaron en Castelserás, donde ocuparon la torre de la iglesia, las casas inmediatas, y los accesos a la población. Fueron atacados por 1.500 infantes y 100 jinetes. Cuando el reducto estaba estaba a punto de caer, Cabrera fue advertido de la venida de la columna del coronel Federico Yoller con el provincial de Burgos. Desde Maella, donde había sido avisado por el gobernador de Alcañiz, emprendió una rápida marcha para socorrer al batallón. De Alcañiz se dispuso la salida de unos 200 hombres de su escasa guarnición para colaborar en el movimiento de Yoller. Con sus soldados cansados, Cabrera optó por retirarse a Belmonte. El balance del combate fue de 40 muertos y 17 prisioneros liberales y de un capitán muerto y 5 heridos de los carlistas. Entre las filas carlistas destacó el capitán del 1º de cazadores de Tortosa, Miguel Mestre.

Fusilamiento de los alcaldes

    Cabrera no pudo aniquilar la columna liberal y enterado de que el motivo del fracaso fue la delación de los alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa (Alejandro Burgués y Francisco Zapater), los prendió y fusiló sin juicio juicio alguno en La Fresneda el día 6. El padre del alcalde de Valdealgorfa ofreció un fuerte rescate por su hijo y los notables de La Fresneda pidieron el perdón, a lo que Cabrera se negó. El alcalde de Alcañiz, Félix Díaz de Arjona, notificó a Nogueras, el fusilamiento de los alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa, en un comunicado que decía: El infame Cabrera continúa sediento de sangre; los infelices alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa han sido fusilados en La Fresneda por aquel tigre, por haber dado parte al coronel Yoller del apuro en que se encontraba el batallón del Rey en Castelserás el 5, sobre el que estaba la facción que mandaba. Los regidores de dichos pueblos, los de Codoñera y Valjunquera también han experimentado su barbarie, pues han recibido palos; y el terror que esto ha de infundir en las justicias de estos pueblos serán de consecuencias funestas, por cuanto, temerosas, se retraerán de dar partes de la dirección de los rebeldes. Lo que pongo en conocimiento de V.S. y también lo haré al Excmo, Señor capitán general y gobernador civil. Dios.

    La prensa se hizo eco del desarrollo del combate y publicó la noticia del fusilamiento de los alcaldes en el periódico: El Español el nº 164 del viernes 12 febrero de 1836:

    "El infame Cabrera ha fusilado en La Fresneda a los alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa, dando palos a algunos individuos del primer pueblo y se llevó preso al ayuntamiento del primer pueblo; se quedarán impunes tales atentados con la llegada del comandante general de Tortosa"

    Por su parte, Cabrera se justificaría diciendo: Yo no he sido oído sobre tales ejecuciones. Como defensor de mi causa, y con fuerzas  para hacer cumplir mis órdenes, de ninguna manera debía ni podía dejar impune la desobediencia. Si algún día se me abriese un juicio sobre el fusilamiento de aquellos alcaldes, pruebas tengo, y las daría completas, de los motivos que me obligaron a obrar así. Yo había publicado un bando y algunos alcaldes no le obedecían, ni cumplían tampoco mis circulares; yo era tan dueño del país que dominaba, como lo eran mis enemigos cuando le pisaban. La posición de los alcaldes era triste, bien lo veo; ellos habían de obedecer a los dos partidos, porque los dos habían adoptado medios rigurosos, y no fui yo el único ni el primero que los planteó. La conducta del alcalde de Valdealgorfa, me la confirmó en el hecho de haber llegado tropas en auxilio de la fuerza que yo había batido entre Castelserás y Torrecilla, sin cuyo socorro yo la hubiera destrozado completamente. También fusilé al alcalde de Torrecilla, porque ni obedecía mis órdenes ni me suministraba las raciones, y daba parte al enemigo de todos mis movimientos, por medio de correspondencias parciales y amigables, algunas de las cuales cayeron en mis manos.

    La medida de Cabrera, podían justificarse en el contexto de los violentos métodos empleados por ambos contenientes que utilizaban a los paisanos como confidentes y mensajeros, y garantizaban su fidelidad aplicando duras y crueles amenazas. La posición de los alcaldes resultaba muy difícil, por un lado debían obediencia a las autoridades militares, que no siempre podían protegerles de las represalias carlistas. Por otro lado, éstos exigían la obediencia a la causa carlista. Los alcaldes trataban de contentar a unos y otros. Tras los fusilamientos, se hizo difícil encontrar quien quisiera los cargos, muchos de los candidatos prefirieron marchar a los puntos fortificados que ofrecían mayor seguridad. Nogueras se justificaría, en base a que los pueblos estaban acobardados y sin justicias, por lo que optó por el ejercicio de aplicar represalias en la madre de Cabrera.

    El día 6, Cabrera, como Comandante General del Bajo Aragón, publicó en La Fresneda un bando cuyo artículo 5º decía: "Prohibido absolutamente la comunicación de noticias que acostumbran facilitar los individuos de justicia de los movimientos, posiciones y operaciones de la tropas del Rey, á los cabecillas de las del enemigo, sirviéndoles de escarmiento el que se ha hecho en esta villa, fusilando por este crimen a los alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa, encargando también la puntualidad en el cumplimiento de los pedidos de raciones á donde se reclamen, pues por haberse experimentado esta falta en los citados pueblos, sufrirán también por primera vez cien palos cada uno de los individuos del ayuntamiento".

Consecuencias

    Las respuesta de Nogueras no se hizo esperar y en un simple oficio con fecha del 8 de febrero, que dirigió al gobernador de la plaza de Tortosa, le ordenó que: "En su consecuencia, ruego a V-S, por el bien que ha resultar al servicio de la reina, mande fusilar a la madre del rebelde Cabrera, dándole publicidad en todo el distrito, prendiendo además, sus hermanos o hermanas. Lo comunico a V.S. para que lo haga saber por vereda a todos los pueblos del corregimiento, debiendo V.S. mandar fusilar a las mujeres, padres o madres de los cabecillas de Aragón que cometan iguales atentados que Cabrera.

    La prensa liberal reprodujo el contenido de la nota de Nogueras en el periódico El Español con fecha el martes 16 de febrero de 1836: "En el momento que supe los horrorosos asesinatos de los alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa por él feroz Cabrera, dirigí el el oficio siguiente al Excmo. Sr. capitán general de Cataluña y gobernador de Tortosa. El sanguinario Cabrera fusiló antes de ayer en La Fresneda á los alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa por haber cumplido con su deber. El bárbaro Torner dio palos de muerte á un paisano que conducía un pliego, cuyos horribles atentados han amedrentado á los justicias, en términos que nuestras tropas carecerán de avisos y suministros si no se pone tasa á esta, demasías; y en su consecuencia ruego á V.E. por el bien que ha resultar al servicio de la REINA nuestra Señora, mandé fusilar a la madre del rebelde Cabrera. dándole publicidad en todo el distrito de su mando, prendiendo además i sus hermanos y hermanas para que sufran igual suerte si él sigue asesinando inocentes. Ruego á V. E. igualmente mande prender, para que sirvan de rehenes, a los cabecillas y titulados oficiales que existen en este corregimiento. Lo que tengo el honor de manifestar á V.E. rogándole se digne mandar al gobernador de Tortosa lleve a efecto la muerte de la madre del sanguinario Cabrera en caso de que lo hubiese verificado. Lo que comunico á V.S. para que lo haga saber por vereda á todos los pueblos del corregimiento, debiendo  V.S. mandar fusilar á las mujeres, padres ó madres de los cabecillas de Aragón que cometan iguales atentados que el feroz Cabrera.

    Consultando el general Espoz y Mina, Capitán General de Cataluña confirmó la orden y mandó al gobernador de Tortosa que la cumpliera. María Griñó que tenía ochenta años y estaba casi ciega, fue fusilada. El crimen provocó una ola de indignación y protestas en los parlamentos de Londres y París, y mucho más tibia en el español. Larra fue de las pocas voces liberales que denunció el fusilamiento y la conducta de Mina. A partir de ese momento la guerra sería sin cuartel.

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Bibliografía

A. Pirala: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista

F.Cabello, D.Santa Cruz R.M. Temprado: Historia de la guerra última en Aragón y Valencia

M. Ferrer, D. Tejera y J.F. Acedo: Historia del Tradicionalismo Español


     Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 88

     

    

miércoles, 23 de marzo de 2022

LOS PRESUNTOS FUSILAMIENTOS DE CABRERA EN LA CODOÑERA

 



    En 1845 los políticos liberales Cabello, Santa Cruz y Temprado publicaron la Historia de la guerra última en Aragón y Valencia y dieron a conocer al público la noticia objeto del presente artículo. A primeros de julio de 1835, los carlistas, al mando de Cabrera y Forcadell, atacaron el pueblo de Zorita, población que estaba defendida por 8 miembros de la milicia nacional y 25 soldados desplazados desde Valencia. Después de un corto tiroteo, los defensores pactaron la capitulación, la entrega de armas y el poder marchar libremente a sus casas. El relato de los hechos dice: "Cumpliose lo pactado con los de Valencia, más no con los de Zorita, de los cuales fueron fusilados cuatro el día 11 en La Codoñera. Dos de estos desgraciados, Francisco Daudén y Pelegrín Gil, eran ancianos que apenas podían andar, y los otros dos, hijos de don Rafael Fuster, de 16 y 18 años. A las súplicas que se le hicieron a favor de estos niños, contestó que su padre podría librarlos presentándose a ser fusilado. Al oír la madre una condición tan brutal, cayó desmayada y a su lado muerto como de un rayo, el tercer hijo que llevaba en sus pechos". En una de las láminas dedicadas a las atrocidades de Cabrera, se representó la dramática escena de los fusilamientos de La Codoñera, que en años posteriores sería copiada.

    Al año siguiente, Ayguals de Izco1, copió la noticia de Cabello en su obra El Tigre del Maestrazgo o sea De grumete a General, y aumentó el dramatismo del suceso,"...con todas sus fuerzas, se dejó caer de imprevisto sobre Zurita, que no contaba más defensores que 25 nacionales movilizados de Valencia y 8 del pueblo; pero fue tan heroica la defensa de estos bravos, que obligados a rendirse por la superioridad numérica del enemigo, solo accedieron a ello bajo una honrosa capitulación, por la cual, después después de entregadas las armas, se les garantizaba la libertad. Cumplióse esta condición a los movilizados de Valencia; pero los nacionales de Zurita fueron conducidos prisioneros a La Codoñera, en donde el 11 de julio fueron fusilados cuatro de ellos, a saber, Francisco Daudén y Pelegrín Gil, patriotas respetables por sus virtudes a la par que por su ancianidad, y dos hijos de don Rafael Fuster, jóvenes de 16 y 18 años de edad. Multitud de personas se interesaron a favor de estos desgraciados...todo fue inútil, y cuando ya Cabrera al frente de los suyos iba a dar la terrible voz de fuego contra sus víctimas, presentósele desolada semblante pálido... cadavérico...Lanzando copiosas lágrimas de sus azorados ojos, y alargando ambos brazos con un niño de pechos que enseñaba al empedermido verdugo para conmover su corazón. -Os cansáis en vano- exclamó el tigre.- sólo podría conceder la vida a esos rapaces, si se presentara a su padre a ser fusilado. Al oír la desventurada madre tan feroz exigencia, cayó en el suelo desmayada con tal rapidez, como si un rayo hubiese terminado su vida; y a la violencia del golpe, quedó muerto a sus pies su tercer hijo, mientras el plomo homicida destrozaba el cráneo de los prisioneros.

    El incumplimiento por parte de Cabrera de lo pactado en la capitulación de Zurita y los posteriores fusilamientos en La Codoñera de dos jóvenes bajo los ojos de su madre, fue calificado como digna de Calígula o de Nerón. Pasó la frontera y fue publicada en un artículo titulado Les Espagnes et les espagnols, de la revista francesa Reure Britannique en 1846. La Historia Pintoresca del reinado de Isabel II y de la guerra civil, editada en 1647 por Vicente Castelló, sin responder de la veracidad de la noticia, refirió la historia narrada en el libro de Cabello, Santa Cruz y Temprado. El historiador Antonio Pirala2 en su Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, publicada entre 1853 y 1856, reprodujo la versión de Cabello en su primera parte. Modesto Lafuente, en el tomo XX de Historia General de España, publicado en 1863, destacó la crueldad de la guerra con los defensores de Zurita, "Guarnecían dicho punto ocho nacionales de la localidad y treinta y cuatro movilizados de Valencia. Defendiéronse todos ellos briosamante interin conservaron probabilidades de ser socorridos, y obligados por la necesidad, resignáronse a capitular mediante la oferta de que tendrían sus vidas salvas.

    Escondidos que se hubieron, cumplió Cabrera lo estipulado dejando en libertad a los de Valencia, pero inmediatamente mandó fusilar a los hijos del pueblo. Entre ellos había dos ancianos de muy avanzada edad y dos mancebos de cortos años. Implorado el jefe carlista para que perdonase a los dos últimos, puso por condición de la solicitada gracia, que el padre de la predestinadas víctimas, el conocido patriota Fuster, se presentase resignado a sufrir la suerte que esperaba a sus hijos. La madre de estos, presente a la cruel escena, cayó desmayada al oír las comentadas palabras del vencedor, y un niño de pecho que lactaba en brazos de la acongojada mujer, expiró de resultas del veneno que mamó en aquellos aciagos momentos.

    En la primera quincena de julio efectuó Cabrera abundantísima razzia en las comarcas de Codoñera, Castelserás, Andorra y Cervellón, en cuyos pueblos hizo abundantísima recolección de víveres, armas, caballos y reclutas, y cargado de botín esquivó todo encuentro con las columnas que acudieron en socorro de los saqueados pueblos, cuidándose únicamente aquel de poner en salvo sus quintos y el convoy en que transportaba su próspero merodeo". En 1868 el arcipreste de Morella, José Segura Barreda, autor de Morella y sus aldeas, en su volumen IV, escribió que los carlistas asesinaron a cuatro liberales de Zurita, que habían tomado las armas, por resentimientos y venganzas particulares.

    La prensa liberal repitió hasta la saciedad lo ocurrido en La Codoñera. El periódico La Ibera, del 13 de octubre de 1860, publicó un artículo en el que comentaba la severidad de los cuadros históricos de los fusilamientos en la obra de Cabello, entre ellos el de La Codoñera. El Principado, en su edición del 19 de agosto de 1868, también recordó la lista de los fusilados por Cabrera, entre ellos, el de cuatro nacionales, dos de los cuales eran menores de 16 años. La noticia fue repetida por el periódico Salud y Fraternidad del 3 de diciembre de 1870. Medio siglo después, en 1912, el periódico madrileño El Motín, en su edición del 24 de octubre, copió una parte del texto de Cabello acompañándolo del gravado alusivo de los fusilamientos. Una década después, el periódico asturiano El Noroeste, del 8 de julio de 1925, en una entrevista concedida al escritor Pío Baroja con motivo de la publicación de su novela La Nave de los Locos, aludirá a la crueldad de Cabrera cuando fusiló en La Codoñera a dos niños.

    Represalias y amenazas

    A mediados de 1835, la guerra en Aragón se caracterizaba por la dureza que ambos bandos empleaban con sus enemigos y que muchas veces se hacían extensivas a sus familiares. El 28 de mayo, Cabrera publicó una proclama en la que denunciaba la crueldad de los bandos de los mandos liberales, el engaño de algunos indultos y las deportaciones de prisioneros a ultramar, "ya veis que han tenido los que se acogieron a varios indultos, que cuando más tranquilos vivían fueron presos los mozos y casados que habían figurado entre nosotros como oficiales en el Bajo Aragón y Maestrazgo, y con muy pocas excepciones los mozos fueron destinados a los cuerpos de La Habana y los demás a los presidios de Cádiz, Cartagena y Alicante". Cabrera prometió el indulto a los soldados y urbanos si entregaban las armas en el plazo de un mes.

    Buenaventura de Córdoba anotó que a primeros de junio de 1835, "En el Maestrazgo, Bajo Aragón y otros puntos se publicaron bandos severos para reprimir el movimiento carlista. La pena de muerte, los confinamientos, multas y otras medidas de terror adoptáronse como salvadoras y supremas, ya por creerse que los indultos no bastaban a reconquistar la paz, ya porque el rigor se considerase como un medio de gobierno o de represión para someter a los disidentes". También Pirala denunció la crueldad con que a veces actuaban los liberales," Ea muy común en la guerra a la crueldad cuando se sufren reveses y no se tiene fe en repararlos por otro medio. Así se vio a los liberales querer reparar su falta de actividad y sus desaciertos y detener el creciente desarrollo, que merced a sus propias culpas, adquirieron los carlistas con medidas tan extraordinarias como ilegales; con providencias que se llamaban fuertes porque eran crueles; eficaces porque eran destructoras. Bandas de destierro, de confiscación, de muerte y exterminio aparecían en todas partes".

    Contradicciones sobre el paradero de Cabrea, ¿Püls o Zurita?

    A la versión oficial expuesta en las líneas anteriores, se añaden las dudas planteadas acerca de la autoría de los hechos que son puestos en discusión a partir de otros testimonios. La ocupación de Zurita por los carlistas no se menciona en el libro de Dámaso Calvo y Rochina, Historia de Cabrera publicado en 1845. Buenaventura de Córdoba tampoco habló de La Codoñera. La Gaceta de Madrid no habla de Cabrera entre el 10 y el 15 de julio.

    Para los autores de la Historia del Tradicionalismo Español, en la obra de Buenaventura de Córdoba, hay una gran confusión sobre este período de la vida de Cabrera. Consideran que la toma de Zurita no pudo ocurrir el 10 de julio, sino que tuvo lugar el 12 de agosto, por lo que los fusilamientos habrían ocurrido antes de entrar en Zurita. Además, el día 12 de julio, Cabrera no se encontraba en Zurita y no pudo dictar la orden.

    Según Córdoba, el día 8 de julio Cabrera efectuó una correría hacia la huerta de Tortosa y pueblos de la comarca, dirigiéndose a Paüls, cercanías de Cherta, Aldover y arrabales de aquella plaza. Cabello, por el contrario, opina que Cabrera estaba con Forcadell y otro cabecillas cuando cayeron sobre Zurita y que los 4 urbanos fueron fusilados en La Codoñera el día 11. Después marcharon al río Mijares y por Albentosa siguieron a La Yesa donde se encontraban el día 16. En otros periódicos, se cuenta que Cabrera y Torner estaban en Arnes el día 14.

    El día 10, Quilez se había dirigido por Ariño hacia los Puertos y tuvo un pequeño choque con la columna del comandante Martín de la Muela de la Tosca entre Ráfales y Fuentespalda, allí perdió 5 hombres. La misma noche, entró en Torre del Compte con 40 facciosos, exigió 100 raciones y se fue por el camino de Valderrobres.

    Quien pasó por La Codoñera fue Quílez. El día 10 de julio, subió con una facción a los Puertos después de tener un pequeño choque con la columna de Martín de la Muela de la Tosca. La tarde del 13, con una fuerza de 400  y 50 caballos, bajó de los Puertos y por Ráfales, La Codoñera y Castelserás marchó hacia Andorra donde llegó el día 14, perseguido por el comandante Martín. Otro cabecilla carlista, Torner, el día 10 de julio estaba en Calaceite y al día siguiente en Beceite.

    El 6 de agosto, Quílez atacó Albocácer y la abandonó a los dos días al aproximarse la columna de Nogueras. Participó con el Serrador en los ataques a los puestos fortificados de Albocacer, Benasal, Focall, Ortells, Zurita, Villores, Palanques, Beceite y Valderrobres. La presencia de Quílez en La Codoñera fue denunciada por el alcalde Antonio Royo que remitió un oficio sobre la entrada de los carlistas en el pueblo, "El día once del corriente se presentó en esta villa el cabecilla Quílez mandó publicar un bando bajo pena de vida que todos los vecinos de este pueblo que se hallaban indultados todos los mozos y viudos sin hijos se presentaron a su división y no queriendo obedecer al primero y segundo aviso salió por el pueblo una patrulla de facciosos tomando el nombre de sus casas de los cuales sacaron a muchos atropellándoles a golpes y algunos de ellos atados amenazándoles que en su defecto se llevarían las mujeres. Por lo que faltan de este pueblo las personas anotadas al margen (24 nombres) de los cuales se ignora vayan reunidos todos a la facción, unas se han vuelto a sus casa y y otras se dice que están ocultas, lo que no se sabe con toda certeza, siendo esta la causa de la tardanza y morosidad de ponerlo en su noticia". Para evitar ser reclutados de nuevo por las fuerzas de Quílez, 24 jóvenes indultados se marcharon de La Codoñera. Como jefe de la División de Aragón de defensa del Rey, Quílez envió a los pueblos un escrito amenazador en el que "...prevengo a los justicias den a entender a los padres, esposas y parientes más cercanos que todos los dispersos y desertores que no se presenten en el término prefijado, se les exigirá por el armamento y demás pertrechos que se han llevado de esta división, 400 reales de vellón a cada uno". La Comandancia general del Bajo Aragón respondió remitiendo a La Codoñera y otros lugares, un oficio advirtiendo a los componentes del ayuntamiento, secretario y principales contribuyentes, con la imposición de multas de 25 duros cuando no comunicaran el camino seguido por la caballería de Quílez y les obligó a apostar hombres en los caminos y cabezos por los que pudiera pasar.

    Según el Diario de Barcelona del 13 de agosto, en ese día, Quílez y el Serrador atacaron Torrevelilla. De Alcañiz salieron los granaderos y cazadores del primer batallón de milicia urbana y 2 compañías del 14 de línea para socorrer la población y proteger el flanco del comandante general del Bajo Aragón que se movía desde Calanda contra la facción. Los carlistas abandonaron Calanda donde dejaron los víveres almacenados y no pudieron conseguir que los mozos y viudos se fuesen con ellos, ni amenazándolos con pena de muerte. Los carlistas abandonaron Codoñera y marcharon hacia Fórnoles perseguidos por la columna del Comandante General. El 21 de septiembre, la facción de Quílez, que estaba en Castelserás, salió a las seis y media hacia La Codoñera y fusiló a dos milicianos urbanos de Escatrón.

   Los urbanos

    La milicia urbana fue creada por ley del 23 de marzo de 1835, según lo previsto en el Estatuto Real de 1834. Era una institución civil dependiente del gobernador civil y de las autoridades de cada lugar excepto cuando coincidía con unidades militares. En el articulo 3º, se daban las condiciones legales para el alistamiento de sus miembros: ser español o naturalizado legalmente con un año de vecindad en el pueblo, no tener impedimento físico o moral permanente, tener de 18 a 50 años cumplidos y pagar la cuota de la contribución directa. Sorprende por ello la afirmación de Cabello sobre dos de los fusilados, cuando escribe que: "Dos de estos desgraciados, Francisco Daudén y Pelegrín Gil, eran ancianos que apenas podían andar". En el anexo dice que tenían más de 65 años, una edad muy superior a la permitida. Con los dos niños, también se producen anomalías. Rafael Fuster figura con 18 años en texto y se aumenta a 21 en el apéndice del primer volumen, José Fuster con 16 años.

    El historiador José María Llasat3, descendiente de una hermana de Cabrera, se distancia de la imagen de crueldad asignada al jefe carlista. Para este autor, las versiones de Cabello y Ayguals resultan difíciles de creer y obedecen a una campaña a una campaña de desprestigio del jefe carlista.

    Causas

    Antes de la toma de Zurita los carlistas habían respetado a las guarniciones que habían apresado. La vida del capitán de urbanos de Cuevas de Vinromá, Bautista Vidal, fue respetada y luego fue canjeado. Una vez liberado, rompió su promesa de no volver a luchar y armó una partida de francos que no daba cuartel a los prisioneros. Esta deslealtad, para el boletín tradicionalista, fue el origen de los pretendidos fusilamientos de los 4 prisioneros de Zurita.

     Un posible precedente

    El 5 de julio, Quílez cayó sobre el pueblo de Azuara, defendida por milicianos nacionales. Desechada la propuesta de capitulación, mandó atacar el edificio. Ante la negativa de capitular, los carlistas quemaron las puertas. Los urbanos se retiraron a la torre del campanario desde continuaron la defensa. Los carlistas, enfurecidos , obligaron a la esposa y a dos tiernos niños de D. Agustín Ansón, uno de los urbanos encerrados en la iglesia, a situarse en el punto donde aquellos asestaban tiros. La afligida madre permaneció expuesta al mortífero fuego de los sitiados, teniendo uno de sus hijos ( de edad de cuatro años) de la mano, y en brazos al más pequeño (de dos y medio), que fue atravesado de un balazo, dirigido tal vez por su propio padre (Eco del Comercio del 17 de julio)

    Los datos aportados no permiten afirmar con certeza la realidad de los fusilamientos de La Codoñera. El tiempo transcurrido hasta que se publicaron los hechos añade más dudas a lo ocurrido. En la descripción de Cabello, quizás se sumaron diversos hechos ocurridos por las mismas fechas que pudieron implicar a diferentes autores. Todo ello contribuiría al desprestigio de Cabrera al término de la primera guerra, lo que reduciría el impacto de las crueldades que practicaron los liberales, el fusilamiento de la madre de Cabrera sería su mejor exponente.

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1. AYGUALS, siendo comandante de la Milicia Nacional de Vinaroz defendió la ciudad frente a los ataques de Cabrera, el cual había fusilado a su hermano. Posteriormente fue diputado en Cortes en varias ocasiones y alcalde de la ciudad, además de un prolífico autor literario

2. A.PIRALA en p. 308 del volumen II de, Historia de la guerra civil de los partidos liberal y carlista

3. M.LLASAT en, Ramón Cabrera y el inicio de la espiral en la 1ª Guerra Carlista en el Maestrazgo, Bajo Aragón y Tierras del Ebro, según los historiadores liberales


Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 87

   







viernes, 18 de febrero de 2022

EL CONVENTO DEL CARMEN DE CALANDA ¿UN FOCO CARLISTA?

 



    Calanda, al inicio de la primera guerra carlista, contaba con muchos simpatizantes a la causa: el clero absolutista, los antiguos realistas ahora descontentos al haber sido marginados y buena parte del campesinado. El 9 de diciembre de 1833, al poco de iniciarse la guerra, en Calanda se produjo el primer enfrentamiento armado entre el barón de Hervés y las fuerzas liberales.

La desconfianza hacia el clero

A medida que la guerra se prolongaba, entre los mandos militares liberales, creció la desconfianza hacia el clero, al que consideraban afín al carlismo. Los curas de las parroquias, con frecuencia, eran un foco de propaganda contra el gobierno y en algunos casos mandaban partidas carlistas, caso del famoso cura Merino que atentaría contra la propia reina Isabel II.

   Durante el verano de 1834, estallaron diversos tumultos antirreligiosos en todo el país. Los más notables ocurrieron en Madrid cuando la epidemia de cólera alcanzó la ciudad. Los sermones, que atribuían un castigo divino a la epidemia que diezmaba la ciudad, su identificación con la causa carlista y el rumor de que habían envenenado las fuentes para causar la epidemia fueron motivo de creciente animadversión popular contra  la pasividad del Gobierno y de la milicia urbana. La epidemia llegó a Calanda el 2 de septiembre y en los tres meses que duró, fallecieron 181 habitantes. El párroco, mosén Mariano Monreal, fue desterrado a Oliete por sus encendidos sermones contra la política liberal del Gobierno. El 9 de junio de 1936, estaba confinado en Calatorao por desafecto, aunque seguía cobrando sus rentas. El nuevo párroco, Antonio Abarca, pese a ser uno de los pocos adictos al gobierno, fue separado de su parroquia a primeros de 1841 así como el de Foz Calanda. El excapuchino Joaquín Millán fue preso y acusado el 6 de noviembre de 1836 de "seductor de los soldados de la guarnición para que se pasen a las filas de la rebelión". En 1840 se encontraba en el correccional de Zaragoza.

   El 14 de octubre de 1834, el coronel Juan J. Aguavera1 remitió desde Alcañiz una carta al ministro de la Guerra para exponerle la situación en que se hallaba la rebelión carlista en el partido de Alcañiz. En la misma proponía que se expurgara a los sacerdotes de las catedrales y se dejara sólo a los individuos que a ciencia cierta, merecieran la confianza de las autoridades locales. Esta medida debía extenderse a los párrocos si no gozaban públicamente del concepto de adhesión a la Reina Isabel II, que deberían separados de las parroquias por sus obispos.

 El Convento del Desierto de Calanda

   El convento de carmelitas descalzos de la Torre de Alginés de Calanda se sitúa en un lugar aislado, a unas dos horas de Calanda y de Torrevelilla. En 1835 mantenía su actividad religiosa a cargo de 24 sacerdotes, 18 profesos, 2 escolanos y 6 legos, además de 2 cabrerizos, 5 payeses y un guarda de camino, que se encargaban de sus ganados y cuidaban sus 287 hectáreas de tierra de la Val Comuna.

   El 14 de marzo de este año, el comandante general2 del Bajo Aragón, Agustín Nogueras, remitió un oficio al capitán general en el que exponía el peligro que para la causa liberal representaba el Convento. La denuncia se basaba en una carta que le había remitido el jefe de la milicia nacional de Calanda. Debido a la apartada situación del monasterio, los carmelitas aprovechaban para abastecerse de víveres y gozar de auxilios al contar con la complicidad del prior Fray Fernando Gil. El jefe de la milicia de Calanda mandó que acudiera el prior para responder de las graves acusaciones que se vertían sobre su persona: no dar parte de la presencia de carlistas y proporcionar auxilio a los facciosos. En el informe consta que el prior le contestó con arrogancia, "que no tenía obligación, pues nadie se lo había mandado y además no tenía 8 ó 10 criados para venir a dar parte, y que con respecto a darles víveres, que era cierto se los había dado y que siempre que fueran se los daría por que a fuerza no podía resistirse y que esto mismo se lo diría a la Reina si fuera menester". Advertido de que el convento era fuerte y podía defenderse, se justificó con que no tomarían las armas para defenderse, que los facciosos no habían entrado en el convento y que la entrega de pan, vino y otros víveres sólo se habían dado una vez. En la carta, hizo hincapié la reina en los malos antecedentes del prior, opuesto a la Reina, por lo que se la había prohibido predicar en la Cuaresma. Otro fraile sospechoso era el padre fray Miguel de los Dolores, de quien se habían filtrado conversaciones críticas con el Gobierno. El informe terminaba diciendo que del convento "tienen muy mala opinión en todo el Bajo Aragón, al estar en despoblado proporcionan auxilios a las facciones y ocultan a sus cabecillas", y pedía la deportación del prior y de los demás frailes de mala opinión.

La política anticlerical del Gobierno

    La denuncia del jefe de la milicia se producía a los pocos días del motín anticlerical ocurrido el 3 de abril de 1835 en Zaragoza en el que seis frailes fueron muertos ante la pasividad de las fuerzas armadas. El seis de julio, estalló un nuevo motín anticlerical en Zaragoza, 11 frailes fueron asesinados con la complicidad de la milicia urbana que no intervino. Los tumultos alcanzaron una violencia inaudita en Barcelona, donde ardieron los conventos el 25 de julio, se asaltó la cárcel y se mató a los prisioneros carlistas. Ese día, el gobierno del conde de Torero aprobó la Real Orden de Exclaustración Eclesiástica que suprimía todos los conventos en los que no hubiera al menos doce religiosos. profesos.

   El 9 de septiembre, el comandante general de Aragón denunció en un bando "las falsas doctrinas de los malos eclesiásticos" por su influencia sobre las capas más bajas de la sociedad rural. En Calanda, el secretario del ayuntamiento, Manuel Maled, notificó a Don Agustín Nogueras, que 59 vecinos habían huido para unirse a los carlistas.

   El 11 de octubre, el nuevo gobierno presidido por Mendizábal decretó la supresión de todos los monasterios de órdenes monocanales y militares con la salvedad de aquellos que pertenecían a las órdenes hospitalarias. El 19 de febrero de 1836, se decretó la venta de todos los bienes de las comunidades religiosas extinguidas, convertidos ahora en propiedad de la nación. También se prohibió que los párrocos adictos al carlismo predicaran y confesaran a los fieles. El 8 de marzo, se amplió la supresión a todos los monasterios y congregaciones de varones (con algunas excepciones, como escolapios y Hospitalarios). Los religiosos se prepararon para abandonar sus conventos.

   A primeros de julio, el comandante de armas del fuerte de Alcorisa expulsó a las 34 monjas franciscanas que vivían en el convento de Ntra. Sra. de Monte Santo, situado a extramuros de Villarluengo, a las que destinó a Alcañiz y a Calanda y ordenó al alcalde de esta última que embargase sus bienes. El gobernador civil de Teruel se opuso y por medio del general jefe del ejército del Centro, Felipe Montes, remitió una carta al capitán general de Aragón, donde se exponía que la decisión general de Aragón, donde exponía que la decisión había sido tomada por motivos desconocidos, contraviniendo las Reales Órdenes, dado que su ejecución correspondía a las Juntas Diocesanas.

   El 25 de julio el general Manuel Soria, jefe de la 1ª división del ejército del Centro, ordenó que las religiosas de Villarluengo marcharan a Alcañiz. En su informe al general Felipe Montes, escribió que las noticias sobre el "mal espíritu de las monjas de Villarlungo" estimularon su interés por averiguar la verdad y ofrecer un juicio imparcial, pero que había llegado a la conclusión de lo perjudicial del convento en "un pueblo tan faccioso cuyo mal se atribuye a las religiosas y religiosos que lo dirigen".     A su llegada, mandó desalojar el convento de religiosas y entregó temporalmente su administración a los justicias. En el reconocimiento e inventario practicado por un capitán de su estado mayor, se descubrieron dos religiosos alojados junto al convento que alegaron ser confesores, y una carta del padre provincial de Madrid, que aunque desterró aún mantenía su autoridad sobre ellas en detrimento del arzobispo de Zaragoza con quien no tenían correspondencia. El general los expulsó a todos, recomendándoles que usaran vestidos de seglar en lugar de hábito si no querían pasar a otro convento y que los confesores marcharan a pueblos. Finalmente pedía que el capitán general aprobara las medidas tomadas.

El fin del convento

   El 29 de julio de 1837, se suprimieron los femeninos (salvo los de las Hermanas de la Caridad). En relación al antiguo convento capuchino de Calanda, el padre Ildefonso de Ciaurriz escribió que, "Cuando la expulsión de los religiosos la comunidad se componía de doce sacerdotes, un corista, cuatro legos y cuatro donados. Los religiosos no sufrieron daño alguno en esta ocasión por haber salido del convento antes que llegaran las tropas de Alcañiz..." A finales de agosto, estaban cerrados todos los conventos, los bienes más valiosos fueron llevados a otros que parecían ofrecer una mayor seguridad. Advertidos los carlistas de estos traslados, ese mismo verano, un grupo de 20 o 30 carlistas rompió las puertas del convento del Desierto y se llevaron varios del efectos guardados. Parecida situación se repitió en el convento de la Trapa, en Maella, donde se llevaron cuanto había en él, por estar  el "pueblo y país inundado de rebeldes". Los religiosos exclaustrados pasaron a los pueblos de las cercanías, de donde eran muchos de ellos, pero sobre todo a Calanda, donde se concentraron los capuchinos del lugar y los llegados de Alcañiz. Entre 1837 y 1838, el convento del Desierto fue pasto de llamas y el 4 de noviembre de 1843 fue puesto a la venta en pública subasta por la Junta de Enajenación de Bienes. El convento de Villarluengo, convertido en fortaleza, fue quemado el 3 de abril de 1840 por los soldados liberales del general Fulgioso y los paisanos, dirigidos por su alcalde, para que no pudiera ser usado más.

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1.A.H.N. Guerras Carlistas. Orden Público en Aragón y Navarra de los años 1834 a 1836

2. A.H.N. Guerras Carlistas. Diversas coecciones, 205, NII.

   Artículo publicado en la revista Compromiso y Cultura nº 86